Los amigos de Pepe Fútbol Club

Si al defensa del Real Madrid que, según muchos y él mismo, perdió la razón durante el partido contra el Getafe, en una acción en la que empuja, patea (hasta dos veces), pellizca y pisa a Casquero; le da un puñetazo a Albín; y termina gritándoles a los árbitros “son todos unos hijos de putas” -todo esto en menos de dos minutos-; sí… si a el mismísimo Pepe le da por hacer un partido en contra de la violencia en el fútbol, como forma de exorcizar sus minutos de gloria antideportiva -no está demás decir que el dinero recogido sería en beneficio de sus propias víctimas-, Desde la multitud le quiero ahorrar al portugués compungido el trabajo de pensar quienes podrían integrar su equipo. 

Repasando archivos y recurriendo en algunos casos a la escasa memoria, logré definir un once -resultó un trece- que espantaría hasta el mismo demonio que hace unos años protagonizó un comercial de Nike en la T.V. Aquí va pues mi propuesta para el querido Pepe:

En el arco, desde Alemania vendría Harald ‘Toni’ Schumacher. Portero con aires de dentista. Era tal su manejo del área que, dentro de ella misma y con la pelota en movimiento, dedicaba parte de su tiempo en el juego a extraer muelas y dientes de sus rivales. Su caso más exitoso me lleva a Sevilla, en la semifinal del Mundial de 1982, que su selección disputó contra Francia.

 

Así fue: Michel Platini metió un balón profundo, en el área alemana, a Patrick Battiston. Manfred Kaltz no llegó a cerrar. Solo quedaron el buenazo de Patrick y el ‘sacamuelas’ Schumacher. El francés alcanzó a tocar la pelota y fue en ese momento, cuando la rodilla derecha del guardameta alemán conectó con la mandíbula del galo. ¡K.O. fulminante! Sin sentido y sin haber anotado, el jugador ‘bleu’ cayó al suelo. Schumacher, a quien el árbitro ni siquiera le llamó la atención, quiso reiniciar de inmediato el partido, mientras entraba la camilla por Patrick. Hoy todavía los cuidadores del césped en el Sánchez Pizjuán, siguen encontrando dientes del malogrado Battiston.

Un suplente ideal para ‘El loco’ Schumacher sería su alumno aventajado: Gastón Sessa. Este portero, quizás queriendo homenajear al primero, en un partido de su Vélez Sarsfield contra Boca Juniors, en la Copa Libertadores de 2007, salió a cortar un pelotazo en su área, levantó la pierna derecha, cual karateca, y le marcó los tacos de su botín en la cara de Rodrigo Palacio. Uno, en el pómulo derecho; el otro, en la frente… “quise sacarle una mugre que le había caído en su ojo”, pudo haber explicado en su defensa el ‘Gato’ Sessa ¿Alguien le habría creído? Aquella noche, por esa acción, el árbitro lo expulsó y pitó penal.

En defensa, queriendo proteger a los jugadores del equipo contrario de cualquiera de este par de arqueros, he puesto, como dirían los expertos del fútbol, una “muralla infranqueable”. Una pared que ni juntos los muros de Berlín y el que divide a árabes y judios, entre Cisjordanía e Israel, podrían equipararla.

Claro está, el eje sería Pepe, por muy arrepentido que se muestre, con su acción y las 10 fechas de sanción, ya se ganó su lugar en la historia. Junto al central luso, el cuatro defensivo lo completarían, por su talento para espantar y romper rivales, Vinnie Jones, Andoni Goikoetxea y Marco Materazzi. ¿Quién pasa? Ni la Wehrmacht alemana en la Segunda Guerra Mundial.

El galés Jones hizo tan bien su papel de jugador sucio en el fútbol británico que extendió su carrera al cine. No está demás decir que en roles de villano (Snatch y X-Men 3, entre otras cintas). Además de la foto que le dio la vuelta al mundo, en la que se ve estrujándole los huevos a Paul Gascoigne, sus entradas con la pierna en alto se hicieron famosas y hasta fueron declaradas “planchas de autor”. Un técnico justificando la contratación de Jones dijo: “Yo no busco chicos para que se casen con mis hijas, busco jugadores que sepan hacer su trabajo”. Jones tenía muy claro cual era el suyo: destruir al rival.

