La huella de Bolaño

Visitar la exposición Archivo Bolaño: 1977-2003, que está abierta hasta el 30 de junio en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), y que luego irá a Nueva York y Madrid, es como entrar en un túnel que conduce a la mente del escritor chileno, reconocido por novelas como Los detectives salvajes y 2666. Al cumplirse diez años de su muerte, la muestra le rinde un justo homenaje y subraya lo que el autor pregonaba en vida: “El único deber de un escritor es escribir bien”.

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Publicado en Gaceta – El País

 

¿El patrón del mal?


Lance Armstrong no ganó los siete Tour de Francia que corrió entre 1999 y 2005. Su nombre fue borrado del palmarés de la carrera y el primer cajón del podio ha quedado en blanco (mejor sería decir: en negro). El que fuera “El patrón” del Tour, durante siete años seguidos, tendrá también que devolver el dinero de los premios. Y hasta los leones de peluche del Crédit Lyonnais, el patrocinador del maillot amarillo de campeón.

Así lo determinó la Unión Ciclista Internacional (UCI), tras el informe que hizo público la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (Usada). Un documento de 204 páginas que se lee como si fuera El Padrino de Mario Puzo. Una novela al mejor estilo de la mafia, con capo di tutti capi, código de silencio, impunidades a cambio de acusaciones, soplones, intrigas, amenazas, droga, corrupción, dinero, mucho dinero y, claro, uno que otro italiano de por medio. El guión está servido, Francis Ford: ¿para cuándo la película?

Pero algo que ha salido a flote, paralelo a la investigación, fue el interés o intento de compra del Tour de Francia, por parte del texano, a la familia Amaury, los propietarios de ASO Sport y dueños de la carrera. Lance, como buen cowboy, vio en el Tour de Francia el oro que buscaban sus antecesores en el oeste americano. No por nada le gustaba tanto el amarillo. ¿Querría ser el “dealer” de los nuevos valores de la bici bajo la bandera de la EPO? ¿Sería este un comienzo para hacer del dopaje algo más natural de lo que fue durante su carrera?

Nunca llevé una pulsera de plástico amarillo en mi muñeca. Siempre me pareció, como dicen aquí en España, “hortera”, de mal gusto. Aun así fuera para apoyar a su fundación en la lucha contra el cáncer. Retrocedo en el tiempo y llegó a 2009. Final de etapa de la prueba francesa en Barcelona. Durante tres horas, aguacero de verano incluido, esperé la llegada de la etapa que ganaría Thor Hushovd. Antes, como es tradicional, arribó la caravana publicitaria de los patrocinadores. Entonces fui testigo de cómo un batallón de chicos y chicas, uniformados con chaquetas amarillas, vendía a 1€ cada pulserita de Livestrong. Eran cientos… y el público casi se las quitaba de las manos a los vendedores. Los euros iban y venían. El amigo americano se estaba adueñando poco a poco de la carrera. Cada año su ejército amarillo marchaba así para conquistar París.


Ese 2009 fue el año de su regreso. Con el maillot del Astana y en un estado de guerra fría con Alberto Contador por el liderato del equipo. La gente rodeaba el autocar de la escuadra esperando ver al extraterrestre corredor. Pero los guardespaldas -ahora entiendo el porqué de ellos- lo impedían. Al día siguiente, en la salida de la etapa, tras un tumulto de gente, disparé mi cámara y en la foto descubrí la cara de una persona ambiciosa. Ya no era el chico que había ganado el Campeonato Mundial de Ruta de Oslo, feliz por la victoria. Ahora era alguien más adusto y frío, que había ascendido en la escala deportiva y social.

El lunes, cuando se dio la decisión de la UCI, por casualidad vi en la televisión El Padrino III. Y una frase de Michael Corleone me hizo volver a Armstrong: “nunca me gustó lo que hacía, pero era mi trabajo. Esperaba que cada vez que subía y trataba con personajes de mayor rango y nivel, las cosas fueran más limpias, pero fue todo lo contrario. Entre más subía, todo estaba más podrido”.

Fue ese el caso de Lance. Al que algunos consideran víctima más que victimario. ¿Por qué no se defiende? ¿No hay más fichas de este dominó que tendrían que caer? O calla por que en realidad sí es “El patrón de mal” y el código de silencio es un honor que él no se atrevería a romper, a diferencia de sus lugartenientes. Por ahora, lo único seguro es que además de los premios y los siete Tour de Francia, peluches incluidos, también le serán quitados los puestos 868 y 232 de la Maratón de Nueva York, de 2006 y 2007, respectivamente. Eso por no decir que el alcalde de la localidad en donde queda Alpe d’Huez bajará las placas que, como ganador de etapa -2001 y 2004-, le corresponden en dos de las 21 curvas de la subida a uno de los puertos míticos del Tour. Armstrong es historia. O mejor dicho, ya ni siquiera hace parte de ella.

Fantasmas amarillos en Sarrià*

El 5 de julio se cumplieron 30 años del partido Brasil-Italia, disputado en el demolido Estadio de Sarrià, durante el Mundial de España 1982. La maravillosa selección de Telé Santana era la favorita, pero la Azzurra de Bearzot convirtió el sueño de una gran generación de futbolistas en una pesadilla. El autor de esta crónica no estuvo en la grada pero lo vivió de una manera particular. Por el fútbol comenzó a escribir y del fútbol ha hecho una novela: Los fantasmas de Sarrià visten de chándal (Editorial Milenio) que habla de una Barcelona tan llena de fútbol y turismo como de soledades.

