Kureishi

Volví a la Jaume Fuster. Regresé a la biblioteca de la Plaza Lesseps, en Barcelona, como el tipo que retorna a la misma barra del bar de copas donde no pudo ligar la otra noche, buscando lo de siempre: otra oportunidad. Y vaya que si la tuve. Allí había alguien, no para ligar, pero sí para contar algo.

Para empezar, sin el gusano de gente queriendo entrar, como hace un par de días en la charla de escritor japonés Haruki Murakami, esta vez entrar al salón de conferencias, para oír lo que iba a decir su colega Hanif Kureishi, fue fácil.

¿Será que así de sencilla y fácil es la literatuta de este inglés de raíces paquistaníes? Porque siendo sincero, todavía no he leído el primer libro de Kureishi. Claro, a veces oír a un escritor es el mejor preludio para iniciarse en él. Y eso fue lo que pasó. Ya habrá tiempo para su lectura.

Escuche atento a Kureishi, que estaba aquí para hablar de su más reciente novela, Algo que contarte, y después de la presentación que hiciera el también escritor Eduardo Mendoza -no está demás decir que bastante floja-, el inglés comenzó a discernir sobre su obra, la Gran Bretaña, Pakistán, la xenofobia, la adolescencia, el psicoanálisis, Sigmund Freud y hasta se pronunció a favor de lo que la gente llama “programas basura” en la televisión.

Esto último, tal cual como lo confirmó, días después, en la entrevista que publicó La Vanguardia: “Siendo escritor, la verdad es que uno pasa gran parte del día mirando la tele. Me fascinan esos programas de testimonios, tipo “mi marido es un transexual”. Funcionan como terapia, para los invitados y para el espectador, que se dice: gracias a Dios, yo no soy así”.

Volviendo a la sala de la biblioteca, con un tic gestual que le hacía cerrar los ojos por un microinstante y apretar sus labios, mientras lo presentaba Mendoza, Kureishi se mostró después muy afable con la gente. Y como es rutina en este tipo de actos, firmó paciente los ejemplares que una fila de treinta personas le puso por delante.

Pero como no es mucho lo que yo pueda decir de él, y menos de sus obra en general, aquí quedan unas frases de Hanif Kureishi durante su charla, que lo presentan mejor, quizas más de lo que trato de hacer Mendoza en la Jaume Fuster.

1. “Me encanta la vulgaridad y (de) la estupidez inglesa”.

2. “El mundo ha cambiado mucho. Antes teníamos televisores muy pequeños para salas muy grandes. Ahora, los televisores son más grandes que las mismas salas”.

3. “Nada más revelador (de una persona) que la mentira”.

4. “Gran Bretaña ha pasado de ser un país de una sola raza a ser una sociedad multicultural”.

5. “Siempre estoy a punto de regresar a Pakistán… pero me detiene el que se haya convertido en una catástrofe muy peligrosa. Es el país más peligroso del mundo para vivir. No lo recomiendo”.

6. “¿No será que el público tiene una pregunta?”. (Al ver que Mendoza se alargaba en su presentación sin decir mucho de él).

7. “Me interesaría escribir sobre la adolescencia, tengo hijos en esa edad, y escribir cómo es un adolescente, desde su propia voz, sería bueno para mostrar lo cruel que es su vida”.

8. “No creo que para ser un buen escritor se tenga que recurrir al psicoanálisis. La escritura es la mejor de todas las terapias”.

9. “Un par de preguntas y después firmaré un par de libros”. (Lo dijo algo cansado o, mejor, resignado).

10. Un asistente le preguntó: “¿Su sentido del humor ha contribuido a su integración en la Gran Bretaña?”; a lo que Kureishi, sin pensarlo mucho, dijo: “¡No, yo no estoy integrado!”.

Para finalizar, alguien le preguntó sobre qué estaba escribiendo o futuros proyectos. Kureishi contó que tiene una bolsa llena de botellas de licor que le da vueltas en la cabeza. Y pasó a explicar: “Como soy padre de tres adolescentes, me toca llevarlos y recogerlos de las fiestas. Y hay un amigo de ellos que me llama la atención, pues siempre lleva una maleta consigo para todos lados. El otro día le pregunté qué llevaba ahí y él me respondió: “Todo el licor de las fiestas”. Pero cómo lo consigues, si aún no tiene la edad para hacerlo, le pregunté. El me mostró un documento de identidad con su foto, que dice que tiene 26 años, cuando creo que tiene 14 ó 15… vaya, esa anécdota sería buena para alguna historia, sería buena para escribir de eso y de lo bien que es recibido este chico, en las fiestas, por todos sus amigos”.

Murakami

La literatura de Haruki Murakami está habitada por gatos. Las novelas y cuentos de este japonés, de jean y camiseta, están llenos de música -especialmente de jazz- y ambientes oníricos que desbordan sus páginas. De “estilo pop” lo etiquetan muchos de los consabidos expertos; aunque yo, sin ser crítico, solo uno más de sus lectores, por la mezcla de vertientes y lo armonioso de su discurso, lo consideraría más del tipo ‘chill out’. Literatura para relajar y dejar salir el alma, para que ésta camine un poco hasta un bar y se tome una cerveza de cuenta de Murakami. “Paga el japonés”, diría el alma ante los ojos atónitos del barman de turno. “Es que no llevo efectivo ni tarjeta ni bolsillos”, trataría de explicar sin razón.

De eso quería oírle hablar. De eso y su adicción a los maratones. Quería preguntarle qué es más agotador: finalizar una carrera de cuarenta y dos kilómetros, terminar una novela de seiscientas páginas o atender un bar con la barra llena. Eso, además de querer saber si su tono de voz suena igual a su tono literario -sí, esto último, un fetiche-, me hicieron ir el bici desde mi casa hasta la biblioteca.

