Notas al pie de Sacco

Joe Sacco tiene nombre de boxeador. Sí, de esos italianos o newyorkinos de mandíbula de hierro y cara cuadrada. De esos gigantes campeones de las categorías de los pesos pesados de la AMB o el CMB que se lo jugaban todo, tras 15 asaltos, en un recto de derecha o en un cross de izquierda. Pero su cuerpo es delgado, no pasa de los 70 kilos. No es boxeador y menos italiano.

Joe Sacco es maltés y viaja con pasaporte estadounidense. Documento que le permite ir por el mundo, de conflicto en conflicto. De guerra en guerra, tratando como cualquier otro periodista de contar lo que sus ojos ven. Pero Sacco es diferente a muchos otros. Lápiz, libreta y cámara fotográfica en mano, su curiosidad y profesión lo ha hecho estar en lugares como Palestina, Bosnia y Chechenia.

De cada uno de estos viajes, el ilustrador que se gradúo de periodismo en la Universidad de Oregón (1981), el mismo al que no le recibían sus trabajos porque no estaban dentro de las líneas editoriales de muchos diarios y revistas en EE.UU., decidió seguir adelante y publicar sus historias en el género que mejor manejaba: el cómic.

Así surgieron y fueron publicados en España: Gorazde: Zona Protegida (Planeta-De Agostini, 2001); Palestina: En la Franja de Gaza (Planeta-De Agostini, 2002); El mediador, una historia de Sarajevo (Planeta-De Agostini, 2004); Apuntes de un derrotista (Plantea-De Agostini, 2006); El final de la Guerra: reseñas biográficas de Bosnia (Plantea-De Agostini, 2006).

Después de haber ganado, entre otros premios, el American Book Award y el Eisner Award, el re-creador -porque investiga y, a través de su trazo, nos hace vivir la historia que cuenta- desilusionado por el tratamiento que le daban los medios estadounidenses al conflicto palestino-israelí, regresó a ese territorio para mostrarnos los hechos que rodearon y desencadenaron las matanzas de Khan Younis y Rafah en noviembre de 1956. Hechos remitidos a breves informes de los observadores de la ONU y olvidados por periódicos y libros, pero que él se vio comprometido a investigar.

¿Por qué contar algo tan antiguo, por que no olvidar eso y narrar lo que está pasando ahora en esa parte del mundo? Le pregunta en una viñeta un joven palestino. Sacco le responde con su estilo minucioso, realista, en el que cada detalle cuenta, con la punta de su lápiz bien afilada, en un limpio blanco y negro que llenan las 418 páginas de su más reciente historia Notas al pie de Gaza (Mondadori, 2010): “Porque tú mismo y tu historia también pueden ser olvidados dentro de unos años”.

Mezcla del trazo de Robert Crumb, lo satírico de Harvey Pekar (American Splendor) y la investigación de Truman Capote, Sacco logra una obra en la que muestra un conflicto desde adentro, con los odios de unos contra otros. Con el cansancio que denota la población palestina contra los milicianos que enfrentan al gigante invasor y que los utilizan para sus intenciones militares. Con los temores y asares que viven a diario millares de ciudadanos por las calles de una Palestina pobre y olvidada por el mundo. Unas calles por las que transitan autos, sí; pero en donde el tráfico se detiene y se controla por el miedo, las balas trazadoras y las bombas que dejan caer las fuerzas de ocupación israelíes.

“Ensayo ilustrado”, “cómic periodístico”, “cómic ensayo histórico”, “cómic documental”. Estas son algunas de las etiquetas que estudiosos y especialistas han puesto sobre el libro. Lo cierto es que es un documento vital para comenzar a entender lo que sucede en esa región. Para ello, Sacco estuvo tres veces en la Franja de Gaza, durante el 2002 y el 2003. Recopiló cantidad de material, buscó y entrevistó a personas que vivieron los hechos y los llevó a recordar y hablar, viñeta a viñeta, sobre la matanza.  Se mete tanto dentro de la historia que, como ya es costumbre en su trabajo, lo narra en primera persona. Una voz que lo hace más confiable y cercano al lector.  Así Sacco nos conduce de la mano, por Gaza, para ver como los bulldozer derriban las casas de palestinos en la frontera con Egipto. Sacco ve y cuenta lo que pasa actualmente, sin perder el hilo de su historia principal.  Convirtiendo al lector en otro testigo. Otro sobreviviente de las masacres de Khan Younis y Rafah en 1956.

Sí, Joe Sacco no es un boxeador. Pero en su trabajo periodístico, cómics que cuentan verdades, aplica esa frase que hizo famosa Mohamed Alí: “Vuelo como una mariposa pero pico como una abeja”. Así es el trabajo de este maltés que, sin dudarlo, se mete en el ojo del huracán para rayar en su libreta, como si fuera un boxeador de peso pesado que pegara un cross de izquierda o un recto de derecha para vencer por nocaut a sus oponentes. Que no son otra cosa sino el olvido, la desinformación y la mentira.

pd: En las facultades de periodismo, si es que todavía las hay, ya debieran jubilar y darle descanso a Truman Capote y su A sangre fría como ejemplo de investigación y de Nuevo (viejo) Periodismo. Ahí está Notas al pie de Gaza de Joe Sacco para reemplazarlo y con mérito sobrado. Porque el cómic también cuenta.