Cuando el árbitro israelí Abraham Klein sopló su silbato para dar comienzo al partido Brasil-Italia, por la segunda fase del campeonato Mundial de España 1982, ese 5 de julio, mi padre apretó con fuerza su santo de devoción: San Judas Tadeo. Luego besó la estatuilla pidiendo algo de ayuda celestial para la selección verdeamarelha, que de manera regular adoptaba como hincha, cada cuatro años, al no estar clasificada Colombia para el campeonato.

Lo miré aferrarse a la figura de cerámica, que se perdía entre sus manos en el mismo momento en que Zico tocó corto, adelante para Serginho, el Tango España 82 de Adidas. Eran las 17.15 en España. Las 10.15 en Colombia. La pantalla del viejo Sharp 20 pulgadas nos mostraba el partido en Palmira mientras casi cincuenta mil personas lo veían en la gradas del demolido Estadio de Sarrià. Dos carnavales se veían la cara en la ciudad: el de Venecia y el de Río de Janeiro. Los primeros habían llegado en aviones, barcos y coches propios. Los segundos, en su mayoría, desembarcaron en el puerto de Barcelona, después de 20 días de navegar en el Trasatlántico Federico C, desde Salvador de Bahía. En el campo, entre la General Mitre, la calle Ricardo Villa y la Doctor Fleming, dos selecciones distintas se enfrentaban para saber cuál avanzaría a las semifinales del torneo.

Una era la Italia de Enzo Bearzot, que pasó segunda en su grupo, tras lograr tres rácanos empates contra Perú, Polonia y Camerún. Y que había cerrado su actuación en el grupo A de Vigo y La Coruña con dos goles a favor y dos en contra. Vestidos en su azul Saboya y pantalón blanco, uniforme confeccionado por Le Coq Sportif, y revestidos en un Silenzio Stampa, los chicos de Bearzot seis días antes habían comenzado a cambiar su suerte, tras vencer 2-1 en ese grupo de tres selecciones, al campeón defensor, Argentina, con  Maradona incluido. Los goles de Cabrini y Conti hicieron que el mundo mirara de otra forma a Italia. Y que mi padre sacará del fondo del armario a San Judas Tadeo, “el santo patrón de las dificultades”.

*Artículo publicado en EL PERIÓDICO de Catalunya, domingo 1 de julio de 2012.
(Para seguir leyendo haz clic aquí, en Ver página 1 y Ver página 2 )


La ruta del fútbol en Barcelona*

Barcelona es una ciudad turística. Hay rutas para todos los que llegan: ruta modernista, ruta literaria, ruta del vino, ruta cinematográfica, ruta medieval, ruta de bodegas, ruta de cementerios. Y, gracias a los títulos del equipo dirigido por Pep Guardiola, y al moderno estadio del Espanyol, en Cornellà-El Prat, se podría tejer una línea imaginaria que conecte a estos dos puntos, para aprovechar una visita de 48 horas y dedicársela solo al fútbol. Haga una pared con la ciudad y grite gol.

La sensación que todavía recuerdo de la primera vez que entré al Camp Nou fue de mucho frío. Entré para ver un partido de fútbol, F.C. Barcelona-Getafe C.F. El resultado fue un empate a un gol: Manu, por el visitante, y Keita, por el local, anotaron los tantos. Recién había aterrizado en la ciudad ese otoño. Se jugaba la Liga 2008-2009 y el equipo dirigido por Josep Guardiola, aún con pelo y en su primera temporada, comenzaba su camino hacia la cima del fútbol mundial.

Hoy, cuatro años después, con la friolera de trece títulos en sus vitrinas (catorce si ganan la Copa del Rey), conseguidos durante este tiempo, el F.C. Barcelona, Pep Guardiola y Lionel Messi han hecho de la capital catalana un nuevo y obligado destino para todo hincha del balompié. ‘La Meca’ de este deporte. Una ciudad que todo amante del gol, como máxima manifestación del fútbol, para confirmar su fe frente al balón, debe visitar al menos una vez en su vida.

Así Barcelona, esta ciudad sin río pero con el Mediterráneo como cómplice, por la que desfilan un sinnúmero de personas todo el año, sin importar que haga frío, llueva granizo, suba la temperatura o caiga nieve, se ha sumado como el cuarto punto cardinal que le faltaba al eje futbolero que conforman Buenos Aires, Río de Janeiro y Londres. Ahora sí, los cuatro punto cardinales que le señalan el camino a peregrinar a cualquier hincha, forofo, tifossi o torcedor, de estadio en estadio, de cancha en cancha, están completos.

Si a Buenos Aires la desborda la pasión con que se vive el fútbol; y Río de Janeiro siempre es una fiesta carioca alrededor de la pelota y el Maracaná; y Londres es una cita fija para ver campos con vida y estadios con personalidad, en cada barrio, donde todo huele a césped recién cortado; Barcelona es una oda al fútbol y en sus calles también se vive y respira ambiente de vestuario, clima de partido.

Hacerse a una boleta de fútbol es fácil. Se compran por Internet, bien sea para ver a los azulgranas del F.C. Barcelona en el Camp Nou o a los blanquiazules del R.C.D. Espanyol en el estadio de Cornellà-El Prat, con precios desde los 30 o 40 euros. Claro está, para visitas de mayor abolengo, tipo Real Madrid, en caso de partido contra los culés, un tiquete puede llegar a costar 800 o 1000 euros en la reventa, por las calles alrededor del estadio. Así que si está preparado y lleva ese dinero en su billetera, no se preocupe por comprarla de forma anticipada a través de la red. Llegue con tiempo pero no intente regatear mucho. Como dirían en catalán “Tu mateix” (“Tú mismo”). Los revendedores son duros y duchos en el asunto, siempre le dirán que si no se la lleva, esa boleta les durará poco en sus manos.

