El doctor del fútbol

Un colombiano se dio a la tarea de investigar las raíces y el desarrollo de las letras iberoamericanas sobre el deporte más popular en el mundo. Como resultado, entre novela, cuento y poesía, encontró 110 libros que analiza en su tesis doctoral ‘Literatura y fútbol: otros horizontes de la literatura en España e Hispanoamérica’, presentada en la Universidad Autónoma de Barcelona.

Lucho

Se llama Luis Alejandro Díaz Zuluaga y puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que es el único doctor especialista en literatura y fútbol que tiene Colombia. Y, claro, como tantos otros investigadores, Díaz Zuluaga es otro científico social -cerebro fugado, dirían algunos- que se labra su futuro fuera de ese país.

Nacido en Bogotá un 1 de febrero de 1978 y con una licenciatura en Literatura de la Universidad Javeriana, este furibundo hincha de Millonarios hace cinco años aterrizó en España. Primero, en Madrid. Ciudad en la que hizo un máster en Filología hispánica, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, (CSIC), que se puede considerar el primer tiempo de su trabajo académico. Actualmente vive en Barcelona. A la capital de Cataluña vino para seguir sus estudios, en forma de doctorado, en la Universidad Autónoma de Barcelona, y disputar el segundo tiempo de ese partido personal que lo enfrenta con el tema de la literatura y el fútbol.

Después de siete años de investigación, Díaz Zuluaga presentó su tesis Literatura y fútbol: otros horizontes de la literatura en España e Hispanoamérica, dirigida por el escritor, periodista y profesor español Fernando Valls, ante un jurado que le dio el aprobado para alcanzar el título de doctor. En este partido no hubo necesidad de alargue ni mucho menos de definición con tiros desde el punto penal. Lo suyo fue una victoria por goleada. En Barcelona, en un estadio de fútbol, el Nou Sardenya de Gràcia, hablé con él sobre su tema de investigación: la pelota y las letras.

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¿Cuándo y por qué decidió hacer una investigación de doctorado sobre el fútbol en la literatura hispánica?
Cuando leí los primeros cuentos de fútbol que conocí, que fueron los de Osvaldo Soriano, vi que ahí había un campo de investigación que me interesaba mucho. Pensé que sería suficiente con una tesis de maestría, pero fue apareciendo mucha bibliografía y no tuve más remedio que meterme en un doctorado para poder tener un conocimiento real del tema.

Si se puede hablar de una relación, ¿qué tipo de relación tienen el fútbol y la literatura?
Creo que tienen una relación simbólica, es decir, ficcional, de mentiras, de juego, de ilusión. Por eso pueden darse la mano sin problema.

¿Cuál es la obra más antigua que encontró?
En español, el cuento de Horacio Quiroga: Juan Pólit-Half Back. Supongo que en el mundo anglosajón debe haber algo del siglo XIX. De hecho hay rastros en Shakespeare y en el Popol Vuh. Sin embargo, allí se habla de deportes muy parecidos al fútbol que no son el que nosotros jugamos. Sobre este fútbol moderno, por llamarlo de alguna manera, el primer cuento en español es el de Quiroga.

¿Cuál es la más reciente?
Mercado de invierno, de Philip Kerr, en el mundo anglosajón.

¿Y en el mundo hispánico?
Creo que La inmensa minoría, de Miguel Ángel Ortiz, publicada por Random House.

¿Cuántos libros componen su investigación?
Ciento diez libros entre novelas, cuentos y poseía. Además de algunos de crónicas y unos pocos de teoría.

De acuerdo con su criterio ¿cuál es el más extraño? ¿Cómo lo encontró?
Hay dos libros inesperados: Uno de cuentos de fútbol cubano, -donde el fútbol no representa ningún interés más allá de seguir por TV ligas europeas-, y una antología de textos literarios sobre fútbol hecha en Honduras por una mujer.

¿Cuáles son los títulos de esos libros?
Cábalas y amuletos, de Ariel Lunar; y La garra catracha, de Helen Umaña.