De Goikoetxea, quien más lo recuerda es Diego Maradona. El vasco que ya tenía en su prontuario haber lesionado, dos años antes, a Bernd Schuster, volvió por sus fueros naturales. El día de la Mercé de 1983, en el partido que enfrentó al Barcelona contra el Athletic de Bilbao, la víctima fue el ídolo argentino. Maradona recibió una pelota en la mitad de la cancha y antes de que pensara cuál sería su destino, con la misión de marcarlo, Goiko llegó como un cohete obuz que hizo blanco en el tobillo del ‘Pelusa’. Lo voló en mil pedazos. Por esta acción, el diario londinense The Times, en el 2007, lo declaró el jugador “más duro”  en la historia del fútbol. ¡Vaya título!

En el caso de Materazzi, las cosas son irónicas y hasta extrañas. Famoso por su dureza, por sus planchas y por sus pocos amigos dentro del calcio italiano (Pipo Inzaghi, Andriy Shevchenko y Rui Costa, entre otros, pueden dar razón), el defensa italiano del Inter de Milán y de la ‘Nazionale Azurra’ se convirtió en víctima de sus propias palabras, cuando Zidane le estampó un cabezazo en su pecho en la final del Mundial de Alemania 2006. Desde allí… Marco, ‘El anikilador’ sigue yendo igual. Rodillas, tobillos, canillas, son su objetivo. Si se cruza una cabeza, pues también. Nunca la pelota. Si la toca es por accidente.

La mitad del campo de Los amigos de Pepe FC (LAPFC) está clara. Se necesita alguien que piense, que juegue un poco, pero que no desentone con los demás. Eso, además de apretar al árbitro. Por si las decisiones del colegiado son injustas. Para ello nadie mejor que el bulgaro Hristo Stoichkov.

Conocido por su fuerte temperamento y la facilidad para irritarse dentro del campo, el “bulgaro loco” es recordado por una sanción de seis meses -que luego se reduciría a dos- por pisar al árbitro Urízar Azpitarte, en un partido de la Supercopa de España, contra el Real Madrid, en 1990. Todo por estar en desacuerdo con la expulsión del entonces técnico del FC Barcelona, el mítico Johan Cruyff. Tras el pisotón, el jugador también tuvo que salir del campo ese miércoles 5 de diciembre. Y Urízar fue intervenido al alimón, por lo médicos de los dos equipos rivales.

Para evitar estas salidas de madre de Stoichkov, el bulgaro estaría secundado por dos cuasi desconocidos, pero no por eso, menos duros que los anteriores.

El primero sería Thomas Gravesen. Un danés llamado ‘El ogro’, que dio sus primeras patadas en su natal Vejle. Además de ser el inventor de la ‘gravesinha’, un amago de plancha en el que medio cae de rodilla -sí, una sola- para luego levantarse y salir jugando -todo un crac, digo, por el sonido de su propia rodilla al golpear el suelo-, pasó a los anales del fútbol como “el más sucio de todos los sucios”. Tanto que ni en los entrenamientos sus compañeros se libraban de su juego. Mientras ellos entrenaban con la pelota, el danés la emprendía a golpes… “Bueno, también tenía que practicar”, diría en su defensa.  Una de sus víctimas fue Robinho en la pretemporada de 2006, con el Madrid, pero el brasileño respondió y Gravesen después terminó yéndose al Celtic de Glasgow.

