Periodismo punk: un atajo hacia El Dorado

Encontrar El Dorado no es fácil. En el siglo XVI muchos ‘buscasuertes’, vestidos de conquistadores, se dieron a esa tarea sin resultado alguno. Entre ellos, Gonzalo Jiménez de Quesada, Sebastián de Belalcázar y Nicolás de Federmann, cada uno por su lado, llegaron a la meseta cundiboyacense, en el centro de lo que era el Nuevo Reino de Granada (hoy Colombia), atraídos por la historia de un rey que se bañaba en oro y se lanzaba a una laguna. Movidos por su ambición, los tres aventureros solo se encontraron entre sí. No hubo rastro del rey y menos del oro. Frustrados en su empresa, Jiménez de Quesada, Belalcázar y Federman regresaron a España para tratar de repartir lo poco y mucho que habían descubierto. Así el mito de El Dorado siguió creciendo en historia y leyenda.

Sin embargo, otros, en otras latitudes, todavía lo intentan. Cinco siglos después, uno de ellos es el reportero Trebor Escargot, que no tiene espada ni religión como armas pero sí una grabadora -la Digital Voice Recorder Sanyo ICR-B50v2-, su libreta de apuntes, un ordenador, una cámara fotográfica y una mariconera negra de lona con un parche verde de Exploited, en la que carga un arsenal de drogas que lo (des)conectan con la realidad. Con esas herramientas, Escargot aterriza en Marina d’Or para escribir un artículo sobre este balneario en la costa levantina. Pero luego, su interés personal, encontrar El Dorado, lo hace cambiar de objetivo y trasladarse a Valencia, donde se desarrolla el V Encuentro Mundial de las Familias 2006, que incluye visita del Papa, otro rey que se baña en oro.

Entre esos pilares, y una serie de encuentros y desencuentros que le ocurren al protagonista, se mueve El Dorado, la segunda novela de Robert Juan-Cantavella (Almassora, 1976). Un joven autor que ya ha publicado Otro (Laia Libros, 2001) y el libro de relatos Proust Fiction (Poliedro, Barcelona, 2005). En su más reciente obra el escritor, que trabaja como traductor y periodista en Barcelona, se vale de su profesión y lleva a la ficción, como un alter-ego, a Escargot. Un autodefinido apóstol del Punk-Journalism. Término acuñado por el personaje, que no es otra cosa sino la mutación natural del New Journalism (Escargot se refiere a éste, por razones cronológicas, como “Old Journalism”, y razón no le falta) y el periodismo Gonzo de Hunter S. Thompson. Formas éstas que plantean, dentro del periodismo, un abordaje del tema que se trabaja, de tal manera que se llega a influir en él, y que convierte al reportero en parte importante de la historia, como un actor más.

Precisamente eso es (y hace) Escargot en El Dorado. El quid de la trama no es cómo o si encuentra su objetivo sino todo lo que le pasa al reportero, en primera persona, en pos de El Dorado. La historia no es el punto del encuentro de El Dorado, el punto en la historia es todo lo que le sucede al reportero alrededor de este hecho. Así Cantavella juega con el lector y Escargot. Y los lleva hasta el límite que divide a la realidad de la ficción. Esta frontera se vuelve más difusa y es allí donde el autor crea un nuevo espacio por el que transitan Escargot, el mejor amigo de éste: Brona, extraterrestres, vacacionistas, reyes, el Papa mismo y un largo etcétera.

Realidad y ficción sirven al autor para poner a caminar a sus personajes. Hasta el punto de que él mismo reportero, en uno de los capítulos, define el término y justifica su existencia: “El Punk-Journalism es periodismo sin carné, que tiene de eje central el aportaje… Un aportaje no es solo una mentira, también es una verdad. No falsifica aunque sí samplea. No miente. No es eso exactamente. Escribe una cosa diferente a la que dice contar, eso es todo”. Ahí está la clave para entender la obra de Cantavella. Literatura sampleada, literatura collage o  literatura de zapping son etiquetas que bien le cabrían a este tipo de trabajo que, además de una prosa sin ínfulas, utiliza un lenguaje acorde, que se vale del diario, correos electrónicos, mensajes SMS, cartas, manifiestos, entrevistas, listados, y hasta diálogos absurdos, pero válidos para el desarrollo de la historia.

Así esta novela es una obra que se mueve de digresión en digresión y que reta al lector, en una lucha cuerpo a cuerpo, a llegar hasta el punto final. Cantavella en voz de Escargot lo confiesa: “Así que, estimado lector, indefenso, triste y despactado, voy a inocularte a bocajarro una buena dosis de realidad deslumbrada o de periodismo diferido o de costumbrismo malversado… como prefieras. Tú decides”. Más adelante, en otro aparte del libro, añade: “Esto se trata de literatura en directo”, le dice Escargot a MAC (Mi Amigo el Camarero), por eso debes ir al punto en tu historia”, cosa que no aplica para sí el autor. Sin embargo, cuando se ha superado ese follaje de ramas en las que se va dividiendo (avanza) la historia, el lector podrá concluir que llegar hasta allí, el punto final, fue mejor que haber hincado la rodilla y darse por rendido en el camino tras El Dorado.

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