Pero no pude entrar. A pesar de llegar con noventa y cinco minutos de antelación -el tiempo que dura un partido de fútbol, con reposición incluída- a la hora de su charla, en la biblioteca Jaume Fuster de Barcelona, no se pudo.

Eran las 5:25 de la tarde. Un tierno sol de un invierno con más cara (también puede leerse: máscara) de primavera, me alentó a sumarme a la fila de gente que se alargaba como un gusano sobre la Plaza de Lesseps y, entre las esculturas de hierro, bronce o cualquier otro metal, esperaba para entrar y oírle a partir de las 7.

¿Qué tiene este japonés, con aire de estrella de rock, para atraer a casi quinientas personas, a una charla de martes? En eso pensaba, cuando el rumor de la fila decía que el salón preparado tenía capacidad para doscientas personas y yo estaba casi diez o doce, tal vez quince puestos, más atrás. ¿Pueden ser veinte?

Quizás, adentro, Murakami iba a contar a qué se refiere De qué hablo cuando hablo de correr , un ensayo que escribió sobre su gusto maratónico; tal vez en el salón, junto a sus contertulios, el escritor compartiría el secreto de la eterna búsqueda literaria y fuese a contar, con su voz sonando a jazz, sin ser un disco rayado, de cómo escribió Kafka en la orilla, Tokio Blues o Sauce ciego, mujer dormida, un libro de cuentos que comencé a leer y nunca pude terminar. O simplemente fuese a contar de sus días como propietario y pinchadiscos en el ‘Peter Cat’ de Tokio.

Eso explica, quizás, el porqué estaban las dos señoras que, con carrito de compra y las barras de pan saliéndose por las esquinas de la bolsa, se apretujaban en la fila. De igual manera, también esperaban cinco o seis okupas que de seguro iban a escucharle y no a tomarse la biblioteca como una de sus casas libertarias; también permanecían en el sitio tres estudiantes que leían o hacían que leían estudiando para el examen de mañana. Siempre hay un examen mañana. De la misma manera, con visos de impaciencia, otra señora de pelo tan plateado que se confundía con el metálico de las esculturas, tenía la esperanza de un cupo. Lo mismo, los cuatro jubilados que, adelante, hablaban de la “Guerra” y, claro, de Franco. Y un par de enamorados que, ante su inminente entrada, mataban el tiempo (¿se puede matar?) besándose en una de las bancas de la plaza.

Todos estábamos para oír al escritor japonés. Todos estábamos a la espera. Murakami da para todo. Una literartura diversa para una fauna urbana igual de diversa. Allí reside el quid de la fila de quinientos en un martes de invierno, vestido de primavera. Bueno, el número de parados y desempleados también ayuda. Sin embargo, el éxito de este escritor se entiende en lo que le dijo a El Periódico: “Creo que las buenas historias pueden encontrar lectores en cualquier país y en cualquier idioma. Yo empiezo a escribir con la incertidumbre y la curiosidad de no saber lo que les ocurrirá a mis personajes y espero que mis lectores experimenten esa misma sensación”. Con los quinientos de esa tarde. el ex barman de ‘Peter Cat’ demuestra que lleva algo de razón.

Una fila de lectores tozudos, porque aún cuando el empleado de la biblioteca terminó de repartir un papel, a manera de contraseña, a la gente que alcanzaba a entrar, el gusano de personas siguió creciendo. Sin duda, los que estábamos allí, nos creíamos merecedores de algo más, tal vez una clave que nos llevase de la mano, más allá del punto final de una historia de Murakami.

Íngrid Betancourt no fue ninguna cagona

Tras su retención, en el 2002, y vuelta a la libertad, en julio pasado, Íngrid Betancourt se ha convertido en un personaje de reconocimiento mundial. No sería para menos, después de seis años de estar secuestrada en la selva por las Farc, la ciudadana mitad colombiana-mitad francesa ahora es un símbolo de la lucha contra este delito. 

Por eso va y viene. Desayuna croissant, junto a Sarcozy y Carla Bruni. Come un bocadillo de jamón de bellota, con Rodríguez Zapatero. Almuerza congrio a la chilena, con Michelle Bachelet. Toma la merienda, en Nueva York, con el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon; el menú es coreano: Kimchi (verduras fermentadas) y pasta de Doenjang con salsa de soja. Y, para terminar, cena con el papa Benedicto XVI, algo liviano, langostinos; y de postre, el favorito de Su Santidad, strudel de manzana. Es que, literalmente, al símbolo hay que alimentarlo.

La fama de Íngrid es tal, que la presidenta de Argentina, Cristina Fernández Kirchner, tras su visita en ese país, forzó en días pasados un encuentro de las dos con Madonna, que pasaba por allí. No hubo asado argentino ni chinchulines, pero la foto de la Presidenta, la cantante y el símbolo, dio la vuelta al planeta. Ingrid de nuevo en las primeras planas del mundo.

Sin embargo, todo este ir y venir, todo ese trabajo de relaciones públicas no le alcanzó a la ex candidata presidencial en Colombia para lograr el maximo reconocimiento que puede conseguir una figura mundial en Barcelona: ser uno de los treinta mil caganers (cagones sería la traducción al castellano) que se exhiben y venden este año en la Feria de Santa Lucía, frente a La Catedral de la Ciudad Condal.