Antes del partido es religioso un buen vermut, acompañado de aceitunas o anchoas, tortilla de papa y un crujiente sánduche de jamón ibérico. Este avituallamiento lo dejará a tono para aguantar los noventa minutos y correr más que Messi y Ronaldo juntos. La tradición no se improvisa. ­­­

Pero si no tiene, durante su visita, la suerte de una fecha de la Liga o eliminatoria de la Copa del Rey, tómeselo con calma, como si fuera a patear ese penal que decide un campeonato. Nada mejor, para empezar su recorrido, que un itinerario más íntimo y  personal, desde los lugares fundacionales de los clubes y rivales en la ciudad.

En el caso del los culés, una pared en el barrio el Raval, en la intersección de la calle Montjuïc del Carme y la calle Pintor Fortuny es el sitio para dar el punto de salida. Allí, junto a la nomenclatura en mármol que identifica el lugar, está la placa recuperada del antiguo gimnasio en el que Hans Gamper fundó al Barça. La placa la fijaron en homenaje a los cien años de creación de club, que se cumplieron en 1999. Fue en el mismo edificio, pero con otra fachada, cuando la fijaron primero en 1974.

En cuanto a los periquitos, así les dicen al equipo, hinchas y todo cuanto tenga que ver con el Espanyol, la plaza en honor a su fundador, Ángel Rodríguez, está ubicada en Sarriá. Es un desangelado lugar, detrás del Colegio Mayor Sant Jordi. Lo interesante del asunto es que está en medio de “Tierra Santa” futbolera. Pues es el mismo lugar que ocupó la cancha que fue propiedad del club entre 1923 y 1997, el campo de Sarriá.

Un estadio levantado en el triángulo de la avenida del mismo nombre, la calle General Mitre y la calle Doctor Fleming, que fue demolido para vender el terreno y pagar las deudas que acumulaba el club. Y si esto no le atrae como para pasarse por el parque y los cuatro o cinco conjuntos de edificios que lo rodean, quizás el hecho de saber que allí, sobre ese mismo terreno, Italia venció a Brasil, durante el Mundial de España 1982, por marcador de 3-2, en uno de los mejores partidos en la historia de los mundiales, le haga tomar el impulso necesario para pisar la misma hierba por la que corrieron Zico, Sócrates, Eder, Junior, Falcao y el gigante Serginho.

Con tiempo, puede cruzar la avenida de Sarriá y llegar hasta el bar Sarriá 82. Allí, mientras se toma una cerveza y se come un sánduche de chorizo, podrá escuchar en la voz del barman cómo eran los domingos de fútbol en el barrio. Talvez le cuenten más anécdotas de la tarde del verano de 1982, cuando los tres goles de Rossi mandaron de regreso, a Suramérica, a la mejor selección de fútbol de Brasil desde el Mundial de México 1970. Sí, más historias en viva voz de la tarde cuando los tres goles de Paolo Rossi catapultaron a la Italia de Enzo Bearzot hasta el título de ese campeonato.

*(Para seguir leyendo haz clic aquí, en DONJUAN (# 65, junio, 2012)

 

Martín Caparrós: “Escribo porque es mi forma de estar en el mundo”

Desde la terraza del Hotel Condes de Barcelona, en el cruce del Paseo de Gracia con la calle Mallorca, se contempla un paisaje sin igual de la época modernista de esta ciudad. En primer plano la fachada de La Pedrera y, al fondo, La Sagrada Familia. Los dos edificios, ideados y construidos por Gaudí, también estaban aquí, cuando en 1980, Martín Caparrós llegó a Barcelona para probar suerte.

“En esta ciudad me fue mal y me fui sin saber adonde. Entonces estaba exiliado en España y unos amigos me prestaron una casa en Valsaín, un pueblo de Segovia, y ahí comencé a escribir mi primera novela”, recuerda el escritor argentino que, por su reciente obra Los Living, sucede al colombiano Antonio Ungar como ganador del XXIX Premio Herralde de Novela.

Caparrós, con su mostacho imperial, camisa, chaqueta y pantalón negro, está feliz. El cronista no niega esa alegría pues desde ahora forma parte del “Herralde Dream Team”. “¿Cómo decirlo? Uno se hace el tonto porque en un momento como este hay que ser caballero y mostrar cierta displicencia, pero a mí me importa mucho ganar este premio, que está más lejos del dinero y más cerca de las palabras. Me honra hacer parte de la lista de ganadores y la felicidad es completa, porque, mirá vos, fue en la edición 29, que es mi número de la suerte -nació un 29 de mayo de 1957-“.

Es casi medio día en Barcelona, ciudad a la que Caparrós ha regresado muchas veces, debido a sus numerosos viajes e incontables crónicas por el mundo. Bajo un tibio sol otoñal -la lluvia ha dado tregua-, en lo más alto de este hotel, que ocupa dos palacetes del siglo XIX, el autor termina una tapa de langostinos envueltos en hilo de papa con salsa tártara. Me da su mano de dedos flacos y largos. Nos sentamos a la sombra y comenzamos a hablar. Del premio, de la escritura, de la crónica y, por supuesto, de fútbol, con el hincha de Boca Juniors que lleva dentro.