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Su investigación comprende la literatura hispánica en cuanto al fútbol desde géneros como la novela, el cuento y la poesía, si le tocará escoger un poema de los encontrados en su investigación para hacer enamorar a alguien de la pelota, ¿cuál escogería y por qué?
No escogería nada de literatura. Le regalaría una pelota y lo acompañaría a un parque a patear penaltis, o lo invitaría a ver una repetición de la final de la Champions entre el Liverpool y el Milan del 2005. Ahora, si el gancho fuera por medio de la literatura con un cuento de Roberto Fontanarrosa sería suficiente. Pero si fuera por medio de la poesía, hay muchos versos con imágenes preciosas en Parra del Riego, o en Canal Feijoó. Pero hay un poema de Blanca Varela titulado: Fútbol. Es la vida.

¿Cómo dice ese poema?
Juega con la tierra / como con una pelota / báilala / estréllala / reviéntala / no es sino eso la tierra / tú en el jardín / mi guardavalla mi espantapájaro / mi atila mi niño / la tierra entre tus pies / gira como nunca / prodigiosamente bella. Es más que una invitación a pensar con los pies, es la certeza de que hay quienes tratamos el mundo a las patadas.

¿Es factible considerar a la literatura del fútbol en español como un subgénero de la literatura?
Es arriesgado. Es atrevido. No creo que sea un subgénero. Creo que es más bien un tema con mucho mercado actualmente y por eso las editoriales piden a sus escritores novelas sobre fútbol.

Hay autores consagrados que dicen que del fútbol es difícil escribir una novela porque el fútbol es épico en su momento, el instante es que es jugado, y recontarlo es imposible. Es decir que no vale una segunda narración, porque lo que estamos viendo ya es y lo demás es tratar de condensar lo imposible… ¿Usted que dice frente a esto?
El problema de escribir una novela sobre fútbol es que se piensa que el éxito está en narrar partidos literariamente. Esto hace que siempre se terminen escribiendo historias que apenas tienen el fútbol como excusa para profundizar otros temas ya que eso le resulta más cómodo y viable al autor. Eso sí, siempre con algún partido de fondo. Pero la cosa es más sencilla de lo que parece: una novela sobre fútbol debe contar una historia en la que la pasión por el fútbol sea el hilo narrativo, en el que una visión de mundo condicionada por la pasión por este deporte altere, incida, influya, marque y explique la vida de un individuo. Incluso no sería necesario un partido de fútbol en sí, sino la ilusión constante de vivir como si la vida fuera un partido de fútbol.

¿Por qué muchas de las novelas de fútbol decantan hacía historias del tipo de la novela negra: muertos, corrupción, detectives que investigan casos?
Las mafias y el mundo oscuro del espionaje y las conspiraciones siempre han estado muy cerca del fútbol. Y esto, teniendo como base lo dicho anteriormente, le facilita al autor “escribir una novela sobre fútbol” aprovechando que hoy en día interesan y venden mucho las ficciones narrativas sobre intrigas. En este caso, el fútbol es apenas un pretexto ya que no son novelas futboleras ni mucho menos.

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De acuerdo con su criterio ¿cómo debería ser o en qué debería centrarse una novela de fútbol para ser eso, una buena novela de fútbol?
Una novela de fútbol -eso de buena o mala es un juicio de valor hermenéutico- debe ofrecer la posibilidad de que el lector logre reconocer los elementos por medio de los cuales una persona puede llegar a perder la cabeza -me refiero a darle un vuelco total a su vida, o a empezar a tomar decisiones trascendentales para su vida a la luz del fútbol-, ante la presencia de una pelota de fútbol en su vida. Es eso. Es más: debería también tener las claves a propósito de qué es o de qué elementos está hecha una pelota de fútbol a sabiendas de que una vez llega al pie del hombre, es capaz de robar toda su atención haciéndolo víctima de una situación de juego ficcional, que luego puede llegar a trasladarse a la vida diaria en la mente de ese hombre.

¿Hay futuro para la literatura de fútbol? Más allá de los que se ve cada cuatro años en tiempo de Mundial.
Yo creo que sí. Hay novelas y cuentos muy interesantes que han llamado la atención frente al hecho de que todavía no sabemos qué es lo que nos embruja del fútbol.