Conversación con Herralde

Anagrama, la ya legendaria y prestigiosa editorial fundada por Jorge Herralde Graú, a finales de los 60, recién hizo público el nombre del ganador del Premio Herralde de Novela en 2010, el colombiano Antonio Ungar, por su libro Tres ataúdes blancos. Pero como Desde la multitud no sufre de la prisa ni de las ligerezas y menos prontitudes, lo que en África llaman “el mal de los blancos”, al paso lento de siempre he decidido rememorar una charla que tuve con el editor en Bogotá, con motivo de la Feria del Libro de 2007, publicada en el diario El Tiempo el 28 de abril de ese año. Una conversación que no pierde vigencia sobre el oficio de editar, que el mismo Herralde denomina “El oficio infatigable”.

¿Cómo es el proceso de encontrar nuevos valores en la escritura?

Un editor es un lector profesional y con los años la percepción se va afinando. Leyendo la primera página de un manuscrito se sabe si allí hay escritor o no. Luego hay que seguir leyendo para ver si, además de escritor, hay libro.

De sus autores, ¿hay unos más difíciles de editar?

En realidad no tanto. Los autores extranjeros ya han pasado el proceso de edición en su país, ahí simplemente es traducir e intentar que sea lo mejor posible. Y con autores en lengua española, en realidad nunca hemos tenido problemas, porque ellos entienden que siempre lo que hacemos es en favor del texto.

¿Recuerda una anécdota que haya tenido con alguno?

En el caso de Roberto Bolaño, en Los detectives salvajes, me pasé un fin de semana devorando la historia. Este enorme libro tenía muchos minicapítulos, pero había cuatro que yo pensaba que necesitaban un poco de tijera. De los cuatro, en dos Bolaño me hizo caso y en los otros dos fue muy testarudo. A él le gustaban así. Entonces le dije: “El libro es tuyo… adelante”, pero en un plan de gran cordialidad.

Y en cuanto a los títulos, ¿de dónde salen?

A mí me divierte mucho cambiar el título y como ya hay algunos autores que lo saben, incluso me lo piden. Me pasó con Enrique Vila-Matas y su libro El viaje vertical. Antes se llamaba de otra manera. El viaje vertical era mejor, pues, por otra parte, era una coletilla que salía en varias ocasiones dentro del libro.

¿Qué busca en o con un título?

Una cosa muy fácil y difícil, que sea pertinente, que sea atractivo, que no traicione al libro y que vaya a la esencia de la obra.

¿Qué le gustó de Bukowski?

La rabia, la honestidad profunda, el gusto por el ‘wild side’, una cosa muy desgarrada y auténtica, expresada en una sintaxis muy limpia pero, al tiempo, calculada.

¿Y de Hanif Kureishi?

La primera obra que leí de él fue El buda de los suburbios. Me gusta mucho, pero estamos esperando otro Do de pecho. El lector de Kureishi está esperando una gran novela, que creo es en la que está trabajando y que me tiene que mandar en un mes.

¿Qué hay en el horizonte literario, en autores y títulos?

Hay un grupo de jóvenes escritores británicos, bastante cuajados, como Irvine Welsh, que desde Trainspotting, junto con Bukowski, es el representante por excelencia en Anagrama del paseo por el lado salvaje y luego está Nick Hornby. De éste, hemos rescatado sus tres primeras novelas, que había publicado Ediciones B. Dos de ellas son Alta fidelidad y Fiebre en las gradas, un libro sobre música pop y otro sobre fútbol.

¿Cómo está la relación de Anagrama con Colombia?

Me gustaría que fuera como la que tenemos con México, Argentina y Chile. Con este país ha habido muchos desencuentros por los distribuidores. Ahora estamos con Intermedio. Con ellos, solo los dos últimos años se ha notado un empuje, una dedicación y un profesionalismo superior. Eso es importante, porque si la distribución es buena, la otra tarea es buscar autores locales para publicar al tiempo con España, para irradiarlos a Latinoamérica. Esto pasa con Sergio Pitol, Carlos MonsivaisJuan Villoro, en México; Ricardo Piglia y Alan Pauls, en Argentina; y Alejandro Zambra, un joven muy prometedor en Chile; en cambio, en Colombia, por este problema de la distribución, no podíamos captar autores. Confío en que eso se consolide para ir vinculando más escritores colombianos.

“… y el Nobel de Literatura es para Bargas Llosa”

Jueves, 7 de octubre, Academia Sueca, hora: 12:45…

Académico I: Definitivamente ni DeLillo, Tranströmer, Murakami, Roth o McCarthy tienen, en este momento, perfil de Nobel de Literatura.

