La soberbia del añoviejo

El añoviejo es un muñeco que, moribundo, según la tradición colombiana, representa todos los males que se han de quemar la Nochevieja, para no volver a saber de ellos y recibir el año nuevo con otras perspectivas y aires renovados. La costumbre manda a hacerlos con ropa vieja, en desuso. Sí, ese pantalón que el abuelo ya no viste o esa camisa que por la panza ya no le entra al tío. Algo de paja o aserrín ayudan a engordar la tripa del muñeco. Recuerde ponerle una máscara de algún personaje internacional. Le otorgará una imagen coyuntural y más actualidad al asunto. No está demás decir que se rellenan con petardos y pólvora de todas las formas que, tras encenderlo, lo hacen volar en mil pedazos la noche del 31, buscando exorcizar lo malo del año que termina. Un clásico, que hacían en la calle de mi infancia, era el añoviejo de Fidel Castro pero el comandante de la revolución cubana, además de haber sobrevivido a no sé cuántos presidentes de E.U. (¿10?) e infinitos supuestos atentados de la CIA (¿638?), este año que termina no es el mejor candidato. Así que para ir a la segura y hacer de su muñeco, uno bueno para explotar, uno que pague por la soberbia de haberse creído el dueño del mundo. Ahí están Mubarak, Bush padre o hijo, la Thatcher y otros más. Escoja el suyo, enciéndalo y feliz año.

Titulares del fin del mundo

21 de diciembre. Barcelona. Mediodía soleado. 2012. Y el tan anunciado cataclismo que, de acuerdo con la interpretación de muchos del calendario maya, vaticinaba el fin del mundo, no tuvo lugar. Al menos, por ahora, y es que no se sabe… aún no ha terminado el día y todavía no se puede cantar victoria.

Claro, al no haber fin del mundo, no he podido leer la noticia en los periódicos. Sin embargo, en un ejercicio de extrema supervivencia, estos hubieran sido los titulares de algunos de los principales diarios del planeta, de haber ocurrido la desaparición del mismo.

The Daily Planet (Metropolis): Where is Superman?

El País (España): Todo está consumado: fin de El Mundo. El Mundo (España): El País desapareció con el planeta: Mas y Pujol culpables del fin del mundo, tenemos documentos exclusivos que lo prueban. La Vanguardia (Catalunya): Mas y Pujol despegaron en la nave Senyera. Buscarán vida y votos catalanes en otros planetas. Llevan Pa amb tomàquet (Pan con tomate) para vivir mucho tiempo. El Periódico (Catalunya):  Nave Senyera no fue admitida en planeta del sistema solar: fue declarada patera ilegal espacial. El Punt Avui (Catalunya): ¡Libres de España por fin… del mundo! (traducido del catalán). La Razón (España): Ni el fin del mundo dividió a España, una sola, grande y eterna. No habrá referéndum en Cataluña. ABC (España): Emotivas y originales palabras del Rey en su despedida de los españoles: “Me llena de satisfacción y orgullo”.

Mundo Deportivo (Barcelona): ¡FC Barcelona, campeón! Fin del mundo hace que el Madrid quede tercero y ¡a 13 puntos! AS (Madrid) Esperanza en el vestuario merengue. No todo está perdido. Todavía hay Liga. Marca (Madrid): CR7, último Balón de oro por ausencia de Messi. Sport (Barcelona): Confirmado, Messi no era de este planeta, minutos antes del fin del mundo una nave aterrizó en el Camp Nou y lo rescato para llevarlo a su lugar de origen. Diario La Grada (Barcelona): Espanyol no volverá a descender jamás.

En Colombia los diarios no se quedaron atrás de la tendencia “findelmundista” y titularon así. El Tiempo (Bogotá): Senado recomienda desacatar fallo de los mayas. El Espectador (Bogotá): Fin de El Tiempo. Bogotá ya no está más cerca de la estrellas, ahora es polvo de estrellas. El Colombiano (Medellín): En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. El País (Cali): Comenzó la Feria de Cali. El Heraldo (Barranquilla): Quién lo vive es quien lo goza.

Titulares en Argentina, Clarín: Cristina tuvo la culpa del fin del mundo. En Cuba, Granma: ¡Viva la revolución, Patria o… muerte! Libération (Francia): El fin del mundo salva a Italia de Berlusconi (traducido del francés). The Guardian (Reino Unido): God Save the Queen!  The Miami Herald (E.U) ¡Fidel sigue vivo!

“This is the end, my only friend, the end”

A mí me gustaría enterarme del fin del mundo leyendo la noticia en un periódico. Y si hay música de fondo, mejor. Por eso, todos los días, muy temprano, voy al kiosko de la esquina de casa para conseguir el diario. Siempre, y esto es más que verdad, le digo a mi mujer, “voy a comprar el periódico, qué tal que se haya acabado el mundo y nosotros aquí, sin saberlo”.