Si se hiciera un triangular de literatura de fútbol entre la poesía, el cuento y la novela, ¿cuál saldría ganando? La pregunta va encaminada a qué se escribe más: poesía, cuento o novela de fútbol.
Se publican más novelas, se escriben más cuentos, pero la poesía es el mejor lugar para poder hacerse a una idea de lo que puede ser el fútbol: un universo poético cargado de símbolos y de reglas capaces de dotar a los jugadores de una épica, una tragedia, un drama o una comedia en la que se juega a ganar intentando controlar con los pies un elemento redondo celoso y arisco.

¿Qué autores recomienda para el lector que se acerca por primera vez a este, digamos, subgénero literario?
A mí me gusta mucho leer crónicas. Pero no crónicas de partidos ni mucho menos sino crónicas en las que alguien reflexiona el porqué de lo que pasa en el terreno de juego, interpretando eso a la luz de un contexto social. Puede sonar inútil y contradictorio frente a lo dicho anteriormente. Pero lo que realmente tiene de valioso una crónica es que intenta explicarse a sí misma el porqué de la locura social y deportiva ante el fútbol. Un ejemplo: Enric González. La crónica puede ser una puerta de entrada.

¿Usted jugó o juega al fútbol? ¿Qué posición hacía? Como escritor y futbolista aficionado, ¿qué es más difícil escribir sobre fútbol, bien sea novela, cuento o poesía, o anotar un gol en un partido?
Jugué fútbol desde muy niño. Era mi vida. Quise ser futbolista pero tuve lesiones y ahí se acabo todo. Jugaba de delantero. Creo que es más difícil anotar un gol por toda la dificultad que tiene el juego con rivales y con una pelota en disputa. Además, no he intentado todavía escribir sobre fútbol pero creo que también puede ser muy difícil si no hay pasión. Quien juega al fútbol es un apasionado.

¿Y quién escribe literatura de fútbol?
¡Un soñador!

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abajo, 
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Publicado en el periódico EL TIEMPO, 3 de junio de 2015

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“Ponle Di Stéfano”

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Hace unos meses, creo que fue en diciembre, mi padre, desde Palmira, a través del teléfono, me dijo: “Ponle Di Stéfano a tu hijo”. Al terminar la conversación, el móvil dio señal de que la llamada había finalizado. Por unos minutos, quedé absorto en esta Barcelona, cavilando en esa posibilidad: Di Stéfano. ¿Por qué no?

Y es que desde que tengo memoria, ese apellido ha sido mencionado por mi padre como sinónimo de fútbol. Huelga decir que de cada cinco conversaciones que tengo con él, cuatro son acerca de este deporte. Repartidas así: tres de y sobre Alfredo por una de Millonarios. La otra, la quinta, se confunde entre temas varios que van desde cómo va la vida de un servidor en Barcelona hasta los más recientes acontecimientos del resto de la familia en Palmira.

Por ese Alfredo, él se hizo hincha de Millonarios de Bogotá. El “Ballet azul” del “cinco y baile” lo conquistó para siempre. Cada vez que me habla de ese equipo, integrado entonces, además de Alfredo, por Pedernera, Cozzi, Rossi, Báez, Zuluaga y Pini, entre otros, sus ojos brillan. Él vuelve a la niñez.

Por eso, días antes de que un servidor (yo) fuera padre (mi hijo nació en enero), Pini me llamó. Sí, él mismo se cambió su nombre de pila, Ramiro, por el Pini que se pedía ser de niño, a fuerza de la costumbre, cuando jugaba a la pelota, en cualquier descampando o potrero de Palmira. No entiendo porqué escogió Pini y no Di Stéfano. Quizás de ahí, queriendo corregir esa errata, el espontáneo “Ponle Di Stéfano…”.

“Ponle Di Stéfano”, dijo a través de la línea telefónica que une dos continentes: América y Europa. El mismo camino que hizo Alfredo cuando fue traspasado del Millonarios de Bogotá al Real Madrid de España. Pini lo siguió y con Alfredo se hizo hincha del equipo blanco.

Recuerdo que, hace seis años, cuando le dije que, junto con mi esposa, nos veníamos de Colombia a vivir a España, sus ojos brillaron de felicidad. Elucubro que su mirada de alegría no fue tanto por nosotros y el futuro que se nos abría, sino porque íbamos a estar cerca de Alfredo.