Académico II: ¿Entonces quién?

Académico III: No hay más candidatos. Yo creo que este año deberíamos declararlo desierto.

Académico IV: No, eso lo hacen en el Premio Planeta o el Premio Bruguera.

Académico V: ¿Entonces?

Académico VI: Tengo hambre.

Académico VII: Te comparto el bocadillo que mi esposa me preparó esta mañana. Es de vegetales y queso.

Académico VII: Yo tengo vino.

Académico VIII: ¿Y si se lo damos póstumo a Jorge Luis Borges. Total,  si en el Oscar tienen una categoría para saldar deudas que se llama “A toda una vida”, nosotros por qué no podemos dar un Nobel literario en la categoría “A toda una muerte”?

Académico IX: ¡Ya sé! ¿Y si se lo entregamos a…? ¿Cómo se llama el escritor ecuatoriano o chileno que siempre es candidato?

Académico X: Peruano, querrás decir.

Académico XI: Vargas Llosa.

Académico XII: Sí, ese es el ganador. Vámonos que es hora de comer y hay que cerrar la Academia.

Académico XIII: Perdón, honorables académicos, ¿ese apellido se escribe con be o con uve?

’Epiléptico’

He terminado de leer, el pasado fin de semana (oct. 24), Epiléptico (2009), la novela gráfica firmada por David B, publicada por Ediciones Sinsentido. Una obra que, en 373 páginas, reúne los seis álbumes de La ascensión del gran mal, serie editada por la francesa L’Association entre 1996 y 2003.

Al finalizar de leer esta obra gigantesca del cómic novelado, hay que decir que me ha impresionado bastante. No solo por la forma en que David B. (Pierre-Francois Beauchard) cuenta la historia de su familia -un padre, una madre y tres hermanos- en Orleans (Francia), a través de la enfermedad de su hermano mayor, Jean-Christope, sino por el trazo, la sencillez y el sentido común, con los que el pequeño, luego adolescente y depués adulto, Pierre-Francois asume su condición de cronista dentro de los Beauchard.

Es una historia que a primera vista bien podría juzgarse de triste, pero en el fondo lo que destaca es el valor de la condición humana para hacerle frente a algo desconocido, como es la enfermedad. El protagonista no es Jean-Christope, ni Pierre y menos la disfunción patológica, o la familia Beauchard, no. El verdadero eje temático de esta historia es la batalla que enfrenta ese grupo de cinco personas para, primero, entender la epilepsia y luego intentar vencerla.

Y es ahí, precisamente, en la palabra batalla donde está la clave de esta novela gráfica. De pequeño, Pierre sueña con las historias que le cuentan papá y mamá en la cena. Él le narra historias de la Biblia y ella la conquista de México por Cortés o el Miguel Strogoff. Y el pequeño lo único que se imagina son combates, cuerpo a cuerpo, a caballo, con lanzas, con garrotes…

De esa misma manera, después de que Jean-Christope sufre el primer ataque y la epilepsia se manifiesta en él, comienza la batalla de los Beauchard. Esto los lleva a recorrer, como bien lo menciona Quim Pérez en el prólogo, la ciencia médica y el extrarradio de ésta: la macrobiótica, la videncia, el espiritismo, el vudú, los exorcistas, los gurús, las terapias alternativas y hasta los charlatanes.  Esos son los ejércitos que le hacen frente, pero que también, en últimas, se vuelven contra los Beauchard, en su dura y fuerte batalla.

Epiléptico también muestra el crecimiento de un niño de la mano de héroes, como Gengis Khan, o el descubrimiento que hace éste de hechos como las Primera y Segunda Guerra Mundial, la independencia en Argelia de Francia o la guerra de Indochina, todas de voces cercanas a él. Y tiene como hilo conductor el mundo paralelo que crea el pequeño en el jardín de sus casa, como si de un fuerte de la Legión Francesa en medio del desierto africano se tratase, donde se siente cómodo con sus fantasmas, que no son que otra cosa que compinches de sus fantasías. Un lugar donde la realidad y el miedo no pueden entrar. Ni siquiera la epilepsia.

Condorito, alcalde de Pelotillehue

Hoy decidí informarme de verdad. Quise pasar de leer las noticias de El PaísEl Mundo y dejarlas para los eternos lectores del PSOE y el PP, en España. Saltarme las de La Vanguardia y El Periódico, dirigidas para los republicanos y los nacionalistas de Catalunya.

Quise olvidarme un día del fútbol y no leer los diarios deportivos de Madrid (As y Marca), que alaban el “nuevo proyecto galáctico” de Florentino Pérez. Y menos mirar los ‘culés’ (SportMundo Deportivo), que todavía critican el gasto “excesivo” del equipo merengue para fichar a Cristiano Ronaldo.