 Sí. Fui a buscarla. Con un sentimiento que mezclaba la pena y el orgullo colombiano, pero no la encontré. En los estantes del local de caganers, vi que Hugo Chávez repetía, literalmente, cagada, pues el año pasado también estuvo; que Carla Bruni, a pesar de su imagen de primera dama francesa, es tan humana como usted o como yo; que Rafael Nadal hace tanta fuerza como la que emplea para vencer a Federer, que con razón Lula Da Silva es el presidente de “O pais mais grande do mundo”, que Rajoy y Zapatero hasta en esto puntean en la política española. Tampoco faltan ni la Familia Real ni el papa Benedicto XVI… pero Ingrid no estaba por ningún lado.

“Preguntan mucho por Fidel (Castro), pero por ella no”. Así respondió Marc, el artesano y vendedor, en su puesto de caganer, cuando le pregunté si tenía a Íngrid Betancourt entre sus tantas figuras de barro. “Habrá que hacerla para el próximo año -añadió mientras vendía por 15 euros a un Barack Obama que, sin mucho estreñimiento, también aquí pudo-. La figura como caganer del nuevo presidente de EE. UU. es la más vendida de la feria.  

Según la explicación de los expertos, esta escatológica tradición tiene su origen en el siglo XVIII. “Es una figura obligada en los belenes (pesebres), puesto que la gente decía que con su deposición abonaba la tierra y así la fertilizaba para el año siguiente. Colocar esta figura en el Belén, traía suerte y alegría, no hacerlo comportaba desventura”. Y ¿es que si la caca de Ingrid, Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, Legión de Honor en el grado de Caballero de Francia, y hasta postulada al Premio Nobel de Paz, no sirve cómo abono, pues tampoco sirven la de Nadal, Fernando Alonso, o los jugadores del Barça.

“No”, respondió Marc, al ver que mi enojo y demanda podía crear un litigio internacional y llegar hasta el Tribunal de La Haya. “Te prometó que para el 2009 la tendremos… eso sí, si no la compran, pues la sacamos del mercado”, agregó. Entonces me fui tranquilo. Quizás Óscar Morales, el barranquillero creador en Facebook de ‘Un millón de voces contra las Farc’, podría hacer un llamamiento por ese medio para marchar bajo el lema ‘Un millón de voces para que Ingrid sea una cagona (caganer)’… eso seguramente que presionaría para tenerla en el puesto de Marc.

Caminé por la Avenida Catedral, rumbo a casa, tranquilo porque en el 2009 vamos a tener a Ingrid aquí. Me fui leyendo en mi mente lo que dirían los titulares de la prensa en Colombia, registrando la noticia como el triunfo de toda una nación. El Tiempo: “Ingrid, la primera ‘caganer’ colombiana”; El Espacio: “La mierda de Ingrid aterriza en Barcelona”; El Espectador: “Esperanza en la tierra catalana, gracias a las heces de Ingrid”; El Heraldo: “Comienza el Carnaval de Barranquilla”; El País (de Cali): “Ingrid hizo popó en Barcelona”; y El Gusano, la única revista que no tiene eslogan: “¡La cagó, Ingrid la cagó!”.

Allí, además de sus amigos, seguramente estarán Mariano Rajoy, líder del Partido Popular, y Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno español, con los brazos cruzados, y otra partes muy apretadas, para darle la bienvenida que merece. Mucha suerte a Ingrid, pero a la caganer.

El derbi de las patatas fritas (Barcelona vs. Real Madrid)

Parafraseando a los parafraseadores de los expertos: “la imagen lo dice todo”. O mejor dicho, la foto resume lo que se verá el sábado en el Camp Nou. Las patatas (papas) fritas del Barcelona FC contra las del Real Madrid. El ambiente está bastante crocante.

Las primeras, las azulgrana, están muy bien aceitadas. Muy bien peladas y cortadas, además de enjuagadas por suficiente agua otoñal. Es que el chef que las prepara no improvisa nada y hasta las ha rodeado de bastante prensa, digo, papel, para que les chupe la grasa y no se pasen de aceite.

“Sabe hacer patatas”. “Fue una de ellas”. “Es un motivador y ahí está el secreto de que le queden tan crocantes y se sientan tan sabrosas”. “Le habla a cada una de ellas”. Estos son algunos de los comentario de quienes se han pasado por el Camp Nou y las han probado.

En el otro paquete, las cosas no son iguales. Se sienten pasadas de sal. Además, algunas están muy blandas y se parten con solo mirarlas; otras, por su lado, salen muy duras y no dejan buen sabor de boca. “Están hechas con técnica alemana”, refunfuñan y casi que se excusan en Madrid.

Los dos paquetes se enfrentan el sábado. Y aunque todo parece indicar que el azulgrana tiene mejores ingrendientes, todo puede pasar en el mundo de las patatas fritas. Como alguna vez dijo una persona, recordando a un experto: “en esto de las patatas no se puede cantar victoria sino hasta después del último crujido”.

Sin embargo, yo me inclino por el paquete blanco. Y ¿usted?

Amanecerá y crujiremos.

“Feliz cumple, Woody”, de Vicky, Cristina y no de Barcelona

El uno de diciembre Allen Stewart Konigsberg cumplió 73 años. Y para quienes este nombre no les remita a una cara conocida, quizás si les diga que se trata de un guionista y director estadounidense de origen judio, que mide 165 centímetros y que ha hecho un sinnúmero de filmes, pasando por Manhattan hasta la actual Vicky Cristina Barcelona (VCB), de inmediato recuerden, tal vez, que se trata de Woody Allen.