Para un escritor y reconocido seguidor de Boca Juniors, ¿qué se celebra más, un campeonato de Boca o el Premio Herralde de Novela que acaba de ganar?
Sería muy populista decir que un título de Boca. Sin embargo, mirá vos, esto me da un placer mucho más personal y mucho más sostenido. Dentro de años seguiré recordado y será de algún modo constitutivo. Lo pensaba hace un ratito, hay amigos muy queridos que se ganaron este premio, Juan Villoro, Alan Pauls, y en varias situaciones, en las que hemos coincidido, dicen: “Fulano de tal, ganador del Premio Herralde”, eso es algo que va a seguir sucediendo durante años, es para toda la vida. Y eso tiene su fuerza. Lo que tiene en cambio, en contra, es que no hay un momento, como cuando, no sé, Palermo le hizo el tercer gol a River, el 24 de mayo del año 2000, en que sucede y ¡pum!

¿El éxtasis del hincha con el gol es más efímero que un premio literario?
¡Claro! El gol o el final de un partido importante es un momento extraordinario. En cambio, esto del Premio es como más lento. Te dicen: “Estás finalista”, “puede ser”, “bueno, deberías pensar en la posibilidad de ir”, pero no tienes ese momento del gol.

¿Dónde estaba? ¿Quién se lo comunicó? ¿En qué momento?
Lo que pasa es que es muy raro porque nunca me dijeron que me habían dado el premio. Siguen sin decírmelo (ríe). No, porque tienen su sistema rarísimo, de verdad, me habían dicho que tenía muchas chances y bueno, este, como estaba la posibilidad, me dijeron que si podía venir a Barcelona, para estar hoy aquí. Me mandaron un pasaje para que viniera, pero no me dijeron que lo había ganado. Y siguieron sin decírmelo, yo llegué el sábado y no me dijeron nada. Ni vi a la gente de Anagrama hasta hace una hora. En ningún momento me dijeron: “ya te ganaste el Premio, hasta que nos sentamos frente a la prensa y lo hicieron público”. Es más, cuando llegué y vi a Herralde, él me dijo: “Todavía estamos esperando el llamado de un jurado a ver si te lo ganaste o no”. (risas). Fue como una situación extraña, porque estaba casi seguro de que lo había ganado, porque sino ¿para qué me iban a invitar a todo esto? Pero podía que ser fuera un finalista y que hubiera otro…

¡Claro! que lo hubieran invitado a Barcelona para definir por penales…
Sí. (ríe).

Retrocediendo en su carrera, recuerda el momento en que escribió su primera novela y además de escribirla, publicarla, ¿cómo vivió ese instante?
Bueno, fueron dos novelas distintas. La primera que escribí no fue la primera que publiqué. Lo recuerdo mucho, la primera la escribí aquí en España, pero la terminé dos años después. Estaba exiliado aquí y no tenía contactos ni manera de hacerla publicar. Tenía 23 ó 24 años. Cuando volví a Buenos Aires, ya tenía otra, que también escribí aquí y conseguí un editor para esa.

¿En qué año regresó a Buenos Aires?
Volví en el… 83. Esa otra novela se llamaba Ansay o los infortunios de la gloria y esa fue la primera que publiqué, aunque fue la segunda que escribí. Y, claro, me acuerdo del día en que salió. Fui a la imprenta para ver los primeros ejemplares… para mi fue especial. Después la reeditó Seix Barral.

¿Por qué escribir? ¿Para qué escribir?
Escribo porque es mi forma de estar en el mundo. Hay gente que cuando se le ocurre algo, se le ocurre como un color o una forma, como una melodía, a esos los envidio muchísimo, a mí se me ocurren las cosas como frases y pienso el mundo en términos de frases. Entonces, lo único que sé hacer es poner frases. Una al lado de la otra. Me da mucho gusto hacerlo, me importa hacerlo y quiero seguir intentándolo, pero no para nada, sino porque es lo que hago. Ojalá sirviera para algo, pero no es eso lo que hace que lo haga. Lo hago porque me siento de mucho mejor humor, a las seis de la tarde, si durante el día escribí un par de páginas.

¿Alguien me dijo que esto de ser escritor era como ser Robín Hood… porque se trata de “robarle historias, quitárselas, a los ricos en ellas y entregárselas a los pobres… de historias. ¿Qué opina de esta metáfora?
Es simpática, pero no sé si estaría muy de acuerdo porque se me ocurren demasiadas objeciones para decir una por una. Pero, para empezar, uno saca historias de todos lados pero no necesariamente allí, en donde hay riquezas, uno es un depredador mucho menos discriminado, depreda por todos lados, empezando por uno mismo y aquellos que reciben eso, no necesariamente son los pobres en historias, sino cualquiera. No, no lo puedo pensar desde la distribución del relato. Me gustaría, pero no…

Además de la novela, usted es un maestro de la crónica, ¿el género de la crónica tiene el poder de engendrar varias novelas?
No, a mí no me pasa. A mí lo que sí me pasa es que hay cosas que se me ocurren para ficción y otras que se me ocurren para no ficción. Pero no es que, cuando voy a escribir una crónica, de pronto digo: “ah es que, con esto, en realidad podría hacer una novela”. Nunca me pasó. O que voy, como algunos dicen, compilando, este, historias o personajes que después pueda usar en las novelas. No, no me sucede. Sí me sucede que cuando se me ocurre un tema o una cuestión ya viene con la información de sí va a ser ficción o no ficción. No es que se me ocurra un tema y después diga “¿Qué hago con esto? Cuando se me ocurre ya es parte de una novela o de una crónica.

¿Más o menos, ya está preconcebido?
Sí, ya viene con todo el aparato, no incorporado, sino que forma parte de la idea el hecho de que sea una novela o una crónica.

