And the Oscar goes to… ¡Lance Armstrong!

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El protagonista de The Armstrong Lie debería estar nominado a los Oscar como mejor actor. Corrijo, el protagonista de The Armstrong Lie debería ser el ganador del Oscar en la categoría a mejor actor principal, durante la próxima ceremonia de los premios concedidos por la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de EE.UU.
Esa es la idea que me queda después de ver el documental de Alex Gibney. Película que el productor y director estadounidense comenzó a rodar cuando Lance Armstrong, el actor metido a ciclista, regresó a la bici y las carreteras, para competir en 2009. Todavía no había salido a flote la verdad sobre sus siete Tour de Francia y todo el prontuario en cuanto a trampas y coacción alrededor de su carrera, descubierto por la Agencia Antidopaje de los Estados Unidos (Usada, por sus siglas en inglés).
Gibney acompañó al entonces corredor del Astana y lo que pretendió hacer fue una película real sobre el regreso de esa especie de superhombre. El documental, que en principio tenía como título The Road Back, buscaba ser la frutilla del postre que todos los seguidores esperaban ver, después de que Armstrong ocupará el primer lugar de ese Tour. Cosa que no sucedió porque finalmente ganó su compañero de equipo Alberto Contador. Una historia de Hollywood pero real. Una historia que buscaba relanzar a Armstrong como el superatleta, pero al final se torció. O, mejor dicho, la historia se enderezó y toda la mentira alrededor del tejano prepotente salió a relucir. Gibney pensó en tirar todo el material a la basura. Pero cuando Armstrong fue entrevistado por Oprah Winfrey y reconoció su dopaje sistemático, el director cambió de parecer y se dio a la tarea de contar a su manera el engaño. También a él le había mentido.
Así el camino de regreso pasó a ser la mentira de Armstrong. Que no muestra otra cosa sino la actuación de un tipo en la vida real. Al que no le importa pasar por encima de todos y de las reglas en un deporte desacreditado. Actuación pura. Histrionismo real.
Por eso, el Oscar como mejor actor debe ser para él. Ya lo imagino subiendo las escalerillas del Dolby Theatre en la intercepción de Hollywood Boulevard y Highland Avenue, en Los Ángeles. Llegando hasta el atril en medio de aplausos, sonriendo y señalando a cualquiera entre el público, como sólo lo saben hacer los actores de verdad. Haciéndose el sorprendido. Lo veo recibiendo la estatuilla de parte de Scarlett Johansson o Leonardo DiCaprio. Luego, de entre sus bolsillos, lo imagino sacando un papel con la lista de agradecimientos y sin más, con su cinismo de siempre, diciendo: “Esto no hubiera sido posible sin la EPO, la cortisona y las transfusiones de sangre. Gracias a ellas por darme fuerza para ganar siete Tour de Francia”. ¡Actorazo!

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