Aprovechando esa fecha y el que su cinta más reciente está directamente ligada al sentir de Barcelona, —fue rodada en su mayoría en esta ciudad-, un amigo mío, Fabián Álvarez Motato, al mejor estilo paparazzi, vigiló la estatua que le hicieron en honor al director en Oviedo, para constatar cuántas personas se acercaban a felicitarle por su cumple… y por ahí derecho, agradecerle por la más española de sus ‘pelis’.

Al comienzo de la mañana, al Allen de metal se le vio muy solo en la calle de las Milicias Nacionales, en el centro de Oviedo. Ni fanáticos ni seguidores. Ni siquiera los turistas, tan adictos y necesitados a las fotos “yo estuve en…”, se encontraban a su lado. Quizás caminaba pensando que debió haber hecho VCB en blanco y negro, al estilo Manhattan (1979), para darle un aire de obra maestra y quitarle ese aspecto que algunos críticos han comparado con una guía de turismo, un video institucional de dos horas de Barcelona o un “artículo de revista de avión”, como se refirió acerca de la película el escritor mexicano Juan Villoro. 

 

Con el paso del tiempo, tres personas aparecieron en la calle y la cara de ansiedad de la estatua, que hizo Vicente Santarua, esbozó algo de felicidad, pero las tres siguieron derecho sin determinar el homenaje en bronce al premio Príncipe de Asturias de las Artes de 2002Pasaron como si formaran parte de ese 67 por ciento del público que, según el sondeo de La Vanguardia, desde que la cinta se estrenó el 19 de septiembre, vio el filme y no le gustó. Por eso, sobre el mismo sitio, como quién vuelve a la misma pregunta de siempre, la estatua siguió caminado… y cavilando.

Y qué tal si a cambio de Giulia & los Tellarini, que cantan: / Por qué tanto perderse / Tanto buscarse / sin encontrarse… / Barcelona / te estás equivocando / no puedes seguir inventando / que el mundo sea otra cosa / y volar como mariposa… /; sí,  qué tal si en vez de ellos hubiera partido otra vez de Rhapsody in Blue del buen George Gershwin, como hice con Manhattan… y por ahí mismo le hubiera metido algo de mi clarinete con la New Orleans Jazz Band”, pareció oírsele pensar en voz alta.

Justo en ese instante, mientras la estatua seguía, paso a paso, con sus dudas, cual personaje de una de las películas del hombre que la inspiró, la cámara de Álvarez tomó el momento de lo más cerca que estuvo una persona de saludar, aquel día, la obra a tamaño real de Woody -como lo vemos en la anterior imagen-. “No quiero salir en una foto con éste, protestó el transeúnte -al que solo se le ve una pierna-, señalando al bronce. Con VCB no rememora a Manhattan sino al primer filme de su carrera: Toma el dinero el dinero y corre (1969), añadió en referencia a que se dice que el Ayuntamiento (Alcaldía) de Barcelona le pagó un millón de euros al Allen de carne y hueso, y la Generalitat (Gobernación), otros 500 mil por filmarla en los lugares más conocidos de la ciudad. Eso, además, de poner su nombre en el título. 

Acongojada por semejante desproporción de comentario, a la estatua no se le cayó la cara de la vergüenza pero sí las gafas. Se sintió más sola que Mia Farrow al darse cuenta que su (entonces) esposo mantenía una relación con Soon Yi, una de sus hijas adoptivas. El bronce trató de decir palabra, pero se dio cuenta de que las estatuas no hablan. Sin embargo logró farfullar algo del sí mismo de carne y hueso. “Cuando comencé a escribir el guión, no pensaba en otra cosa que no fuera crear una historia en la que Barcelona fuera un personaje más… quería rendirle un homenaje, porque me encanta esta ciudad y porque me encanta España. Una historia asi solo podría ocurrir en un lugar como París o Barcelona”.

A favor de Allen, ejerciendo de abogado del diablo -con el perdón del diablo-, puedo decir que ya vi VCB y me gustó. Claro no soy un crítico, formo parte de la multitud, pero me divertí. Eso sí, no me reí tanto como en Misterioso asesinato en Manhattan (1993), El dormilón (1973) o Poderosa Afrodita (1995); ni me deslumbró como Manhattan, ni es tan contundente como Match Point (2005), pero se puede decir que es una ‘pelí’ con la fórmula del director. Y como tal, funciona. Como la Coca-Cola siendo una marca blanca en un supermercado.

  

Está bien, no es un filme para la posteridad, pero inaugura un nuevo género: el ‘cine-postal’. “Allen nos redujo a un cliché”, dijo sobre la película el escritor catalán Jordi Soler. Pero preguntó: ¿qué ciudad no lo es? A Soler le diría que hay que dejar a un lado esa hipocondría barcelonista, pues otras películas ya trabajaron ese “cliché”. Lo hicieron con menos presupuesto, menos historia y más argumento trillado. Como pasó con Una casa de locos (2002), que trata sobre la vida de un estudiante Erasmus, sus compañeros de piso y las aventuras que viven en un año de estadía. Más lugar común no podía ser. Está bien, algo similar a las dos amigas gringas, buscando emoción en el verano ibérico, pero con la firma de Allen.

Volviendo a la estatua, y es que nos hemos alejado porque no pasaba nada con ella y sigue más sola que nunca… con las manos en los bolsillos, protegiéndose del frío otoñal. Sola y con muchas dudas.

Aprovechamos este momento para oír la opinión de nuestro paparazzi, quién también ya vio la ‘peli’ y es una voz, desde la multitud, para decir lo que piensa: “a mi parecer -dice Fabián Álvarez Motato, el fotógrafo de la estatua- de pronto es la película más insignificante de todas las que ha rodado, siendo un gran fan de Woody. Las bromas no me parecieron brillantes ni graciosas, con drama vaselino, su trasfondo se sustenta en la obviedad y la visión de los personajes es banal. Lo contrario en el Londres de Match Point o la Venecia de Todos dicen I Love You (1996), saliendo dignificadas; la Barsa de Vicky, Cristina……no es más que una vitrina postal de una comedia menor”. Si usted ya la vio, ¿qué puede decir? ¿Qué puede escribir?