Cuando le dije que el lugar de destino era Barcelona, 600 kilómetros distanciada de Madrid, noté algo de decepción. Sentimiento que cambió con el pasar de los días y las llamadas. Recuerdo que en cada una de ellas, antes de preguntar por cosas nuestras en Barcelona o contarme de las suyas en Palmira, siempre ha comenzado la conversación preguntando por Alfredo. Como si el futbolista argentino viviera en nuestro mismo barrio, Guinardó. Y escribo futbolista, porque si de algo me ha convencido mi padre, es que el prefijo ex es muy corto para ponérselo y calificar así a alguien tan grande.

Una o dos semanas atrás, Alfredo murió en Madrid. Tenía 88 años. Él, que nunca disputó un Mundial de Fútbol, falleció en medio del torneo de la FIFA en Brasil. No había partidos ese día. Desde entonces, Pini no ha vuelto a llamar. Es como si con Alfredo el fútbol también hubiese muerto. Y con su silencio guardase un luto respetuoso y riguroso.

En unas semanas lo visitaré en Palmira. Le presentaré a su nieto de seis meses. Y con el mismo silencio que guarda él a la memoria del fútbol, que es lo mismo que decir a la memoria de Alfredo, le entregaré la edición de MARCA con el suplemento especial sobre la muerte de Alfredo. Seguro que sus ojos volverán a tener ese brillo de la niñez cuando observe la tapa del diario deportivo y vea que, como homenaje, ese periódico decidió bajar su cabecera a la mitad de la página, para poner a Alfredo por encima de todo. Ellos, a su manera, siguieron su consejo: “Ponle Di Stéfano”.

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La voz del Camp Nou

El estadio del Fútbol Club Barcelona tiene voz propia. Muchos la han escuchado pero pocos conocen el rostro de la persona que está frente al micrófono. Manel Vich está a punto de cumplir 76 años y su deseo de seguir siendo el locutor del Camp Nou es latente. En más de medio siglo, sólo un cáncer de riñón y las bodas de sus hijos han hecho que falte alguna vez a un trabajo por el que nunca ha cobrado. Crónica de un hombre a una voz pegado. Escrita para la revista Panenka, No. 27, de febrero de 2014.


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(Haz clic en la imagen o en el enlace, abajo,
para leer la historia completa en pdf).

Publicado en Revista Panenka No. 27, Febrero, 2014

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Jorge Carrión: el coleccionista de Librerías

Como finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2013, el escritor español Jorge Carrión rinde un sentido homenaje a las librerías. En el libro, el autor -viajero consumado- recorre los cinco continentes para reflexionar sobre la vida de las tiendas de libros. Mientras en París o Nueva York algunas han pasado de ser centros culturales a íconos turísticos, en otras ciudades del mundo muchas cierran sin más remedio que el olvido. Entrevista.

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Publicado en revista Gaceta de El País, 8 de diciembre de 2013

 

La huella de Bolaño

Visitar la exposición Archivo Bolaño: 1977-2003, que está abierta hasta el 30 de junio en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), y que luego irá a Nueva York y Madrid, es como entrar en un túnel que conduce a la mente del escritor chileno, reconocido por novelas como Los detectives salvajes y 2666. Al cumplirse diez años de su muerte, la muestra le rinde un justo homenaje y subraya lo que el autor pregonaba en vida: “El único deber de un escritor es escribir bien”.

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Leer online
Publicado en Gaceta – El País

 

El invierno de Paul Auster

Foto de Carles Mercader

A primera vista Paul Benjamín Auster da la impresión de ser un dibujo de Matt Groening. Ojos saltones, dos entradas sobre la cabeza que dejan ver más de su amplia frente, pelo hacia atrás, cejas arqueadas, nariz prominente, boca lineal y mentón con algo de sombra de barba lo hacen ver como si fuera otro habitante más del Springfield de Los Simpson.

El cuerpo alto, que muestra una incipiente barriga, más del trazo de Groening, viste hoy un pantalón negro, chaqueta y camisa del mismo color. Como accesorio, una bufanda vino tinto contrasta el tono oscuro de sus ropas. La tela cuelga de su cuello y protege del frío y del viento al escritor estadounidense (New Jersey, 1947), mientras los fotógrafos lo siguen con sus cámaras por el patio del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona  (CCCB) hasta subir al mirador del edificio, en el quinto piso, desde donde se ven los tejados del antiguo barrio chino de la ciudad y el revoloteo de las palomas que pareciera que apuntan al cagar.