Y no es que quiera ser un privilegiado, por eso de querer enterarme de último -¿o de primero?- de que los días del ser humano en este planeta se hubiesen terminado y yo tan campante, no. Tampoco anhelo ser el único superviviente, después de la catástrofe, ya que un mundo sin gente sería muy aburrido. ¿Se imaginan levantarse y que no le llegue el correo o que en la cafetería o el bar de la esquina no haya personas para discutir de política, fútbol o cualquier tema que dé para pasar el rato de la cerveza o del café?

Escribo sobre este tópico, porque los días que corren, la célebre predicción o, mejor dicho, con la interpretación hecha por algún “experto” del calendario maya, de que el mundo se terminaría el 21 de diciembre, el tema se ha vuelto recurrente. No solo para mí y mi deseo de leer la noticia el día después, sino para muchos. De acuerdo con el legado maya, el 21 será el día final, el Armagedón, el Apocalipsis. ¿Tendrían algún jefe de comunicación o vocero que así lo haya explicado en rueda de prensa? Hay que abonarle al ingenioso o creativo de turno, que puso ha rodar esta versión, que logró su cometido: el fin del mundo está en boca de todos.

Con la idea de cumplir mi deseo, el de abrir el periódico y leer a seis columnas un título que diga: “Fin del mundo”, con música de fondo, y que no se convierta en un anhelo póstumo, ya tengo dos destinos posibles. De acuerdo con los expertos en la versión apocalíptica -léase agencias de turismo-, Sirince y Bugarach son los dos únicos lugares que sobrevivirían a una desaparición terrenal.

El primero es un pueblo turco de 687 habitantes, en donde aseguran que Jesucristo, según una leyenda local, aparecerá el 21 de diciembre, salvando a todos aquellos que estén debidamente registrados en hoteles, hostales, campamentos y casas de lugareños. Y aunque los hoteles ya no dan abasto, estoy tratando de hacerme un hueco entre las casi 60.000 personas que, de acuerdo con datos del Ministerio de Turismo turco, llegarían a alcanzar para la inminente fecha.

La segunda, Bugarach, es una aldea pirenaica francesa en donde han crecido sectas como las setas en otoño. De acuerdo con ellas, las sectas no las setas, el poder mágico del pico los protegerá de todos los males que puedan suceder el 21 de diciembre. Ellos van más allá y anuncian que es incluso probable que una nave espacial descienda en la montaña y les rescate del Apocalipsis.

Lo único negativo de esto último es que quizás, si estoy allí, entre ellos, y suceda el Armagedón, si nos llevan en platillo volador, en el planeta al que vayamos tal vez no haya diario ni periódico para leer el día después. Entonces me conformaré con mi plan B, que no es otro sino música de fondo. Llevaré mi iPod y audífonos para escuchar a otro profeta, Jim Morrison, anunciando lo que se veía venir: “This is the end / beautiful friend / This is the end / My only friend, the end”. ¡Feliz fin del mundo!

Viena, ciudad de cafés y mucha historia

Mozart, Freud, Klimt, Orson Welles… los genios siempre pasan por Viena. La capital del antiguo imperio austrohúngaro es una de las grandes joyas de la humanidad. Sus andenes respiran historia.

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La vía férrea que une a Budapest y Viena tiene casi 300 kilómetros. Durante los dos primeros tercios del recorrido, el Railjet (tren de alta velocidad) serpentea paralelo a la línea imaginaria que divide Hungría de Eslovaquia, a través de campos sembrados de trigo, girasoles secos que agachan la cabeza ante la inclemencia del verano y modernos molinos de viento que generan energía eólica. Sí, afuera hace viento y voy en el vagón número 22 de un tren que se dirige al centro de la que fuera una de las grandes potencias de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

Hay muchas formas y caminos para llegar a Viena, la antigua capital del Imperio austrohúngaro. Pero si se busca vivir una experiencia única, partir desde Budapest es una alternativa superlativa, para tratar de medir e imaginar cómo sería el país durante su esplendor, regido por los Habsburgo, en sus más de 600 años de dominio.

Dos opciones se tienen al alcance de la billetera. La primera, tomar un ferry o barco deslizador sobre las aguas del Danubio, que por 100 euros y en cinco horas, en sentido contrario a la corriente del río, pasando primero por Bratislava (Eslovaquia), lo dejará, aguas arriba, en la ciudad imperial de los cafés. Todo un viaje que lo hará sentir James Bond en misión secreta para su majestad.

Publicado por Revista Don Juan, Seguir Leyendo.