 

¿Se equivocó Allen? ¿Dio un paso en falso en su carrera? ¿Ya hizo lo que tenía que hacer y más no se le puede pedir? ¿Dejará a Soon Yi por alguna hija que adopten? Estas preguntas, tipo serie de la TV gringa de los años 70, quizás no tengan respuestas. Pero a manera de ellas quedan dos imágenes:

La de un rictus en su cara, claro está, la de la estatua, más triste que de costumbre. Hay quienes dicen que ha cambiado desde que la inauguraron en mayo de 2003. Y ahora denota un cambio en el estado de ánimo. Es que, con lo que se ve en el cine, hasta las estatuas se deprimen.

Y otra última, en forma de comentario visual, la de un ácido crítico que quizás, también ya vio Vicky Cristina Barcelona… y quiso, a su manera, dejarnos ver su pensar. Nada más.

 ¿Quién dijo que los perros no podían opinar?

El museo de los humano… demasiado humano (léase: el museo de lo inútil)

Curiosidad. Morbo. Excentricidad. Llámese como se le quiera llamar, no deja de causar cierta hilaridad, con todo el respeto que se merece, la noticia de que en México recuperaran la silla de montar de Emiliano Zapata y ahora esté expuesta en una de las salas del museo de Tlaltizapán. ¿Será tan difícil de encontrar como de pronunciar?

Allí, a ojo de todas las personas que visiten el lugar, se puede ver la montura que llevaba el caudillo de la Revolución mejicana de 1910, cuando fue emboscado y asesinado sobre su caballo ‘As de Oros’. También se podría decir, de la forma más castiza, ahí está al alcance del culo de todos, pues no faltará el que, al mejor estilo de una foto “yo estuve en…”, quiera medir sus posaderas y delirios de grandeza con las cualidades del líder revolucionario.

Algunos expertos podrán argumentar que se trata de un objeto de “alto valor histórico”, puede que sí. No lo discuto. Pero para mí no fue sino la diana de las flatulencias de Zapata en sus largos peregrinajes por los caminos aztecas. Ignorante, me dirán otros, pero pregunto: ¿Qué más se podría esperar, después de engullir unos tacos con frijoles refritos y mucho guacamole, yendo a todo galope, persiguiendo o huyendo del enemigo?

Por eso la silla, descrita por Joaquín Ibarz, corresponsal en México del periódico catalán La Vanguardia , “de plata repujada, latón, telas y cuero”, me lleva a viajar en el tiempo y pensar en la posibilidad de un museo de lo inútil. Un museo en el futuro de cosas utilizadas por líderes y presidentes en el mundo contemporáneo, solo para demostrar cuán humanos somos. Cuán estúpidos seremos. Y qué tontos fuimos.

Sí. Un lugar donde quepan todo tipo de despropósitos y de materiales que buscan enaltecer a un ser de carne y hueso. Un chéchere o viejera, como le dicen en Colombia, cuyo fin normal sería el trasto de la basura o un ‘Mercado de la Pulga’, en Bogotá, o un ‘Mercat dels Encants’, en Barcelona; pero que, con la vanidad y el “sentido histórico” sumados, queda para glorificar a una persona. Un transeúnte por este mundo, como todos las demás, común y corriente, como usted o como yo, de carne y hueso. Eso sí, con algo más de prensa.

De mi parte, votaría para estuvieran, en una especie de ‘Sala Colombia’, y para que los vayan guardando de una buena vez, y así evitar imitaciones chinas, el sombrero aguadeño del presidente de Colombia, Álvaro Uribe; el smoking que usó -hecho a la medida de uno de su hijos- y que le quedó pequeño, en una de las tantas recepciones con el rey Juan Carlos; y la toalla de Manuel Marulanda Vélez, ‘Tirofijo’, el fallecido ex comandante de las Farc, que aparecía en alguno de sus hombros, como una de sus más cercanas consejeras…

¿Usted que pondría? Si no se anima, a modo de ejemplo, le puedo sugerir que la sudadera (o chándal) Adidas con la (el) que Fidel Castro aparece cada tanto, tras su larga enfermedad, es una buena opción. ¿Tiene más sugerencias? Pues entonces, ¡escriba!

Cósmico (Doraemon):”Sueño con comerme al ratón Mickey”

Sincera. Con esa palabra se resume la charla que tuve con el Gato Cósmico, como lo conocemos en Colombia, invitado especial al XIV Salón de Manga en L’Hospitalet, distrito en el sur de Barcelona, a 20 minutos del centro, en la Línea 1 del metro.

Gracias a que se cumplen 15 años de ser emitido en la televisión de España y a que recientemente, Doraemon, como lo conocen acá, fue nombrado por el ministro de Asutos Exteriores del Japón, Masahiko Komura, como “embajador” del animado de ese país por el planeta, el gato fue la estrella de la reunión.

Con su pelo azul, ojos grandes, boca roja y su bolsillo en la panza, de donde saca cuanto objeto sirve para salvar de apuros a Nobita en la serie animada, el felino se tomó un instante, entre tanto visitante, y nos recibió para maullarnos detrás de bambalinas. Eso sí, más allá de sus mil capítulos en TV y sus cuatro películas en la pantalla grande.

¿Cómo recibe el nombramiento de “Embajador del anime” que le hizo el gobierno japonés y que le da licencia para viajar por el mundo dando a conocer este género?