Con más de 30 obras publicadas, una variopinta suma de novelas, ensayos, poesía, cuentos y relatos, el ganador de, entre otros premios, el Príncipe de Asturias de las Letras 2006, y cientos de miles de libros vendidos en todo el mundo, es recibido y tratado como una estrella del rock. Hasta las gafas oscuras de piloto, que ocultan su mirada, lo hacen ver de esa forma. “Disculpen que no se las quite, su religión y la resaca así se lo impiden”, acota medio en serio-medio en broma su editor, Jorge Herralde.

Y pensándolo bien, Auster bien podría considerársele como un viejo roquero. No de guitarras o bajos, pero sí de teclear máquinas de escribir –no tiene computador–, que comenzó en el oficio cuando tenía 12 años. No es un rockstar de los que descabeza murciélagos con su boca, pero sí un escritor que hace lo mismo pero con la vida, a través de las obras que crea en sus historias. No es un músico, pero sí compone partituras mediante su literatura que se leen como novelas, relatos, guiones de películas, cuentos y hasta poesía. Aunque ésta últimamente la limite sólo para su familia y ocasiones que comparta con ellos en su vivienda del barrio Park Slope en New Jersey.

En una sola palabra, Auster es un artista en todo el sentido de la misma. Nadie mejor que él para definirlo. “Personas como yo, vivimos atormentados por lo que vemos y cómo no lo entendemos, ahí es cuando surge la enfermedad. Y la única manera de afrontar esa enfermedad es desahogándonos en el alguna forma de arte. Pero hay que tener claro que la escritura no sirve para curar heridas, acaso para tratar de comprenderlas”. Y eso precisamente es lo que trata de hacer en su más reciente libro, Diario de invierno.

Es de mañana en la capital de Cataluña. En el barrio el Raval las sombras se inclinan sobre sus dueños, gracias a un tibio sol. El frío gélido de hace unos días, que puso los termómetros debajo del cero y que nos hizo tiritar en la calle, como si estuviéramos confinado por Stalin en Siberia, se ha ido, pero a la ciudad ha llegado Auster para recordarnos que todavía es invierno afuera de nuestras casas. Para decirnos que aún hace frío afuera de nuestras vidas. Sí, porque adentro nuestro está el calor con lo que vivimos y creemos es lo correcto, pero afuera es invierno. Hace frío.

(Para seguir leyendo haz clic aquí, en Gaceta (El País, 11 de marzo, 2012)

Martín Caparrós: “Escribo porque es mi forma de estar en el mundo”

Desde la terraza del Hotel Condes de Barcelona, en el cruce del Paseo de Gracia con la calle Mallorca, se contempla un paisaje sin igual de la época modernista de esta ciudad. En primer plano la fachada de La Pedrera y, al fondo, La Sagrada Familia. Los dos edificios, ideados y construidos por Gaudí, también estaban aquí, cuando en 1980, Martín Caparrós llegó a Barcelona para probar suerte.

“En esta ciudad me fue mal y me fui sin saber adonde. Entonces estaba exiliado en España y unos amigos me prestaron una casa en Valsaín, un pueblo de Segovia, y ahí comencé a escribir mi primera novela”, recuerda el escritor argentino que, por su reciente obra Los Living, sucede al colombiano Antonio Ungar como ganador del XXIX Premio Herralde de Novela.

Caparrós, con su mostacho imperial, camisa, chaqueta y pantalón negro, está feliz. El cronista no niega esa alegría pues desde ahora forma parte del “Herralde Dream Team”. “¿Cómo decirlo? Uno se hace el tonto porque en un momento como este hay que ser caballero y mostrar cierta displicencia, pero a mí me importa mucho ganar este premio, que está más lejos del dinero y más cerca de las palabras. Me honra hacer parte de la lista de ganadores y la felicidad es completa, porque, mirá vos, fue en la edición 29, que es mi número de la suerte -nació un 29 de mayo de 1957-“.