Como les decía, queriendo informarme de verdad, encendí el computador -esta máquina que me (des)conecta con el mundo-. Y buscando otro tipo de noticias que no me hablaran de los “falsos positivos” y la “inseguridad democrática” que buscan la reelección en Colombia, la “democratización de Irán”, “la mano tendida de Obama hacia Cuba”, o “la búsqueda de las secta de artes marciales que dizque asesinó a David Carredine en Tailandia”, escribí en el buscador las tres ‘w’, pensé un poco…

… y luego anoté el nombre de un diario que me acompañó en mis lecturas de niño: El Hocicón.  Y terminé con el ya clásico, esta vez cacofónico, “com” que enredaba un poco la cosa. Sí, escribí www.elhocicon.com y vaya sorpresa, se abrió una página a manera de portada que me llevó al Pelotillehue de los clásicos de fútbol contra la localidad vecina de Buenas Peras. De esos partidos pintados en tonos naranjas, rojos y negros.

Pero como esto no se trata de fútbol sino de periodismo y de informarme de verdad de lo que pasa en otros lugares, el periódico fundado por René Ríos (Pepo), dentro de ese otro mundo que hace parte de la vida del pajarraco más famoso de Chile y que todavía cumple con con su eslogan “Diario pobre pero honrado”, y con el añadido de “Noticias de Pelotillehue y sólo algunas de Cumpeo y Buenas Peras”, desplega en toda su primera (y única página) la noticia del año, por encima de la posesión de Obama en La Casa Blanca,: “Condorito, alcalde”.

Sí, y al lado de la foto de este personaje, con su cresta roja en forma de fríjol, sus ojos grandes y pico largo, se puede leer el subtítulo “Condorito gana la alcaldía de Pelotillehue”. Y luego se desarrolla la información: “En un día histórico y sin precedentes, Condorito gana la alcaldía de Pelotillehue. Su novia Yayita y sus amigos Huevo Duro, Don Chuma, Garganta de Lata y Ungenio lo acompañarán el día de su posesión. La contienda electoral -prosigue la noticia- estuvo muy difícil, aunque el candidato opositor Pepe Cortisona se niega a admitir que fue vencido y en este momento realiza una huelga de hambre al frente a la Alcaldía”.

Termina esta primera página-única con dos llamadas, como se dice en lenguaje periodístico, a dos hechos que tampoco se pueden dejar pasar en el Macondo de Pepo: “Últimas noticias: murió El Roto Quesada”; y “Más noticias: Condorito despedido de El Pollo Farsante”, trabajaba como mesero”. Aquí está la portada en exclusiva para Desde la multitud:

Después de esto, por hoy, ya no quise saber de más noticias que van y vienen. Pero eso sí, me quedé con el sabor en la boca de un café, valga la redundancia, en el ‘Café El Insomnio’. Pensando qué sería de la ‘Funeraria Muérase hoy y pague mañana’. Y si la tan cacareada crisis afectó las finanzas del ‘Hotel Dos llegan, tres se van’. También extrañé tomarme una cerveza en un ‘Bar El Tufo’ lleno. Añoré caminar en calles rotas, mientras un cocodrilo trepaba por la ventana de una de las casas del pueblo. Y hasta guardé un minuto de silencio por la muerte de ‘El Roto Quesada’.

Sólo resta esperar que con la alcadía de Condorito, a diferencia de otras administraciones, nada cambie en Pelotillehue. Ese lugar que, de acuerdo con la traducción del vocablo indígena al castellano, significa “Ciudad de los Pelota”.

Rushdie

Fui con algo de temor. No tengo porque negarlo. Aunque hayan pasado 20 años desde que el fallecido ayatolá Ruhollah Jomeini pronunciara la fatua que codenaba y pedía el asesinato de Salman Rushdie por “blasfemar el islam”, según Irán, con el libro Los versos satánicos, y aún así, el mismo gobierno islámico la haya denegado tiempo después, el riesgo de Rushdie -y de estar cerca de él- es algo que no se puede hacer a un lado con facilidad.

De ahí mi prevención al asistir a la charla que tuvo el escritor de origen indio y criado en Gran Bretaña con su colega colombiano Juan Gabriel Vásquez, en la biblioteca Jaume Fuster de Barcelona. Conversación en la que no hizo ningún comentario ni hubo ninguna pregunta ni de parte de Vásquez y menos del público presente sobre la ya anacrónica condena. Sin embargo, estar a pocos metros de él, viéndolo al alcance de cualquier seguidor de la proclama de Jomeini, fue algo que no me dejó estar totalmente cómodo dentro del salón.

Ocho agentes y un furgón de la policía autonómica de Cataluña, a la puerta de la biblioteca en la Plaza de Lesseps, a la postre, también incrementaron esa disposición. Claro está, este operativo fue mucho menos de lo que se vio en la ciudad durante la visita de Roberto Saviano. ¿Será qué, sin poner en medio el tiempo entre las dos amenazas, la de la mafia napolitana necesita mayor cuidado que la de de los defensores del islam?