Es un honor, pero también es el reconocimiento a una larga carrera. No soy nada diplomático y siendo sincero, eso de trabajar para el Estado, es bueno; más en estos tiempos de crisis económica. También necesito descansar, quizás escriba mis memorias, y qué mejor que un cargo como éste, donde solo hay que viajar y poner la cara. Nada mal. Estoy un poco saturado de las grabaciones. Esto no es fácil, sino pregúntele a Tom, que lleva más que yo en el mundo del espectáculo y no ha podido con Jerry.

A propósito, habla con sus colegas del oficio…

Muy poco, por ahí nos ronroneamos algo, pero cada quien hace lo suyo. Una vez nos encontramos para la entrega del premio Catstar (se entregaba al mejor gato del entertaiment, pero al no tener apoyo económico se dejó de hacer en 1977) con Silvestre (de Piolín), con Tom (de Tom&Jerry), y yo les traté de aconsejar para que armaran sus propios programas, para que dejarán de perseguir animales tan insignificantes, como sus partners, pero lo tomaron a mal. Ni modo.

¿Lo mismo le aconsejaría ‘Snowball’ o ‘Bola de nieve’, en Los Simpson? Ese un gato que se ha ido consiguiendo su lugar en la serie…

No, a Matt (Groening), le diría, como ya se lo hice saber una vez que nos encontramos en una playa nudista en Malibú, que la clave y renovación de Los Simpson está e darle más vuelo, y porqué no, su propio show, a Itchy&Scratchy. Creo que aquí en España le llaman Rasca y Pica. Esta miniserie, que ven Bart y Lisa en la TV, reúne todo para ser un éxito del animado: violencia moderada, el clásico enfrentamiento entre el bien y el mal, y algo de sangre. Ahí está la salvación, Matt. Es que sabe que me pasa, cuando veo un capítulo de Los Simpson, así sea nuevo, siento como si ya me lo hubiera visto antes.

Hablando de Los Simpson, como ellos, muchos dibujos animados (Mickey Mouse, Winnie the Pooh, Pato Donald y Bugs Bunny) ya tienen su estrella en el Boulevard de la Fama, en Hollywood, ¿no siente qué hace falta la suya?

¡No! A mí lo que me hace falta es una gata siamesa y una buena lata de comida. Con eso, estoy contento. Además, en Estados Unidos todavía no olvidan Pearl Harbor.

Algunos expertos de los animados opinan que usted es una mala copia de Félix, el gato, ese personaje de pelaje negro y risa aguda, que brilló desde 1919 y que se autodefinía como “Félix, el único, único gato”, ¿qué opina de esas críticas?

Nunca le he parado la cola a ese tipo de comentarios. Además, el hecho de que yo tenga una bolsa en mi panza y que Félix tuviera una maleta, de las que saquemos cosas, es una casualidad argumental. Además, sabe una cosa, los críticos están un escalón antes en la Teoría de la Evolución de Darwin. Luego de ellos sigue el mono y, finalmente, el ser humano.

… y en esa Teoría de la Evolución, según usted, ¿dónde están los gatos?

El hombre fue el borrador del gato. Lo que pasa es que a nosotros nos gusta el bajo y rastrero perfil.

Aprovechando su sinceridad, se dice que en un momento, por allá en los años 80, estuvieron a punto de terminar la serie por sus disputas y egos con Nobita…

Él nunca supo que su trabajo era secundario. La estrella del programa era yo. ¿Acaso en Colombia, donde lo trasmitieron durante casi 10 años, lo tradujeron como Nobita Cósmico? No, allá se llamó El gato Cósmico. Otro ejemplo es que acá, en España, no le llaman Nobita sino Doraemon, que es mi nombre artístico. ¿Alguna duda?

¿Qué le dice esta letra: El gato que está triste y azul…?

Es una bonita balada del brasileño Roberto Carlos, no el jugador de fútbol sino el cantante, pero me quedo con El gato volador, de El Chombo; o El gato y yo, de Amanda Miguel; y Mi gato y yo, de Rosario. Cada una para hacer lo que quiera.

Ya que lo tengo aquí, ¿de dónde salió la creencia de que si uno se cruza con un gato negro, eso significa mala suerte?

No sé exactamente, pero esa mala prensa se la dio Édgar Allan Poe, con su cuento Gato negro, creo que tuvo que ver mucho eso.

Para usted, ¿cuál es la mejor película animada de todos los tiempos?

Pensaría en Hormiguitaz o Hormigaz de Eric Darnell y Tim Johnson, con voz de Woody Allen, pero quedaría como un intelectual de caricatura. Sacando las cuatro mías, para no pecar de prepotente y arrogante, y para no dejar al gremio por fuera, diría que El gato Fritz, una obra de arte sobre la decadencia de ser y del hacer.

En estos 40 años de existencia, en estas casi cuatro décadas de estar en el mundo de entretenimiento, ¿qué le queda por hacer a usted? ¿Tiene algún sueño por cumplir?

Sí, sabe que no hablo mucho de eso, pero se lo voy a decir sin tapujos: sueño con comerme algún día y de una buena vez al ratón Mickey.

Durante los cuatro días que duró el Salón de Manga, alrededor de 60 mil personas, incluyendo otakus -personas que visten y disfrazan como su anime favorito- de toda la región de Cataluña y sur de Francia, visitaron el lugar.

Un Nobel con aires de personaje literario

 

Gao Xingjian

 

Cuando vi por primera vez a Gao Xingjian, durante la apertura de Kosmopolis 2008, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), de inmediato me dio la impresión de haberme encontrado con Satoru Nakata, ese personaje que tan bien describe el novelista japones Haruki Murakami en su novela Kafka en la orilla .