Es casi medio día en Barcelona, ciudad a la que Caparrós ha regresado muchas veces, debido a sus numerosos viajes e incontables crónicas por el mundo. Bajo un tibio sol otoñal -la lluvia ha dado tregua-, en lo más alto de este hotel, que ocupa dos palacetes del siglo XIX, el autor termina una tapa de langostinos envueltos en hilo de papa con salsa tártara. Me da su mano de dedos flacos y largos. Nos sentamos a la sombra y comenzamos a hablar. Del premio, de la escritura, de la crónica y, por supuesto, de fútbol, con el hincha de Boca Juniors que lleva dentro.

Para un escritor y reconocido seguidor de Boca Juniors, ¿qué se celebra más, un campeonato de Boca o el Premio Herralde de Novela que acaba de ganar?
Sería muy populista decir que un título de Boca. Sin embargo, mirá vos, esto me da un placer mucho más personal y mucho más sostenido. Dentro de años seguiré recordado y será de algún modo constitutivo. Lo pensaba hace un ratito, hay amigos muy queridos que se ganaron este premio, Juan Villoro, Alan Pauls, y en varias situaciones, en las que hemos coincidido, dicen: “Fulano de tal, ganador del Premio Herralde”, eso es algo que va a seguir sucediendo durante años, es para toda la vida. Y eso tiene su fuerza. Lo que tiene en cambio, en contra, es que no hay un momento, como cuando, no sé, Palermo le hizo el tercer gol a River, el 24 de mayo del año 2000, en que sucede y ¡pum!

¿El éxtasis del hincha con el gol es más efímero que un premio literario?
¡Claro! El gol o el final de un partido importante es un momento extraordinario. En cambio, esto del Premio es como más lento. Te dicen: “Estás finalista”, “puede ser”, “bueno, deberías pensar en la posibilidad de ir”, pero no tienes ese momento del gol.

¿Dónde estaba? ¿Quién se lo comunicó? ¿En qué momento?
Lo que pasa es que es muy raro porque nunca me dijeron que me habían dado el premio. Siguen sin decírmelo (ríe). No, porque tienen su sistema rarísimo, de verdad, me habían dicho que tenía muchas chances y bueno, este, como estaba la posibilidad, me dijeron que si podía venir a Barcelona, para estar hoy aquí. Me mandaron un pasaje para que viniera, pero no me dijeron que lo había ganado. Y siguieron sin decírmelo, yo llegué el sábado y no me dijeron nada. Ni vi a la gente de Anagrama hasta hace una hora. En ningún momento me dijeron: “ya te ganaste el Premio, hasta que nos sentamos frente a la prensa y lo hicieron público”. Es más, cuando llegué y vi a Herralde, él me dijo: “Todavía estamos esperando el llamado de un jurado a ver si te lo ganaste o no”. (risas). Fue como una situación extraña, porque estaba casi seguro de que lo había ganado, porque sino ¿para qué me iban a invitar a todo esto? Pero podía que ser fuera un finalista y que hubiera otro…

¡Claro! que lo hubieran invitado a Barcelona para definir por penales…
Sí. (ríe).

Retrocediendo en su carrera, recuerda el momento en que escribió su primera novela y además de escribirla, publicarla, ¿cómo vivió ese instante?
Bueno, fueron dos novelas distintas. La primera que escribí no fue la primera que publiqué. Lo recuerdo mucho, la primera la escribí aquí en España, pero la terminé dos años después. Estaba exiliado aquí y no tenía contactos ni manera de hacerla publicar. Tenía 23 ó 24 años. Cuando volví a Buenos Aires, ya tenía otra, que también escribí aquí y conseguí un editor para esa.

¿En qué año regresó a Buenos Aires?
Volví en el… 83. Esa otra novela se llamaba Ansay o los infortunios de la gloria y esa fue la primera que publiqué, aunque fue la segunda que escribí. Y, claro, me acuerdo del día en que salió. Fui a la imprenta para ver los primeros ejemplares… para mi fue especial. Después la reeditó Seix Barral.