Otra cosa que aumentó ese estado de alerta es que la misma fatua, a pesar de que el gobierno iraní ya la suprimió oficialmente, sigue “vigente”; pues el único que de acuerdo con la tradición la puede retirar es el mismo que la haya lanzado. En este caso, Jomeiní, pero una vez muerto, ¿cómo? De ahí que esa tarde, de primavera lluviosa, cualquier fundamentalista indepediente, de turismo por la ciudad, la hubiese podido hacer efectiva para cobrar los millones de dólares como pago por matar a Rushdie (En principio se dijo que se pagaba US$3 y luego se dobló a US$6). Eso, además de sacar un par de libros de la bibilioteca.

¿Quién podría matarlo aquí? ¿Quién, en la Jaume Fuster, tenía rostro y forma de asesino? Con esta pregunta -esperando que no pasara tal cosa- me metí en la fila para entrar a la conferencia y oír de su voz, sus historias e ideas sobre su carrera y su más reciente novela.

¿Será el tipo que está detrás mío y justo me preguntó: “¿Es esta la fila para la charla de Rushdie?” ¿Puede ser la señora de pelo de raíz negra y puntas rojas y que, proyectándose al futuro, lee la sección de obituarios de El País? ¿Será el calvo que teclea su móvil, quizás comunicando: “Estoy a tiro de hacerlo”? O ¿el tipo de chaqueta oscura y pelo engominado que camina como perdido? No, ya sé, la señora pequeña, de canas, que dificílmente camina apoyada en un bastón de aluminio con punta de plástico roja, el arma secreta y clásica para este tipo de atentados.

Cualquiera puede ser, hasta el que ojea Le Monde, el que pregunta por los libros del autor a la entrada o la señora que hace como que lee la revista Todogatos. Cualquiera puede serlo. Hasta yo mismo puedo ser un sospechoso. “Era un rasta alto y tenía una chaqueta naranja”, diría uno de los testigos del hecho.

En fin, que nada de eso pasó. Rushdie sobrevivió. Rushdie comenzó a hablar y me olvidé de la fatua, de Jomeini, de la señora de pelo de raíces negras y puntas rojas, y hasta de la que leía o hacía que leía la revista Todogatos; pues, lo que sucedió fue que conocí a un gran charlador. Un tipo, con cara de lechuza, encandilado por los flashes de los fotógrafos y las luces del salón de conferencias de la Fuster que, entre otras frases, dijo: “Lo único que nos diferencia de los animales es el hecho de contar historias. Todos somos el mismo animal, pero solo por ese hecho, nosotros somos la especie de las especies”.

¡El encantador de Bombay! Así, parafraseando el título de su más reciente novela, La encantadora de Florencia, se podría definir a este tranquilo Rushdie. Pero a diferencia de los legendarios encantadores de serpientes que se sientan o sentaban en cualquier plaza de una ciudad en la India, ponían los cestos sobre el suelo y comenzaban a tocar sus flautas para llamar la atención de las cobras (por favor, entiéndase que no hablo de los turistas sino de las serpientes), Rushdie no llevaba nada de esto. Ni instrumento ni traje ni turbante naranja. Vestía jean, chaqueta gris, camisa azul turquí y zapatos negros. Su música, esa tarde lluviosa, solo fue el valor de su palabra. Lo único que tiene un escritor para seducir al público. Lo único que tiene un escritor para defenderse hasta de la misma muerte.

Simpático y de buen humor y mejor rollo se le notó a este Rushdie que se definió a sí mismo como un escritor de ciudad. “Soy un chico muy urbano. Mis historias comienzan, se desarrollan y terminan dentro de una ciudad. Con frecuencia me pasa que quiero transformarme en uno de mis personajes para desaparecer dentro de mis libros”.

Lo peculiar de La encantadora de Florencia, la novela que vino a presentar, además de la historia de amor que la impulsa, entre un emperador y una mujer imaginaria, es que uno de los personajes es Maquievelo. Del que Rushdie dice que hay que reivindicar en la historia. “Se ha escrito tanto en contra suya, que ya hay que empezar a limpiarle la imagen. Espero que alguien hago lo mismo conmigo dentro de muchísimos años”, anotó entre las risas de las serpientes hechizadas en forma de personas dentro del auditorio.

Acercar a Oriente con Occidente, o a Occidente con Oriente -el orden de los factores no altera el producto-, de acuerdo con él, era otra de sus metas en este trabajo, que como elemento principal combina hechos históricos con ficción. “Son tan enormes e evidentes las diferencias, pero si uno se fija bien, se encuentran muchas similitudes entre los dos”, dijo al hablar de las dos sociedades, pero yo lo oí como si hiciera referencia a realidad y ficción.