Y aunque el primero, el escritor y pintor, es un chino real, de carne y hueso, nacionalizado en Francia; y el segundo, Nakata, es un japonés de ficción, creado por Murakami para su novela, estoy seguro de que los dos guardan una semejanza. Un algo que los une y los hace ver como uno solo. Un sentir y ser que no solo está en el ver oriental de sus miradas.

O, por lo menos, eso fue lo que me quedó al oír y ver al premio Nobel del año 2000, en la jornada inaugural de la cuarta edición de lo que los organizadores llaman -y vaya si tienen razón-: “la Fiesta Internacional de la Literatura” (En otra actualización de blog, hablaremos de ello).

Esa noche, bajo una gran pantalla que anunciaba el quid, eslogan, leit motiv o como quieran llamarlo de Kosmopolis 08: “Escritores por el cambio”, con su pelo negro, blanco y gris; y vistiendo chaqueta y suéter negro, Gao Xingjian se subió al escenario. Pero a quién vi y escuché fue a Satoru Nakata.

Con un francés nada achinado, hablaba claro. No llevaba la bolsa de lona con sus pertenencias y su termo para el té, y no estaba Hoshino, el hincha de los Chunichi Dragons, que lo acompañó y siguió desde Tokio a Takamatsu en Kafka en la orilla. Pero Xingjian, con la misma sinceridad que Nakata conversaba y se entendía con los gatos en la historia, habló y conversó con las personas que esa noche, a pesar del frío otoñal, llenamos el recibidor del CCCB.

Entre frases sencillas y tranquilas, como si su fuera un apóstol del slow speak, para que el que escucha asimile y entienda de la mejor manera, el escritor chino contó, entre otras cosas, como durante la revolución cultural en ese país, fue enviado a trabajar diez años en el campo.

“En ese tiempo -dijo-, solo tenía la noche para escribir. Muchas veces lo hacía en la cama, iluminadome con cualquier vela o linterna. Y como eso estaba prohibido, en varias ocasiones, para que no me descubrieran, me tocó romper y destruir mis papeles”.

Pero su charla discurso no se quedó en eso. También, con la sencillez y el sentido común que le da a Nakata el andar desmemoriado, el Nobel argumentó, eso sí, con buena memoria, el porqué no cree que la obra de un artista deba estar ligada al compromiso político de querer cambiar el mundo.

El Nobel de literatura del 2000 (izq.) en Kosmopolis 08, Barcelona.
El Nobel de literatura del 2000 (izq.) en Kosmopolis 08, Barcelona.

“El trabajo de quien escribe -explicó- es tocar esos temas que los políticos no mencionan, ser un testigo directo de la condición humana y llevarla al papel, al lienzo, al vídeo, al cine. Por eso todavía leemos a Shakespeare o a Cervantes y no los discursos de los líderes y políticos mundiales. El papel de cualquier artista es despertar conciencias”.

Precisamente por llevar a la práctica esa idea, el autor de obras como La montaña del alma y Libro del hombre solo huyó de su país en 1988, donde fue acusado de “contaminación intelectual”. Allí, según él, sus trabajos no tienen ninguna difusión y su nombre no menciona para nada.

“Mis obras siguen censuradas en China y he sido borrado de la lista de ganadores del Nobel”, le contó el autor al periodista Josep Massot, en un artículo de La Vanguardia de Barcelona.

Sin embargo, tras una cara redonda con arrugas delgadas, que apenas se asoman y juegan alrededor de sus ojos; y una sonrisa que deja ver más su timidez que la felicidad, Xingjian, a los 68 años, camina por el mundo. Va de galería en galería, colgando sus lienzos, mostrando sus vídeos -“despertando conciencia”, me repitó-. La razón de su vida, tanto como caminar, es esa, crear. Despertar conciencias.

Tal vez de ahí que se me haya parecido a Satoru Nakata. Porque mientras Xingjian maneja el poder de la palabra y la creación con sus pinturas, sus obras de teatro, sus libros y vídeos, y con esto despierta conciencias; el viejo japonés de Kafka en la orilla tiene el don de la tranquilidad y la pausa, y además puede hablar con los gatos. Eso sin decir que, gracias a él, en la novela, Hoshino termina siendo otra persona.

Cuando la charla termino, lo vi quitarse el micrófono. Levantarse, oír con atención y darle la mano a una que otra persona que se le acercó. Luego bajó del escenario, se tomó una foto con uno, dos… tres admiradores. Al final, las puertas del ascensor se abrieron, él dio un paso adentro y no lo vi más. Quizás, esa noche, volvió a las páginas de donde había salido antes.

El día de los muertos vivientes en Sitges

Pendones del Festival de Cine de Sitges
George A. Romero no llegó a Sitges el 10 de octubre. Sin embargo, a plena luz del día, aún sin que la oscuridad de la noche cayera sobre este otrora pueblo de pescadores, 36 kilómetros al sur de Barcelona, un ejército de zombies, vestidos de harapos ensangrentados, arrastrando los pies, de mirada perdida, y con ganas de satisfacer su dieta alta en carne y cerebros humanos, se apoderó de las calles y playas de esta ciudad sobre el Mediterráneo español.
Yo también quiero cerebro... ñam, ñam, ñam...
Romero no aterrizó en Cataluña, pero esas criaturas, que se suponen muertas y que han vuelto a la vida sin voluntad propia, sí. Esos monstruos que el mismo director estadounidense sacó de la oscuridad eterna, con su película La noche de los muertos vivientes de 1968, recorrieron a pie la distancia que separa al edificio Miramar del hotel Melía, en Sitges.
“No nos hacemos responsables de las mutaciones durante este día. Está permitido todo”, dejó salir de su boca, durante la salida, Juan Manuel Pastor, encargado de organizar la caminata, en la que participaron más de mil personas, durante la edición 41 del Festival Internacional de Cine Fantástico que tuvo lugar del 2 al 12 de octubre, en esta ciudad.