¿Por qué escribir? ¿Para qué escribir?
Escribo porque es mi forma de estar en el mundo. Hay gente que cuando se le ocurre algo, se le ocurre como un color o una forma, como una melodía, a esos los envidio muchísimo, a mí se me ocurren las cosas como frases y pienso el mundo en términos de frases. Entonces, lo único que sé hacer es poner frases. Una al lado de la otra. Me da mucho gusto hacerlo, me importa hacerlo y quiero seguir intentándolo, pero no para nada, sino porque es lo que hago. Ojalá sirviera para algo, pero no es eso lo que hace que lo haga. Lo hago porque me siento de mucho mejor humor, a las seis de la tarde, si durante el día escribí un par de páginas.

¿Alguien me dijo que esto de ser escritor era como ser Robín Hood… porque se trata de “robarle historias, quitárselas, a los ricos en ellas y entregárselas a los pobres… de historias. ¿Qué opina de esta metáfora?
Es simpática, pero no sé si estaría muy de acuerdo porque se me ocurren demasiadas objeciones para decir una por una. Pero, para empezar, uno saca historias de todos lados pero no necesariamente allí, en donde hay riquezas, uno es un depredador mucho menos discriminado, depreda por todos lados, empezando por uno mismo y aquellos que reciben eso, no necesariamente son los pobres en historias, sino cualquiera. No, no lo puedo pensar desde la distribución del relato. Me gustaría, pero no…

Además de la novela, usted es un maestro de la crónica, ¿el género de la crónica tiene el poder de engendrar varias novelas?
No, a mí no me pasa. A mí lo que sí me pasa es que hay cosas que se me ocurren para ficción y otras que se me ocurren para no ficción. Pero no es que, cuando voy a escribir una crónica, de pronto digo: “ah es que, con esto, en realidad podría hacer una novela”. Nunca me pasó. O que voy, como algunos dicen, compilando, este, historias o personajes que después pueda usar en las novelas. No, no me sucede. Sí me sucede que cuando se me ocurre un tema o una cuestión ya viene con la información de sí va a ser ficción o no ficción. No es que se me ocurra un tema y después diga “¿Qué hago con esto? Cuando se me ocurre ya es parte de una novela o de una crónica.

¿Más o menos, ya está preconcebido?
Sí, ya viene con todo el aparato, no incorporado, sino que forma parte de la idea el hecho de que sea una novela o una crónica.

Usted también es un apasionado por el fútbol… literatura y fútbol es un tema recurrente en su carrera. Y creo que concuerda con el escritor mexicano Juan Villoro en la idea de que es muy difícil hacer del fútbol, literatura, porque en sí, ya está contenida esa idea de épica dentro del mismo juego…
Sí, yo suelo decir que el fútbol es un relato tan bien armado que es difícil hacer de eso un relato por otros medios. Es un relato hecho de eso, de corridas, de pelotazos y de una épica propia que, después para trasladarla a otra, como es la estructura narrativa de un texto, tiene sus problemas. Pero, sin embargo, hay maneras de intentarlo. Ahora, ya que hablabas de Villoro, vamos a publicar el año que viene, una correspondencia (electrónica) que tuvimos durante el Mundial de Sudáfrica. Saldrá a mediados del 2012 y me da mucho gusto, porque hablar de fútbol es una excusa para hablar de todo. Y en esas cartas lo hacemos un poco.

¿Con qué editorial?
(Ríe) Ya te contaré. Hoy es un día Anagrama.

Ya para terminar… si pudiéramos hablar del Boca actual, ¿qué le pasa por la cabeza?
Bueno, siempre fue el equipo más popular de la argentina. Sabés que es muy curioso que en la historia del fútbol siempre hubo en las ciudades importantes el equipo popular y el equipo, por decirlo de una manera, más elegante. De una época, además, en la que había una, como decía entonces, una cultura baja y una alta, una cultura proletaria y una burguesa, porque estos equipos se consolidaron en los años 10 y 20 del siglo pasado, según la época en que la dicotomía entre esas dos formas culturales era muy visible y eso sucede en todos lados: aquí con el Barcelona y el Español, más o menos; en Madrid con el Real Madrid y el Atlético, sin ninguna duda; en Bogotá con Millonarios y Santa Fe, en Cali, la verdad no sé como es el asunto…

