Carta a Guadalupe*

Todo arde. No sé por qué te escribo. El edificio está en llamas y tendría que buscar una salida. Debería luchar por salvarme de alguna manera. Así podría tener la esperanza de seguir junto a ti. ¿Acaso hay algo en este mundo que me haga más feliz? Pero aquí estoy, en frente de esta pantalla, dejándote mi vida en cada palabra. He decidido salvarme a través de esta carta, ya que físicamente me es imposible. He decidió salvarme sabiéndome leído por ti. Aunque no leas esta misiva, me parece lo más sensato. El humo empieza a entrar por debajo de la puerta. La bayeta con agua ya cedió. Y estoy seguro de que moriré.

No entiendo porqué estoy escribiendo. Cuando leas esto -si es que el fuego no consume este ordenador portátil- espero que no pienses que no intenté salvarme. La ventana fue lo primero que miré, pero está muy alta de la calle y al abrirla me dio ataque de vértigo… vivir en el piso 32 te da una buena vista. Cuán tranquilo se ve el Mediterráneo desde aquí, recuerdo que esta imagen: la línea azul y las velas de las embarcaciones movidas por el viento, fue la que me convenció para tomarlo. Pero ahora me doy cuenta que vivir tan alto no es una buena decisión en caso de emergencia. Saltar sería una muerte segura. Entonces para qué huir de una muerte segura, en medio del fuego, para caer en otra, al estrellarme contra el pavimento. Además del dolor, ¿cuál podría ser la diferencia? De ahí que haya decidido escribirte. ¿Soy un cobarde?

Desde aquí, sentado en la misma silla de siempre, puedo oír el fuego subir. Incluso por encima de las sirenas de las ambulancias de bomberos y paramédicos, donde imagino verte ir de un lado a otro. Lo siento. Parece que el fuego hablara. Suena como una manifestación en la que no estás convocado pero, aunque opongas resistencia, terminas tragado por banderas y consignas. Una manifestación que primero es un murmullo, luego un susurro más fuerte, para finalmente terminar a grito pelado. Siento el fuego debajo de mí. Los pies ya no los tengo en el piso. Me quemo.

Ahora recuerdo que la ventana no fue la primera opción. El calor no me deja pensar bien. Tengo la garganta bastante reseca. Antes intenté salir por la escalera contra incendios, pero la puerta está atascada. Se cumplió esa pesadilla que solo soñé una vez. En la que corría y trataba de utilizar precisamente esa escalera y, claro, la puerta no abría. ¡La madre qué lo parió! Sucedió. No era cómo el sueño recurrente en el que me golpeaba la cara y todos los dientes saltaban volando. La pesadilla de la escalera la tuve una vez y mira dónde estoy. Te la conté y nos reímos. Hasta fuimos y la revisamos. Luego nos besamos y terminamos haciendo el amor. Pero hoy esa puerta no abrió. Hoy esa puerta quedó cerrada. Huele a humo. Pierdo la concentración. Cada vez hay menos oxígeno.

Lo ojos me arden. La mano que me quemé tratando de abrir la puerta de la escalera, la cubrí con la mitad de la bayeta que ahora está en el piso. Sudo como un caballo. Recuerdo ahora que la pesadilla de los dientes era común una o dos veces por semana y nunca sucedió. Qué cosa, si pudiera decirte un consejo, no te obsesiones con esos sueños de siempre, como ese en el que te quedabas encerrada, sola en el metro y éste no paraba hasta estrellarse con algo. Nunca te diste cuenta contra qué. Recuerdas que quedamos de ir donde un especialista para ver que nos decía. Te pido disculpas por quedarte mal. No podré acompañarte, pero si de algo te sirve, ponle más cuidado a esos sueños que se suceden con menos frecuencia. Esos sí que te están diciendo algo. Siento que me asfixio…

Tengo la mano derecha quemada. No la siento. Me duele. Volví al piso y me encerré. Ahí fue cuando puse la bayeta húmeda para evitar que el humo entrase por debajo. Pero ahora ya veo entrar los primeros hilos… no sé si voy a morir ardiendo o primero me ahogaré entre la humareda. Lo que al comienzo fue algo agobiante, lo he aceptado. Pensar en ti, en los momentos contigo, como esa vez en el Caribe o apagando velas. No sé porque me llegan imágenes mentales en las que me veo apagando velas en muchos cumpleaños mientras las llamas aumentan y siguen rodeándome. ¿Será esto un deseo del subconsciente? El ruido de las llamas que se come la madera y funde el hierro es muy alto. Ya ni siquiera escucho las sirenas en la calle. ¿Están ahí? ¿Estás ahí?

“Ardo de pasión por tu amor”, me dijiste esa vez en una playa del Caribe. ¿Cuba o Jamaica? No puedo concentrarme. El calor que siento ahora me hace recordar esa frase y veo nuestros cuerpos enredados, bañados en arena. Pero no recuerdo si fue en Cuba o Jamaica. O ¿fue en Providencia? Qué ironía, ahora el que se quema soy yo, no propiamente por tu amor sino por el fuego, que seguramente comenzó abajo, en el piso de los mexicanos. Siempre les dije que no dejaran la vela encendida. Siempre les recordé que la virgen de Guadalupe los tendría en cuenta así no la estuvieran iluminando. Seguro no hicieron caso. Seguro la Virgen ya se chamuscó. ¡Hostia, puta!

Cada vez me falta más el aire. Respiro con dificultad. Sí, como en cualquiera de tus ataques de asma. Me muero. Hay mucho humo… las llamas ya están aquí. ¡Joder, nunca me gustó el calor!

*Esta carta fue rescatada, del disco duro de un ordenador, por el equipo del Laboratorio de Analítica Forense de los Mossos d’Esquadra, tras un incendio en el edificio Mapfre de la Calle Marina, en Barcelona.

4 Replies to “Carta a Guadalupe*”

  1. Una genial aproximación a la crónica negra de Barcelona, a los crímenes que se olvidan hasta que alguien dice que ya están resueltos y se inventa una crónica que revela victimas mentirosas, asesinos inexistentes y algún inspector recatado que no necesita tantas lámparas descubresangredondeyalolavarontodoconlejía

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