Y el segundo de Stoichkov, en la mitad del campo de LADPFC, sería Martin Taylor. Muchos se preguntarán quién es, de dónde es, Martin qué. Bueno, si les digo una fecha: 28 de febrero de 2008. Un campeonato: Premier League. Dos equipos: Birmingham City y Arsenal. Dos huesos rotos: tibia y peroné. un Nombre: Eduardo Da Silva. De inmediato se acordarán de la entrada de Taylor contra el brasileño nacionalizado croata, que lo tuvo fuera de las canchas durante un año. “Si no hubiera sido atendido de manera rápida, hubiéramos tenido que amputar”, dijo el médico que trató a Eduardo en Londres. A Taylor lo sancionaron con tres fechas. No hay que escribir más.

Pero como cualquiera de estos tres (Gravesen, Taylor y Stoichkov) pueden dejar al equipo con 10 hombres -yéndonos bien, porque fácilmente todo este mediocampo podría salir expulsado en una misma jugada de un mismo partido-, he escogido un suplente a su altura, para tapar cualquier hueco. O abrirlo. Como fue el caso de Diego Pablo ‘Cholo’ Simeone contra Julen Guerrero, cuando en 1996, en el partido que enfrentó al Atlético de Madrid y el Athletic Club de Bilbao, el argentino abrió con su taco el muslo -dos centímetros- del vasco, que necesitó tres puntos de sutura… ahí está, el suplente ideal.

Arriba, la cosa (no) pinta mejor. Habilidad y dureza. Dureza y Habilidad. Una tripleta de buenos-malos o malos-buenos, llámelos como quiera. No abundan, pero tampoco faltan.

Delantera que lidera Éric Pierre Daniel Cantona. La punta del iceberg de su prontuario lo muestra un 25 de enero de 1995. Esa fecha, jugando para el Manchester United, el ‘demonio rojo’ fue expulsado por darle una patada, tras un forcejeo, al defensa del Crystal Palace Richard Shaw. De camino al camerino, desde la grada, un hincha del Palace lo insultó. Como respuesta, monsieur Cantona se elevó desde el campo para golpear al fanático Matthew Simmons, que se llevó sendas patadas al mejor estilo del kung-fu. El delantero fue castigado con siete días de cárcel -solo pagó uno-, obligado a prestar 120 horas de servicio comunitario y sancionado en la liga inglesa durante 10 meses. “¿Mi mejor momento futbolístico? Pues fue cuando le pegué a ese holligan“, respondió en una entrevista.

Junto a él estaría el brasileño Edmundo, conocido en su país como ‘El Animal’. Su habilidad con el balón era directamente proporcional a lo que hacía en una cancha con puños, manos, patadas, pies, lengua, boca, en fin… con lo que le valiese de arma para enfrentar al rival. Un verdadero maestro -para no seguir- en el arte de humillar y provocar al contrario. Clásicas son las tánganas, entre muchas, que originó, como las de partidos que enfrentaron a Palmeiras -uno de los muchos equipos en que jugo- contra Sao Paulo, en 1994; o la de la Supercopa Suramericana, en 1995, que involucró al Vélez Sarsfield y su Flamengo. Eso sí, respaldado, en este última, por Romario.

Para terminar esta convocatoría al LAPFC. El elegido es el paraguayo Roberto Cabañas. De similares características que el anterior. Buen jugador pero un provocador por naturaleza. Sus peores armas, los codos. De acuerdo con las palabras de este guaraní, nada más ni nada menos, Pelé fue quien le enseñó a utilizarlos.

En entrevista con el periodista argentino Alejandro Fantino, que reprodujo el portal ultimahora.com, así lo confirmó el ex jugador de Cerro Porteño (Paraguay), Cosmos (EE.UU.), América (Colombia), Brest y Lyon (Francia), Boca Junior (Argentina), Barcelona (Ecuador), Libertad (Paraguay), Medellín y Real Cartagena (Colombia). “Cuando estaba en Nueva York, yo miraba los videos de Pelé. Una vez él tiró un codazo y todos hablaban del codazo de Pelé. Y un día me tocó preguntarle cómo era que él pegaba. Y me dijo “Cabanás”, porque el me decía así, y me empezó a mostrar la técnica del codo, porque él no soltaba el codo. El me explicó la técnica. Entonces, fui y la utilicé muy bien en Argentina; porque allá el fútbol es muy competitivo, hay mucho roce, mucha fricción y realmente empecé a utilizarlo”.