Usted también es un apasionado por el fútbol… literatura y fútbol es un tema recurrente en su carrera. Y creo que concuerda con el escritor mexicano Juan Villoro en la idea de que es muy difícil hacer del fútbol, literatura, porque en sí, ya está contenida esa idea de épica dentro del mismo juego…
Sí, yo suelo decir que el fútbol es un relato tan bien armado que es difícil hacer de eso un relato por otros medios. Es un relato hecho de eso, de corridas, de pelotazos y de una épica propia que, después para trasladarla a otra, como es la estructura narrativa de un texto, tiene sus problemas. Pero, sin embargo, hay maneras de intentarlo. Ahora, ya que hablabas de Villoro, vamos a publicar el año que viene, una correspondencia (electrónica) que tuvimos durante el Mundial de Sudáfrica. Saldrá a mediados del 2012 y me da mucho gusto, porque hablar de fútbol es una excusa para hablar de todo. Y en esas cartas lo hacemos un poco.

¿Con qué editorial?
(Ríe) Ya te contaré. Hoy es un día Anagrama.

Ya para terminar… si pudiéramos hablar del Boca actual, ¿qué le pasa por la cabeza?
Bueno, siempre fue el equipo más popular de la argentina. Sabés que es muy curioso que en la historia del fútbol siempre hubo en las ciudades importantes el equipo popular y el equipo, por decirlo de una manera, más elegante. De una época, además, en la que había una, como decía entonces, una cultura baja y una alta, una cultura proletaria y una burguesa, porque estos equipos se consolidaron en los años 10 y 20 del siglo pasado, según la época en que la dicotomía entre esas dos formas culturales era muy visible y eso sucede en todos lados: aquí con el Barcelona y el Español, más o menos; en Madrid con el Real Madrid y el Atlético, sin ninguna duda; en Bogotá con Millonarios y Santa Fe, en Cali, la verdad no sé como es el asunto…

América es el equipo popular y el Cali, el de más abolengo…
O.K., pero eso se ha ido difuminando últimamente, porque se han ido rompiendo esas barreras. La cultura burguesa ha hecho propia la cultura popular, la ha mercantilizado, se la fagocitado de alguna manera y eso pasa también en el fútbol. Aún así, Boca tiene esa característica principal, pero se está deshaciendo. En el caso de Boca hubo un presidente, Mauricio Macri, que ahora es el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que decía claramente que quería transformar al equipo en un club fashion. Y, de hecho, en buena parte lo consiguió. Hasta aumentó el costo de las entradas. Tanto que muchos de los que van ahora a la cancha son turistas y algún día los demás se van a dar cuenta que los que tiene alrededor son australianos, franceses, brasileros. Pero es una pena, porque eso que te decía, que es lo primero que uno piensa cuando piensa en Boca, se está perdiendo y si este proceso sigue así, puede llegar a deshacerse. Y entonces, este, va a ser un despilfarro de 100 años de cultura popular…

Como los poetas recitan siempre sus versos, los futboleros recitamos alineaciones, ¿cuál de Boca es su favorita?
La que primero aprendí, que era la del 63 o 64: Roma, Silvero, Marzolini, Simeone, Rattín y Silveira, pero después ya se complica, de ahí para adelante, los otros cinco cambiaban más… y, sin duda, debería poder rehacer alguna de las alineaciones de Bianchi, que incluyen a los tres colombianos que fueron muy decisivos en la mejor época de Boca de toda su historia.

¿No le hace falta River a Boca en la Primera del campeonato del fútbol argentino?
Síiííí, qué se yo, hace falta, uno extraña un poco ver el Boca-River, pero el placer de verlos en la Primera B, es tan grande, que uno acepta que no se juegue el Boca-River. Es tan extraordinario. Es lo mismo que te decía con el Premio Herralde al principio, que capaz, dentro de 10 años, me van a presentar, no sé, en una universidad en Cali. “Martín Caparrós, ganador del Premio Herralde 2011, no sé qué…”, de la misma manera, River, dentro de 20 ó 30 años, va seguir siendo aquel equipo que una vez se fue a la B. Son cosas que no se terminan nunca, son placeres para toda la vida… infinitos.

Fotos de María Teresa Slanzi / Anagrama
Entrevista publicada en la revista Gaceta de El País.
(Domingo, 20 de noviembre de 2011).
Haz clic en el enlace y, cuando abra la ventana, si no se despliega la revista, dale enter en el mismo url, para ver la entrevista como salió publicada en la revista.

Una de espías (Mou: nosaltres t’estimem)

No entiendo porque los seguidores del F.C. Barcelona detestan a José Mourinho. No me explico la razón del odio de los culés hacia el técnico portugués. Deberían adorarlo, amarlo –sería un buen detalle llevar pancartas al próximo partido en el Camp Nou en la que se lean “Mou: nosaltres t’estimem” –. Y tampoco dejaría de lado planear construirle una estatua al lado de la fuente de Canaletes, donde acostumbran a celebrar los títulos y copas conseguidas por el Barça.

Sí, lo sé, estoy elucubrando. Y la razón es muy sencilla. Con su propuesta, estrategia y discurso, el entrenador lusitano al servicio del Real Madrid está logrando lo que todo fanático blaugrana ha soñado alguna vez: acabar de una vez por todas con el club blanco. Hacerlo explotar en mil pedazos. De una vez y para siempre.

Por eso, la actitud de Mourinho se me hace algo sospechosa. Más que un entrenador, lo veo como un agente infiltrado que el FCB logró meter dentro del Madrid. Un agente cuya única misión, con su comportamiento, es borrar parte de la historia del, según la FIFA, el mejor equipo de fútbol del siglo XX, para que sólo, en el XXI, reine el FCB en el mundo del balón.