Frente a la preocupación de una de las cobras encantadas, dentro del público, sobre el futuro de la novela escrita, el profesor honorario de Humanidades en el MIT y también premio Booker por Hijos de medianoche, no dudó en responder con la tranquilidad del caso: “Sobrevivirá y no hay que tenerle miedo a lo que pueda suceder con el género en el futuro. Porque la buena escritura pasa por todos los sentidos”.

Si lo dice él, que por ahora sobrevive a una fatua islámica vigente o no, habrá que creerle. Luego se puso de pie, se abotonó su chaqueta gris, levanto su mano y se fue con su cara de lechuza. Quizás espantada por tanta luz.

Kureishi

Volví a la Jaume Fuster. Regresé a la biblioteca de la Plaza Lesseps, en Barcelona, como el tipo que retorna a la misma barra del bar de copas donde no pudo ligar la otra noche, buscando lo de siempre: otra oportunidad. Y vaya que si la tuve. Allí había alguien, no para ligar, pero sí para contar algo.

Para empezar, sin el gusano de gente queriendo entrar, como hace un par de días en la charla de escritor japonés Haruki Murakami, esta vez entrar al salón de conferencias, para oír lo que iba a decir su colega Hanif Kureishi, fue fácil.

¿Será que así de sencilla y fácil es la literatuta de este inglés de raíces paquistaníes? Porque siendo sincero, todavía no he leído el primer libro de Kureishi. Claro, a veces oír a un escritor es el mejor preludio para iniciarse en él. Y eso fue lo que pasó. Ya habrá tiempo para su lectura.

Escuche atento a Kureishi, que estaba aquí para hablar de su más reciente novela, Algo que contarte, y después de la presentación que hiciera el también escritor Eduardo Mendoza -no está demás decir que bastante floja-, el inglés comenzó a discernir sobre su obra, la Gran Bretaña, Pakistán, la xenofobia, la adolescencia, el psicoanálisis, Sigmund Freud y hasta se pronunció a favor de lo que la gente llama “programas basura” en la televisión.

Esto último, tal cual como lo confirmó, días después, en la entrevista que publicó La Vanguardia: “Siendo escritor, la verdad es que uno pasa gran parte del día mirando la tele. Me fascinan esos programas de testimonios, tipo “mi marido es un transexual”. Funcionan como terapia, para los invitados y para el espectador, que se dice: gracias a Dios, yo no soy así”.

Volviendo a la sala de la biblioteca, con un tic gestual que le hacía cerrar los ojos por un microinstante y apretar sus labios, mientras lo presentaba Mendoza, Kureishi se mostró después muy afable con la gente. Y como es rutina en este tipo de actos, firmó paciente los ejemplares que una fila de treinta personas le puso por delante.

Pero como no es mucho lo que yo pueda decir de él, y menos de sus obra en general, aquí quedan unas frases de Hanif Kureishi durante su charla, que lo presentan mejor, quizas más de lo que trato de hacer Mendoza en la Jaume Fuster.

1. “Me encanta la vulgaridad y (de) la estupidez inglesa”.

2. “El mundo ha cambiado mucho. Antes teníamos televisores muy pequeños para salas muy grandes. Ahora, los televisores son más grandes que las mismas salas”.

3. “Nada más revelador (de una persona) que la mentira”.

4. “Gran Bretaña ha pasado de ser un país de una sola raza a ser una sociedad multicultural”.

5. “Siempre estoy a punto de regresar a Pakistán… pero me detiene el que se haya convertido en una catástrofe muy peligrosa. Es el país más peligroso del mundo para vivir. No lo recomiendo”.

6. “¿No será que el público tiene una pregunta?”. (Al ver que Mendoza se alargaba en su presentación sin decir mucho de él).

7. “Me interesaría escribir sobre la adolescencia, tengo hijos en esa edad, y escribir cómo es un adolescente, desde su propia voz, sería bueno para mostrar lo cruel que es su vida”.

8. “No creo que para ser un buen escritor se tenga que recurrir al psicoanálisis. La escritura es la mejor de todas las terapias”.

9. “Un par de preguntas y después firmaré un par de libros”. (Lo dijo algo cansado o, mejor, resignado).

10. Un asistente le preguntó: “¿Su sentido del humor ha contribuido a su integración en la Gran Bretaña?”; a lo que Kureishi, sin pensarlo mucho, dijo: “¡No, yo no estoy integrado!”.

Para finalizar, alguien le preguntó sobre qué estaba escribiendo o futuros proyectos. Kureishi contó que tiene una bolsa llena de botellas de licor que le da vueltas en la cabeza. Y pasó a explicar: “Como soy padre de tres adolescentes, me toca llevarlos y recogerlos de las fiestas. Y hay un amigo de ellos que me llama la atención, pues siempre lleva una maleta consigo para todos lados. El otro día le pregunté qué llevaba ahí y él me respondió: “Todo el licor de las fiestas”. Pero cómo lo consigues, si aún no tiene la edad para hacerlo, le pregunté. El me mostró un documento de identidad con su foto, que dice que tiene 26 años, cuando creo que tiene 14 ó 15… vaya, esa anécdota sería buena para alguna historia, sería buena para escribir de eso y de lo bien que es recibido este chico, en las fiestas, por todos sus amigos”.