Repasemos la alineación de LAPFC: Portero, Harald Schumacher; defensas, Vinnie Jones, Pepe, Marco Materazzi y Andoni Goikoetxea; mediocampo, Martin Taylor, Thomas Gravesen y Hristo Stoichkov; delantera, Eric Cantona, Roberto Cabañas y Edmundo. Suplentes: Gastón Sessa (portero) y Diego Pablo Simeone (mediocampista).

Además de encontrar un equipo que se les quiera y pueda enfrentar -sacrificar, sería el verbo correcto-, solo falta el director técnico. ¿Usted a quién postularía? ¿Bilardo? ¿Dunga? ¿Nereo Rocco? ¿Uno de la escuela del catenaccio italiano? Bueno y si tiene más candidatos para integrar el equipo Los amigos de Pepe Fútbol Club, ¿quiénes serían y por qué? La pelota está en juego… ah! y no olviden, también las canillas, rodillas, tobillos y cabezas.

Rushdie

Fui con algo de temor. No tengo porque negarlo. Aunque hayan pasado 20 años desde que el fallecido ayatolá Ruhollah Jomeini pronunciara la fatua que codenaba y pedía el asesinato de Salman Rushdie por “blasfemar el islam”, según Irán, con el libro Los versos satánicos, y aún así, el mismo gobierno islámico la haya denegado tiempo después, el riesgo de Rushdie -y de estar cerca de él- es algo que no se puede hacer a un lado con facilidad.

De ahí mi prevención al asistir a la charla que tuvo el escritor de origen indio y criado en Gran Bretaña con su colega colombiano Juan Gabriel Vásquez, en la biblioteca Jaume Fuster de Barcelona. Conversación en la que no hizo ningún comentario ni hubo ninguna pregunta ni de parte de Vásquez y menos del público presente sobre la ya anacrónica condena. Sin embargo, estar a pocos metros de él, viéndolo al alcance de cualquier seguidor de la proclama de Jomeini, fue algo que no me dejó estar totalmente cómodo dentro del salón.

Ocho agentes y un furgón de la policía autonómica de Cataluña, a la puerta de la biblioteca en la Plaza de Lesseps, a la postre, también incrementaron esa disposición. Claro está, este operativo fue mucho menos de lo que se vio en la ciudad durante la visita de Roberto Saviano. ¿Será qué, sin poner en medio el tiempo entre las dos amenazas, la de la mafia napolitana necesita mayor cuidado que la de de los defensores del islam?

Otra cosa que aumentó ese estado de alerta es que la misma fatua, a pesar de que el gobierno iraní ya la suprimió oficialmente, sigue “vigente”; pues el único que de acuerdo con la tradición la puede retirar es el mismo que la haya lanzado. En este caso, Jomeiní, pero una vez muerto, ¿cómo? De ahí que esa tarde, de primavera lluviosa, cualquier fundamentalista indepediente, de turismo por la ciudad, la hubiese podido hacer efectiva para cobrar los millones de dólares como pago por matar a Rushdie (En principio se dijo que se pagaba US$3 y luego se dobló a US$6). Eso, además de sacar un par de libros de la bibilioteca.

¿Quién podría matarlo aquí? ¿Quién, en la Jaume Fuster, tenía rostro y forma de asesino? Con esta pregunta -esperando que no pasara tal cosa- me metí en la fila para entrar a la conferencia y oír de su voz, sus historias e ideas sobre su carrera y su más reciente novela.

¿Será el tipo que está detrás mío y justo me preguntó: “¿Es esta la fila para la charla de Rushdie?” ¿Puede ser la señora de pelo de raíz negra y puntas rojas y que, proyectándose al futuro, lee la sección de obituarios de El País? ¿Será el calvo que teclea su móvil, quizás comunicando: “Estoy a tiro de hacerlo”? O ¿el tipo de chaqueta oscura y pelo engominado que camina como perdido? No, ya sé, la señora pequeña, de canas, que dificílmente camina apoyada en un bastón de aluminio con punta de plástico roja, el arma secreta y clásica para este tipo de atentados.