Siguiendo los partidos Madrid-Barça con tranquilidad, dejando a un lado la furia y la pasión -soy hincha del Athletic Club y mi neutralidad entre merengues y catalanes me lo permite-, eso es lo único que explica el papel del entrenador durante este fin de temporada. Frases salidas de tono, quejas frente a las decisiones de los árbitros y un victimismo sin razón con un club que tiene a varios de los mejores futbolistas del planeta. Lo de espía infiltrado no es una idea al viento y las unidades investigativas de Marca, As y realmadrid.com deberían estar trabajando para desenmascararlo.

Fácil la tienen. Mourinho estuvo cuatro años en Barcelona (1996-2000) como miembro del cuerpo técnico del FCB. “Se amamantó de Masía”, como dicen por acá. Ahí nació todo. Su paso por el Porto, Chelsea e Inter, solo fue una manera de darle confianza al enemigo -el Madrid- para que lo contratara.Y es que en esta guerra que se han convertido los enfrentamientos Madrid-Barça o Barça-Madrid, con demandas de lado y lado, la idea de un topo para acabar con el otro equipo no es demasiado lejana. ¿Shakira vendría siendo la Mata Hari que se mueve, de bando en bando, llevando informes secretos a cada uno de los enfrentados?

Durante esos cuatro años a Mourinho lo adoctrinaron con ideología “gamperiana”. Entrenamientos duros, que ningún marine estadounidense o soldado de Her Majesty estaría capacitado para aguantar y ejecutar. Jornadas de solo comer pan amb tomàquet. Todo para construir esa personalidad que desborda el de Setúbal y que ni siquiera un interrogador en Guantánamo, por más que lo pudiera torturar, podría descifrar.

No hay más. A por las pruebas. El portugués es un infiltrado blaugrana que busca ejercer dentro del equipo blanco aquella manida frase: “para vencer a tu enemigo, únete a él y destrúyelo por dentro”. Pues eso. Ahí radica el modo de actuar del míster merengue. Lo tremendo del caso es que, a estas alturas, la contrainteligencia del Madrid no se haya dado cuenta del topo que tiene dentro del equipo. Hoy por hoy, el enemigo a vencer no es FCB. El topo al que hay que cortarle la cabeza es Mou, que en el fondo es más culé y blaugrana que Sandro Rosell, Xavi Hernández y Pep Guardiola juntos.

La ‘Decencia’ de Álvaro Enrigue

“Y ahora yo qué hago”. Esa fue la pregunta con la que el escritor mexicano Álvaro Enrigue comenzó su intervención tras la introducción que hizo el editor de Anagrama, Jorge Herralde, durante la presentación de la más reciente novela del autor de Hipotermia y Vidas perpendiculares en la Casa Amèrica Catalunya.

Decencia se titula esta nueva novela de Enrigue y con la honestidad que corresponde al escritor, el mexicano se explayó en los porqués de su historia. Desde la multitud estuvo allí y quiere compartir la voz del autor. A veces algo tan importante como la escritura del mismo. Las fotos son de la página de Facebook de la Casa Amèrica Catalunya.

Parte 1: “Este un libro que cuenta una historia familiar, básicamente…”.

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Parte 2: “Es una novela que pretende ver al siglo mexicano para ver qué pasó. ¿Cómo coños llegamos adonde estamos ahora…”.


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Parte 3: “Creo que la novela celebra tanto como condena los pésimos usos del sistema político mexicano del siglo XX…”.

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Parte 4: “Las novelas se escriben para ser escritas, nada más. Y para ser leídas. No sé si sean dispositivos que explican cosas. Una novela es una máquina del lenguaje que sólo se explica a sí misma…”.

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Parte 5: “Las novelas siempre tardan muchísimo…”.

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Parte 6: “Mi identidad catalana se reduce a un cuadrito que teníamos pegado en la pared de nuestra casa que decía Johan Cruyff… era un autógrafo enviado a México por un pariente de la familia desde Barcelona…”.

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Parte 7: “Decencia es una novela que me tomó mucho tiempo escribir…”.

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Parte 8: “Contar una historia es suficientemente difícil como para ponerse exquisito…”.

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Notas al pie de Sacco

Joe Sacco tiene nombre de boxeador. Sí, de esos italianos o newyorkinos de mandíbula de hierro y cara cuadrada. De esos gigantes campeones de las categorías de los pesos pesados de la AMB o el CMB que se lo jugaban todo, tras 15 asaltos, en un recto de derecha o en un cross de izquierda. Pero su cuerpo es delgado, no pasa de los 70 kilos. No es boxeador y menos italiano.

Joe Sacco es maltés y viaja con pasaporte estadounidense. Documento que le permite ir por el mundo, de conflicto en conflicto. De guerra en guerra, tratando como cualquier otro periodista de contar lo que sus ojos ven. Pero Sacco es diferente a muchos otros. Lápiz, libreta y cámara fotográfica en mano, su curiosidad y profesión lo ha hecho estar en lugares como Palestina, Bosnia y Chechenia.

De cada uno de estos viajes, el ilustrador que se gradúo de periodismo en la Universidad de Oregón (1981), el mismo al que no le recibían sus trabajos porque no estaban dentro de las líneas editoriales de muchos diarios y revistas en EE.UU., decidió seguir adelante y publicar sus historias en el género que mejor manejaba: el cómic.

Así surgieron y fueron publicados en España: Gorazde: Zona Protegida (Planeta-De Agostini, 2001); Palestina: En la Franja de Gaza (Planeta-De Agostini, 2002); El mediador, una historia de Sarajevo (Planeta-De Agostini, 2004); Apuntes de un derrotista (Plantea-De Agostini, 2006); El final de la Guerra: reseñas biográficas de Bosnia (Plantea-De Agostini, 2006).

