Leicester David

Si tuviera un hijo, ya mismo, sin dudarlo, le llamaría Leicester. Y si fuera hija, también: Leicester. Claro, tendría que luchar contra el “¡no!” rotundo de mi pareja. “¡¿Cómo se te ocurre?!”, diría ella ante mi propuesta con leve tufo a pub inglés. Tratando de convencerla, le hablaría de los 132 años de fundado que lleva el club británico. Buscando más argumentos, sacaría tiempo para mostrarle los vídeos de los 37 partidos jugados en el campeonato de la Premier League, que lo llevaron a obtener su primer título, durante la temporada 2015-2016. Me haría de armas a tomar e intentaría desglosarle jugada a jugada, como si fuera el mismísimo Pep Guardiola o Diego Simeone, el sistema o dibujo táctico del equipo.

Si tuviera un hijo o hija, en este momento, le pondría de nombre Leicester. En mi tarea difícil de persuadir a mi esposa, le contaría de cómo, al principio del campeonato, nadie daba un penique por el equipo, que terminó 14 el año pasado y que esta temporada solo buscaba salvarse de la maldición del descenso. A manera de chisme o cotilleo, le diría que, cuando conoció quién sería el entrenador para este curso, Gary Lineker, mítico exjugador del equipo, de la selección inglesa, y del FC Barcelona, escribió en su Twitter, el día 13 de julio de 2015, a las 6 horas, 24 minutos, de la tarde: “¿Ranieri? ¿Really?”. Mensaje que fue “retuiteado” 19.712 veces y que logró 10.927 “me gusta”. Hoy, casi un año después, Lineker es otro que se ha subido al bus de la victoria. El exgoleador forma parte de la turbamulta que alardea con el “¡Je suis Leicester!”.

En este punto, ya envalentonado, le diría a mi mujer que, por mi parte, se llamará Leicester. Sólo por el simple hecho de haber demostrado que con una nómina titular fichada a costo de menos de 25 millones de euros, en tiempos de hiperinflación futbolera, le dio cara, enfrentó y venció a los grandes de la liga de fútbol más competitiva, mejor organizada y, si se puede hablar de estética, más bonita. Sí, que le dio batalla y puso en su sitio a los dos Manchester y a los londinenses Totthenham y Arsenal.

Me imagino a Leicester, niña o niño, corriendo por la guardería o saltando en el parque del barrio, tropezando con las raíces de los árboles y volviéndose a levantar con la cara llena de arena. Ya lo veo o la veo y la sonrisa se me dibuja en el rostro. No sólo por la pequeña o el pequeño sino porque cada vez que lo observe o la observe, la recoja o lo recoja en mis brazos, ni hablar de cuando la llame o lo llame: “¡Leicester!”, recordaré el día en que un equipo pequeño venció a los más grandes de su campeonato. Cuando el fútbol puro y pobre venció al aburrido y multimillonario fútbol moderno.

Pensando así, quizás, solo para mantener el buen clima de la relación, y en aras de ceder en la negociación del proceso de hallarle un nombre “normal” a un hijo o hija, tal vez en ese momento, consideraré la opción de un nombre compuesto. ¿Qué tal Leicester David? Dicho sea de paso, sin importar que sea niño o niña.