América es el equipo popular y el Cali, el de más abolengo…
O.K., pero eso se ha ido difuminando últimamente, porque se han ido rompiendo esas barreras. La cultura burguesa ha hecho propia la cultura popular, la ha mercantilizado, se la fagocitado de alguna manera y eso pasa también en el fútbol. Aún así, Boca tiene esa característica principal, pero se está deshaciendo. En el caso de Boca hubo un presidente, Mauricio Macri, que ahora es el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que decía claramente que quería transformar al equipo en un club fashion. Y, de hecho, en buena parte lo consiguió. Hasta aumentó el costo de las entradas. Tanto que muchos de los que van ahora a la cancha son turistas y algún día los demás se van a dar cuenta que los que tiene alrededor son australianos, franceses, brasileros. Pero es una pena, porque eso que te decía, que es lo primero que uno piensa cuando piensa en Boca, se está perdiendo y si este proceso sigue así, puede llegar a deshacerse. Y entonces, este, va a ser un despilfarro de 100 años de cultura popular…

Como los poetas recitan siempre sus versos, los futboleros recitamos alineaciones, ¿cuál de Boca es su favorita?
La que primero aprendí, que era la del 63 o 64: Roma, Silvero, Marzolini, Simeone, Rattín y Silveira, pero después ya se complica, de ahí para adelante, los otros cinco cambiaban más… y, sin duda, debería poder rehacer alguna de las alineaciones de Bianchi, que incluyen a los tres colombianos que fueron muy decisivos en la mejor época de Boca de toda su historia.

¿No le hace falta River a Boca en la Primera del campeonato del fútbol argentino?
Síiííí, qué se yo, hace falta, uno extraña un poco ver el Boca-River, pero el placer de verlos en la Primera B, es tan grande, que uno acepta que no se juegue el Boca-River. Es tan extraordinario. Es lo mismo que te decía con el Premio Herralde al principio, que capaz, dentro de 10 años, me van a presentar, no sé, en una universidad en Cali. “Martín Caparrós, ganador del Premio Herralde 2011, no sé qué…”, de la misma manera, River, dentro de 20 ó 30 años, va seguir siendo aquel equipo que una vez se fue a la B. Son cosas que no se terminan nunca, son placeres para toda la vida… infinitos.

Fotos de María Teresa Slanzi / Anagrama
Entrevista publicada en la revista Gaceta de El País.
(Domingo, 20 de noviembre de 2011).
Haz clic en el enlace y, cuando abra la ventana, si no se despliega la revista, dale enter en el mismo url, para ver la entrevista como salió publicada en la revista.

La ‘Decencia’ de Álvaro Enrigue

“Y ahora yo qué hago”. Esa fue la pregunta con la que el escritor mexicano Álvaro Enrigue comenzó su intervención tras la introducción que hizo el editor de Anagrama, Jorge Herralde, durante la presentación de la más reciente novela del autor de Hipotermia y Vidas perpendiculares en la Casa Amèrica Catalunya.

Decencia se titula esta nueva novela de Enrigue y con la honestidad que corresponde al escritor, el mexicano se explayó en los porqués de su historia. Desde la multitud estuvo allí y quiere compartir la voz del autor. A veces algo tan importante como la escritura del mismo. Las fotos son de la página de Facebook de la Casa Amèrica Catalunya.

Parte 1: “Este un libro que cuenta una historia familiar, básicamente…”.

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Parte 2: “Es una novela que pretende ver al siglo mexicano para ver qué pasó. ¿Cómo coños llegamos adonde estamos ahora…”.


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Parte 3: “Creo que la novela celebra tanto como condena los pésimos usos del sistema político mexicano del siglo XX…”.

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Parte 4: “Las novelas se escriben para ser escritas, nada más. Y para ser leídas. No sé si sean dispositivos que explican cosas. Una novela es una máquina del lenguaje que sólo se explica a sí misma…”.

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Parte 5: “Las novelas siempre tardan muchísimo…”.

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Parte 6: “Mi identidad catalana se reduce a un cuadrito que teníamos pegado en la pared de nuestra casa que decía Johan Cruyff… era un autógrafo enviado a México por un pariente de la familia desde Barcelona…”.

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Parte 7: “Decencia es una novela que me tomó mucho tiempo escribir…”.

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Parte 8: “Contar una historia es suficientemente difícil como para ponerse exquisito…”.

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