Después de haber ganado, entre otros premios, el American Book Award y el Eisner Award, el re-creador -porque investiga y, a través de su trazo, nos hace vivir la historia que cuenta- desilusionado por el tratamiento que le daban los medios estadounidenses al conflicto palestino-israelí, regresó a ese territorio para mostrarnos los hechos que rodearon y desencadenaron las matanzas de Khan Younis y Rafah en noviembre de 1956. Hechos remitidos a breves informes de los observadores de la ONU y olvidados por periódicos y libros, pero que él se vio comprometido a investigar.

¿Por qué contar algo tan antiguo, por que no olvidar eso y narrar lo que está pasando ahora en esa parte del mundo? Le pregunta en una viñeta un joven palestino. Sacco le responde con su estilo minucioso, realista, en el que cada detalle cuenta, con la punta de su lápiz bien afilada, en un limpio blanco y negro que llenan las 418 páginas de su más reciente historia Notas al pie de Gaza (Mondadori, 2010): “Porque tú mismo y tu historia también pueden ser olvidados dentro de unos años”.

Mezcla del trazo de Robert Crumb, lo satírico de Harvey Pekar (American Splendor) y la investigación de Truman Capote, Sacco logra una obra en la que muestra un conflicto desde adentro, con los odios de unos contra otros. Con el cansancio que denota la población palestina contra los milicianos que enfrentan al gigante invasor y que los utilizan para sus intenciones militares. Con los temores y asares que viven a diario millares de ciudadanos por las calles de una Palestina pobre y olvidada por el mundo. Unas calles por las que transitan autos, sí; pero en donde el tráfico se detiene y se controla por el miedo, las balas trazadoras y las bombas que dejan caer las fuerzas de ocupación israelíes.

“Ensayo ilustrado”, “cómic periodístico”, “cómic ensayo histórico”, “cómic documental”. Estas son algunas de las etiquetas que estudiosos y especialistas han puesto sobre el libro. Lo cierto es que es un documento vital para comenzar a entender lo que sucede en esa región. Para ello, Sacco estuvo tres veces en la Franja de Gaza, durante el 2002 y el 2003. Recopiló cantidad de material, buscó y entrevistó a personas que vivieron los hechos y los llevó a recordar y hablar, viñeta a viñeta, sobre la matanza.  Se mete tanto dentro de la historia que, como ya es costumbre en su trabajo, lo narra en primera persona. Una voz que lo hace más confiable y cercano al lector.  Así Sacco nos conduce de la mano, por Gaza, para ver como los bulldozer derriban las casas de palestinos en la frontera con Egipto. Sacco ve y cuenta lo que pasa actualmente, sin perder el hilo de su historia principal.  Convirtiendo al lector en otro testigo. Otro sobreviviente de las masacres de Khan Younis y Rafah en 1956.

Sí, Joe Sacco no es un boxeador. Pero en su trabajo periodístico, cómics que cuentan verdades, aplica esa frase que hizo famosa Mohamed Alí: “Vuelo como una mariposa pero pico como una abeja”. Así es el trabajo de este maltés que, sin dudarlo, se mete en el ojo del huracán para rayar en su libreta, como si fuera un boxeador de peso pesado que pegara un cross de izquierda o un recto de derecha para vencer por nocaut a sus oponentes. Que no son otra cosa sino el olvido, la desinformación y la mentira.

pd: En las facultades de periodismo, si es que todavía las hay, ya debieran jubilar y darle descanso a Truman Capote y su A sangre fría como ejemplo de investigación y de Nuevo (viejo) Periodismo. Ahí está Notas al pie de Gaza de Joe Sacco para reemplazarlo y con mérito sobrado. Porque el cómic también cuenta.

Eco descubrió su ‘cementerio’ en España

El cementerio de Praga, según su autor, no es una novela antisemita ni es contra los jesuitas. Solo es una historia que tiene como eje central las falsificaciones en el siglo XIX. En especial sobre Los protocolos de los sabios de Sión. Desde la multitud estuvo en la presentación de Barcelona.

–Vostè és l‘últim? –Me preguntó la señora de sobretodo negro y pelo blanco. Seguía esa costumbre que tienen los catalanes -en el resto de España es igual. Más, si se está al sur- de que cuando llegan a un lugar, bien sea el banco, la panadería, la pescadería o la carnicería, no hacen fila sino que preguntan qué persona tiene el último turno. Luego, en un acuerdo tácito, se acomodan para esperar de manera paciente el llamamiento. Sin revuelos.

Le contesté que sí y se hizo detrás de mí. Esta vez sí había fila. La cantidad de gente en la sala de recepción de la biblioteca Jaume Fuster, en la parte alta del barrio de Gràcia, era demasiada para seguir el acuerdo, entrar al auditorio y lograr una de las doscientas sillas. Esta concentración de personas no se debía a otra cosa sino a la visita a Barcelona del semiólogo y escritor italiano Umberto Eco, para presentar su más reciente novela: El cementerio de Praga.

–¿Por qué le gusta Umberto Eco? –Le disparé a quemarropa a mi vecina de fila.

–¡Porque es un escritor del pasado! –No dijo más. La fila comenzó a caracolear hasta dejarnos dentro del auditorio. Quise interrogar a la señora de sobretodo negro y pelo blanco sobre su respuesta. ¿Qué es ser un escritor del pasado? En eso pensaba cuando Eco, el escritor del presente, subió al escenario acompañado de Mònica Terribas, directora del Canal TV3, quién iba a ser la sparring en esta charla sobre la novela. No tuve tiempo para más sino acomodarme, escuchar y tomar nota.