Murakami

La literatura de Haruki Murakami está habitada por gatos. Las novelas y cuentos de este japonés, de jean y camiseta, están llenos de música -especialmente de jazz- y ambientes oníricos que desbordan sus páginas. De “estilo pop” lo etiquetan muchos de los consabidos expertos; aunque yo, sin ser crítico, solo uno más de sus lectores, por la mezcla de vertientes y lo armonioso de su discurso, lo consideraría más del tipo ‘chill out’. Literatura para relajar y dejar salir el alma, para que ésta camine un poco hasta un bar y se tome una cerveza de cuenta de Murakami. “Paga el japonés”, diría el alma ante los ojos atónitos del barman de turno. “Es que no llevo efectivo ni tarjeta ni bolsillos”, trataría de explicar sin razón.

De eso quería oírle hablar. De eso y su adicción a los maratones. Quería preguntarle qué es más agotador: finalizar una carrera de cuarenta y dos kilómetros, terminar una novela de seiscientas páginas o atender un bar con la barra llena. Eso, además de querer saber si su tono de voz suena igual a su tono literario -sí, esto último, un fetiche-, me hicieron ir el bici desde mi casa hasta la biblioteca.

Pero no pude entrar. A pesar de llegar con noventa y cinco minutos de antelación -el tiempo que dura un partido de fútbol, con reposición incluída- a la hora de su charla, en la biblioteca Jaume Fuster de Barcelona, no se pudo.

Eran las 5:25 de la tarde. Un tierno sol de un invierno con más cara (también puede leerse: máscara) de primavera, me alentó a sumarme a la fila de gente que se alargaba como un gusano sobre la Plaza de Lesseps y, entre las esculturas de hierro, bronce o cualquier otro metal, esperaba para entrar y oírle a partir de las 7.

¿Qué tiene este japonés, con aire de estrella de rock, para atraer a casi quinientas personas, a una charla de martes? En eso pensaba, cuando el rumor de la fila decía que el salón preparado tenía capacidad para doscientas personas y yo estaba casi diez o doce, tal vez quince puestos, más atrás. ¿Pueden ser veinte?

Quizás, adentro, Murakami iba a contar a qué se refiere De qué hablo cuando hablo de correr , un ensayo que escribió sobre su gusto maratónico; tal vez en el salón, junto a sus contertulios, el escritor compartiría el secreto de la eterna búsqueda literaria y fuese a contar, con su voz sonando a jazz, sin ser un disco rayado, de cómo escribió Kafka en la orilla, Tokio Blues o Sauce ciego, mujer dormida, un libro de cuentos que comencé a leer y nunca pude terminar. O simplemente fuese a contar de sus días como propietario y pinchadiscos en el ‘Peter Cat’ de Tokio.

Eso explica, quizás, el porqué estaban las dos señoras que, con carrito de compra y las barras de pan saliéndose por las esquinas de la bolsa, se apretujaban en la fila. De igual manera, también esperaban cinco o seis okupas que de seguro iban a escucharle y no a tomarse la biblioteca como una de sus casas libertarias; también permanecían en el sitio tres estudiantes que leían o hacían que leían estudiando para el examen de mañana. Siempre hay un examen mañana. De la misma manera, con visos de impaciencia, otra señora de pelo tan plateado que se confundía con el metálico de las esculturas, tenía la esperanza de un cupo. Lo mismo, los cuatro jubilados que, adelante, hablaban de la “Guerra” y, claro, de Franco. Y un par de enamorados que, ante su inminente entrada, mataban el tiempo (¿se puede matar?) besándose en una de las bancas de la plaza.

Todos estábamos para oír al escritor japonés. Todos estábamos a la espera. Murakami da para todo. Una literartura diversa para una fauna urbana igual de diversa. Allí reside el quid de la fila de quinientos en un martes de invierno, vestido de primavera. Bueno, el número de parados y desempleados también ayuda. Sin embargo, el éxito de este escritor se entiende en lo que le dijo a El Periódico: “Creo que las buenas historias pueden encontrar lectores en cualquier país y en cualquier idioma. Yo empiezo a escribir con la incertidumbre y la curiosidad de no saber lo que les ocurrirá a mis personajes y espero que mis lectores experimenten esa misma sensación”. Con los quinientos de esa tarde. el ex barman de ‘Peter Cat’ demuestra que lleva algo de razón.

Una fila de lectores tozudos, porque aún cuando el empleado de la biblioteca terminó de repartir un papel, a manera de contraseña, a la gente que alcanzaba a entrar, el gusano de personas siguió creciendo. Sin duda, los que estábamos allí, nos creíamos merecedores de algo más, tal vez una clave que nos llevase de la mano, más allá del punto final de una historia de Murakami.