Cualquiera puede ser, hasta el que ojea Le Monde, el que pregunta por los libros del autor a la entrada o la señora que hace como que lee la revista Todogatos. Cualquiera puede serlo. Hasta yo mismo puedo ser un sospechoso. “Era un rasta alto y tenía una chaqueta naranja”, diría uno de los testigos del hecho.

En fin, que nada de eso pasó. Rushdie sobrevivió. Rushdie comenzó a hablar y me olvidé de la fatua, de Jomeini, de la señora de pelo de raíces negras y puntas rojas, y hasta de la que leía o hacía que leía la revista Todogatos; pues, lo que sucedió fue que conocí a un gran charlador. Un tipo, con cara de lechuza, encandilado por los flashes de los fotógrafos y las luces del salón de conferencias de la Fuster que, entre otras frases, dijo: “Lo único que nos diferencia de los animales es el hecho de contar historias. Todos somos el mismo animal, pero solo por ese hecho, nosotros somos la especie de las especies”.

¡El encantador de Bombay! Así, parafraseando el título de su más reciente novela, La encantadora de Florencia, se podría definir a este tranquilo Rushdie. Pero a diferencia de los legendarios encantadores de serpientes que se sientan o sentaban en cualquier plaza de una ciudad en la India, ponían los cestos sobre el suelo y comenzaban a tocar sus flautas para llamar la atención de las cobras (por favor, entiéndase que no hablo de los turistas sino de las serpientes), Rushdie no llevaba nada de esto. Ni instrumento ni traje ni turbante naranja. Vestía jean, chaqueta gris, camisa azul turquí y zapatos negros. Su música, esa tarde lluviosa, solo fue el valor de su palabra. Lo único que tiene un escritor para seducir al público. Lo único que tiene un escritor para defenderse hasta de la misma muerte.

Simpático y de buen humor y mejor rollo se le notó a este Rushdie que se definió a sí mismo como un escritor de ciudad. “Soy un chico muy urbano. Mis historias comienzan, se desarrollan y terminan dentro de una ciudad. Con frecuencia me pasa que quiero transformarme en uno de mis personajes para desaparecer dentro de mis libros”.

Lo peculiar de La encantadora de Florencia, la novela que vino a presentar, además de la historia de amor que la impulsa, entre un emperador y una mujer imaginaria, es que uno de los personajes es Maquievelo. Del que Rushdie dice que hay que reivindicar en la historia. “Se ha escrito tanto en contra suya, que ya hay que empezar a limpiarle la imagen. Espero que alguien hago lo mismo conmigo dentro de muchísimos años”, anotó entre las risas de las serpientes hechizadas en forma de personas dentro del auditorio.

Acercar a Oriente con Occidente, o a Occidente con Oriente -el orden de los factores no altera el producto-, de acuerdo con él, era otra de sus metas en este trabajo, que como elemento principal combina hechos históricos con ficción. “Son tan enormes e evidentes las diferencias, pero si uno se fija bien, se encuentran muchas similitudes entre los dos”, dijo al hablar de las dos sociedades, pero yo lo oí como si hiciera referencia a realidad y ficción.

Frente a la preocupación de una de las cobras encantadas, dentro del público, sobre el futuro de la novela escrita, el profesor honorario de Humanidades en el MIT y también premio Booker por Hijos de medianoche, no dudó en responder con la tranquilidad del caso: “Sobrevivirá y no hay que tenerle miedo a lo que pueda suceder con el género en el futuro. Porque la buena escritura pasa por todos los sentidos”.

Si lo dice él, que por ahora sobrevive a una fatua islámica vigente o no, habrá que creerle. Luego se puso de pie, se abotonó su chaqueta gris, levanto su mano y se fue con su cara de lechuza. Quizás espantada por tanta luz.