El autor de El nombre de la rosa, El péndulo de Focault y un sinnúmero de ensayos vestía un traje azul oscuro, una corbata en el mismo tono con figuritas en forma de diamantes de color verde y camisa celeste. No tenía su gabardina ni su sombrero y menos su barba gris que le completaban hasta hace poco un aspecto de detective de una serie policíaca gringa de los años 70.

Seis años le tomo a Eco investigar y escribir El cementerio de Praga. Una novela que se mueve alrededor de Simone Simonini. “Quise dibujar al personaje más cínico y antipático de toda la historia de la literatura”, dice con la pretensión de alguien que ha trabajado mucho para alcanzar su meta. ¿Lo logró? No se sabe, cada lector deberá responder esa pregunta. Lo único seguro es lo que cuenta el escritor sobre que Simonini es misógino, odia a los judíos, es autor de muchas falsificaciones y complots y muy glotón. “Si comiéramos todo lo que él come, seguro moriríamos”.

La historia de esta novela se desarrolla en el siglo XIX y tiene como eje central cómo se elaboraron y surgieron Los protocolos de los sabios de Sión, el libro antisemita por excelencia. “Una publicación que muchos interesados quisieron hacer pasar por verdadera, pero no era más que ficción y sátira. Como ya lo demostró el diario inglés The Times, que publicó, en los años 20, que todo era una falsificación”, explica Eco en su italiano con acento piamontés, mientras se acomoda el micrófono que cuelga de una diadema plástica a su cabeza.

La nueva novela de autor de Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas (1965) saca también a la palestra esa vieja pregunta que, con los cables de Wikileaks colgados en Internet, está muy en boga por estos días. ¿Quién dice la verdad en el mundo en que vivimos? El profesor nacido en Alessandria un 5 de enero de 1932 tiene claro su idea frente a la web de Julian Assange. “Todo lo que publican allí ya era sabido por todos. No hay nada nuevo. Además, el poder no siempre es malo y necesita de cierta reserva”.

Lo que sí remarcó el escritor en su charla es que hay que tener mucho cuidado con las falsificaciones. “Ha muerto mucha gente por informaciones falsas o inventadas. En nuestro tiempo solo tenemos que remitirnos a George W. Bush, en Estados Unidos, y la hipótesis de las armas de destrucción masiva que, en su momento, dicho gobierno argumentó como verdad para invadir a Irak y comenzar esa guerra”.

El cementerio de Praga se desarrolla en el siglo XIX, pero no es una novela realista del tipo Balzac, que trata de mostrar de manera minuciosa y detallada la belleza de la época, sino más bien responde a un género que mezcla el drama, lo policíaco, la novela de espías, y el folletín, para enseñar lo turbio y lo oscuro de esos tiempos. “Es una novela de ficción en el que el único personaje inventado es Simonini. Los demás son reales”, asevera Eco. Así Simonini hasta se cruza en Viena con un médico que se apellida Freud, que les receta cocaína a sus pacientes para contrarrestar cualquier dolor y que le confiesa que no está interesado en trabajar nada relacionado con el sexo.

Observando al público de la misma manera que fija su mirada delante del lente de mi cámara, mientras disparo el obturador, sabiéndose visto no como un escritor sino como una figura que raya en los límites del pop, Eco toma el libro que tiene en frente sobre una mesa, lo abre y busca un pasaje en el que lee una frase dicha por Simonini: “La civilización nunca alcanzará la perfección mientras la última piedra de la iglesia no caiga sobre el último cura y la Tierra quede libre de esa gentuza”.

La cita le sirve para explicar que no hay que confundir nunca las opiniones de los personajes con las del escritor de ficción. “Hay tres niveles –explica–: el autor, el narrador y los personajes. Cada uno piensa y habla distinto el uno del otro. Eso hay que tenerlo claro”. Por eso le tienen sin cuidado las críticas que ha recibido de L’Osservatore Romano, el diario de El Vaticano, que dice que la novela se centra en  el antisemitismo de los jesuitas. “Eso solo ha hecho que las novela se venda más en Italia”, dice y se echa a reír. Hasta la fecha, en ese país, ya se han vendido más de 600. 000 mil copias.

“No entiendo cómo, con un protagonista tan antipático, se vendan tantos ejemplares… ¿Se han vuelto locos los italianos? A lo mejor sí porque votan a Berlusconi”, le respondió antes de esta visita a la reportera Olga Pereda, de El Periódico de Catalunya, en Madrid.

Por eso, lo que sí no puede evitar el autor, que no deja de mover sus manos mientras habla, es que, si su novela trata del poder, las mentiras y las falsificaciones, no le pregunten por Silvio Berlusconi, actual jefe de gobierno en Italia. “Llevo solo unos días en España y siempre me interrogan por lo mismo. Estoy convencido de que si hubiera escrito un libro sobre química, la primera pregunta sería “¿qué piensa de Berlusconi?”. Ahora creo que debí escribir un libro sobre Berlusconi para que me preguntaran acerca de la química”.

Al terminar de decir esto, Eco sonríe de nuevo, se queda callado y mira cómplice a su pareja en el escenario, Mónica Terribas. La directora de TV3, el canal público de Catalunya, advierte al público que debido a su apretada agenda, el autor no tendrá tiempo para responder preguntas de los asistentes y menos firmar libros. ¿A esto se refería la señora de sobretodo negro y pelo blanco cuando dijo que le gustaba Eco por ser “un escritor del pasado”? No sé, tendré que buscarla para que me lo explique.