Un Nobel con aires de personaje literario

 

Gao Xingjian

 

Cuando vi por primera vez a Gao Xingjian, durante la apertura de Kosmopolis 2008, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), de inmediato me dio la impresión de haberme encontrado con Satoru Nakata, ese personaje que tan bien describe el novelista japones Haruki Murakami en su novela Kafka en la orilla .

Y aunque el primero, el escritor y pintor, es un chino real, de carne y hueso, nacionalizado en Francia; y el segundo, Nakata, es un japonés de ficción, creado por Murakami para su novela, estoy seguro de que los dos guardan una semejanza. Un algo que los une y los hace ver como uno solo. Un sentir y ser que no solo está en el ver oriental de sus miradas.

O, por lo menos, eso fue lo que me quedó al oír y ver al premio Nobel del año 2000, en la jornada inaugural de la cuarta edición de lo que los organizadores llaman -y vaya si tienen razón-: “la Fiesta Internacional de la Literatura” (En otra actualización de blog, hablaremos de ello).

Esa noche, bajo una gran pantalla que anunciaba el quid, eslogan, leit motiv o como quieran llamarlo de Kosmopolis 08: “Escritores por el cambio”, con su pelo negro, blanco y gris; y vistiendo chaqueta y suéter negro, Gao Xingjian se subió al escenario. Pero a quién vi y escuché fue a Satoru Nakata.

Con un francés nada achinado, hablaba claro. No llevaba la bolsa de lona con sus pertenencias y su termo para el té, y no estaba Hoshino, el hincha de los Chunichi Dragons, que lo acompañó y siguió desde Tokio a Takamatsu en Kafka en la orilla. Pero Xingjian, con la misma sinceridad que Nakata conversaba y se entendía con los gatos en la historia, habló y conversó con las personas que esa noche, a pesar del frío otoñal, llenamos el recibidor del CCCB.

Entre frases sencillas y tranquilas, como si su fuera un apóstol del slow speak, para que el que escucha asimile y entienda de la mejor manera, el escritor chino contó, entre otras cosas, como durante la revolución cultural en ese país, fue enviado a trabajar diez años en el campo.

“En ese tiempo -dijo-, solo tenía la noche para escribir. Muchas veces lo hacía en la cama, iluminadome con cualquier vela o linterna. Y como eso estaba prohibido, en varias ocasiones, para que no me descubrieran, me tocó romper y destruir mis papeles”.

Pero su charla discurso no se quedó en eso. También, con la sencillez y el sentido común que le da a Nakata el andar desmemoriado, el Nobel argumentó, eso sí, con buena memoria, el porqué no cree que la obra de un artista deba estar ligada al compromiso político de querer cambiar el mundo.

El Nobel de literatura del 2000 (izq.) en Kosmopolis 08, Barcelona.
El Nobel de literatura del 2000 (izq.) en Kosmopolis 08, Barcelona.

“El trabajo de quien escribe -explicó- es tocar esos temas que los políticos no mencionan, ser un testigo directo de la condición humana y llevarla al papel, al lienzo, al vídeo, al cine. Por eso todavía leemos a Shakespeare o a Cervantes y no los discursos de los líderes y políticos mundiales. El papel de cualquier artista es despertar conciencias”.

Precisamente por llevar a la práctica esa idea, el autor de obras como La montaña del alma y Libro del hombre solo huyó de su país en 1988, donde fue acusado de “contaminación intelectual”. Allí, según él, sus trabajos no tienen ninguna difusión y su nombre no menciona para nada.

“Mis obras siguen censuradas en China y he sido borrado de la lista de ganadores del Nobel”, le contó el autor al periodista Josep Massot, en un artículo de La Vanguardia de Barcelona.

Sin embargo, tras una cara redonda con arrugas delgadas, que apenas se asoman y juegan alrededor de sus ojos; y una sonrisa que deja ver más su timidez que la felicidad, Xingjian, a los 68 años, camina por el mundo. Va de galería en galería, colgando sus lienzos, mostrando sus vídeos -“despertando conciencia”, me repitó-. La razón de su vida, tanto como caminar, es esa, crear. Despertar conciencias.

Tal vez de ahí que se me haya parecido a Satoru Nakata. Porque mientras Xingjian maneja el poder de la palabra y la creación con sus pinturas, sus obras de teatro, sus libros y vídeos, y con esto despierta conciencias; el viejo japonés de Kafka en la orilla tiene el don de la tranquilidad y la pausa, y además puede hablar con los gatos. Eso sin decir que, gracias a él, en la novela, Hoshino termina siendo otra persona.

Cuando la charla termino, lo vi quitarse el micrófono. Levantarse, oír con atención y darle la mano a una que otra persona que se le acercó. Luego bajó del escenario, se tomó una foto con uno, dos… tres admiradores. Al final, las puertas del ascensor se abrieron, él dio un paso adentro y no lo vi más. Quizás, esa noche, volvió a las páginas de donde había salido antes.