Y de verdad, todo estuvo permitido. Desde la Plaza del Ayuntamiento, con un cielo azul y un sol que tampoco se quería perder de este horror, fueron caminando momias embadurnadas de lodo, parejas bañadas en sangre, hombres sin cabeza y niños con tres ojos. Todos querían comer a cuanto humano se les atravesara. Estaban dispuestos a morder cuellos y cabezas. Y, sin ninguna regla de protocolo en la mesa o mejor, en la calle, roer fémures y omoplatos para chupar la esencia que les devolviera, poco a poco, más vida.

Así lo hicieron.
Aunque eso solo se dio en la imaginación de los que seguimos este género fílmico, pues en la Sitges que vimos, todo era fiesta y cerveza. Hasta un grupillo rezagado de gente se animó a gritar: “Los muertos somos más… los muertos somos más”, mientras la marcha seguía su camino y el horror se desplazaba arrastrando los pasos. Uno a uno. Uno tras otro.

Pareja de zombies... ni la muerte los separó.

 

No era para menos, pues la celebración de los 40 años de la película que el American Film Institute tiene en el puesto 93, entre las 100 mejores de la historia, y que el Congreso de E.U. nombró “significativamente culturalmente”, que fue rodada con un presupuesto de 114 mil dólares y que dio pie para cientos de pelis , no se podía enterrar como un cadáver sin nombre en una tumba desconocida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una de las asistentes, la crítica de cine Magdalena Navarro, entre la nube de muertos hechos a punta de pintura blanca y sirope de chocolate, atinó a decir: “Lo que da miedo de los zombies, y que los diferencia de otras pesadillas, es que absolutamente cualquiera puede convertirse en uno de ellos. No importa cuán buena persona fue cuando estaba vivo, o lo mucho que quisiera a su madre; una vez vuelva de entre los muertos, lo único que querrá hacer es comérsela. De ahí el terror en el ojo del espectador”. De ahí que el género siga vivo en la pantalla grande.


Entre ellos, también estaba Bill Hinzman, asistente de cámara en la cinta original y director de fotografía en la versión de 1990. “Estar entre estos muertos es maravilloso”, comentó con su cara de Frankestein. Según Hinzman, Romero no pudo llegar por estar rodando, precisamente, en Canadá, un nuevo filme: The Island of the Living Dead. “Tuvo que cancelar su viaje a última hora. Es una lástima, porque se hubiera divertido más que cuando filmamos la primera versión”, agregó. Y razón tenía.

Tras el paso mortuorio quedó un rastro de sangre y vísceras. Ese fue lo que vio la gente apostada a lado y lado de las calles Davallada, Porto Alegre, Fonollar. Hasta el Rincón de la Calma, antes de llegar a la iglesia de Sant Bartomeu y Santa Tecla, perdió su habitual silencio con la macabra procesión. La marcha, encabezada por un hombre sin cabeza, subió al Mirador de Miguel Utrillo i Marlius. Luego bajó al Paseo de la Ribera, para perderse entre los bañistas que a esa hora tomaban el sol en la playa La Fragata. Uno que otro muerto aprovechó el momento para hacer lo mismo y darle un tono más oscuro a su piel amarillenta.

Luego, en esa misma playa, zombies y vivos gritaron –otra vez y más fuerte y cón más voces unidas-: “Los muertos somos más!”. Después el halo de muerte se incrementó con la música de los grupos españoles Motorzombis, Dulcamara, Eyaculación Post Mortem, Secret Army, Brioles y Los Tiki Phantoms.


 

 

 

 

 

 

 

 


 

Y aunque todo esto se planeó ese día, en la ciudad, para rendirle un homenaje -que pretendió salir del cementerio de Sitges, pero que el Ayuntamiento por respeto, no dejó-a Romero y su filme, al cumplirse 40 años del estreno, el cineasta no apareció. Quizás al miedo de verse rodeado de tanto espanto, venido desde todos los rincones de Europa, lo hizo desistir de la idea. A pesar de su ausencia, los muertos volvieron a salir de sus tumbas y, sin importar la caída, ese día, de las bolsas en las principales capitales del mundo, marcharon y demostraron que están muy vivos. Y su cine, mucho más. Descansen en paz, para que regresen a comer. Los estaremos esperando. Eso sí, sentados en una silla, en la oscuridad de una sala de cine, teniendo en mano la única arma que como espectadores tenemos para enfrentarlos: las palomitas de maíz.

Anexo: Recomendaciones para defenderse de un zombie. Recuerde que como estos seres ya están muertos, es difícil matarles. Por eso lo mejor es un golpe directo y fuerte a la cabeza, tipo dejarles caer un yunque u otro objeto pesado, que se las destripe y las deje como un sánduche. Si tiene una escopeta, revólver o pistola a mano, los expertos en este tipo de enfrentamiento recomiendan un disparo (varios, si es necesario) en la frente. Con eso dejaran de querer asestarle una mordida a su cerebro… otros prefieren chamuscarlos hasta convertirlos en cenizas. En usted está que no se dejé morder y convertirse en uno de ellos.

Ver más fotos y otro lado de la historia en:
http://www.facebook.com/album.php?aid=56693&l=65cb9&id=584761639