Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos

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Esta es una antología de relato, editada por Candaya, en la que participo con el cuento Naturaleza muerta.  Dice la editorial: “Una muestra de la mejor literatura iberoamericana emergente: una nueva hornada de jóvenes escritores explora, desde estrategias estéticas muy diferentes, el incierto y convulso presente: Carolina Bruck, Ramón Bueno Tizón, Wilmar Cabrera, Antonio Galimany, Carlos Gámez, Yannick Garcia, Jari Malta, Mónica Ojeda, Àlex Oliva Rodés, Mariana Font, Eduardo Ruiz y Tomás Sánchez Bellocchio”.
Los autores son de España, Uruguay, México, Argentina, Perú y Colombia. El libro tiene 240 páginas. Y contó con la edición de los escritores Jordi Carrión (prólogo) y Juan Villoro (epílogo).
“Estos cuentos demuestran que la diversidad es el signo de la literatura y del mundo en que vivimos. Sin embargo, algunos temas traspasan todos los relatos y los convierten en la radiografía de una época: la conciencia de la crisis; la extrañeza respecto a instituciones como el matrimonio, la familia, la ciudad o el estado; la desazón del emigrante… Estamos, en definitiva, ante una galería de seres huérfanos, a menudo habitantes de un mundo global, con dificultades para articular relaciones humanas, por lo que suelen recurrir a la tecnología y a la imagen para expresar su orfandad”, agrega la editorial.

“Feliz cumple, Woody”, de Vicky, Cristina y no de Barcelona

El uno de diciembre Allen Stewart Konigsberg cumplió 73 años. Y para quienes este nombre no les remita a una cara conocida, quizás si les diga que se trata de un guionista y director estadounidense de origen judio, que mide 165 centímetros y que ha hecho un sinnúmero de filmes, pasando por Manhattan hasta la actual Vicky Cristina Barcelona (VCB), de inmediato recuerden, tal vez, que se trata de Woody Allen.

Aprovechando esa fecha y el que su cinta más reciente está directamente ligada al sentir de Barcelona, —fue rodada en su mayoría en esta ciudad-, un amigo mío, Fabián Álvarez Motato, al mejor estilo paparazzi, vigiló la estatua que le hicieron en honor al director en Oviedo, para constatar cuántas personas se acercaban a felicitarle por su cumple… y por ahí derecho, agradecerle por la más española de sus ‘pelis’.

Al comienzo de la mañana, al Allen de metal se le vio muy solo en la calle de las Milicias Nacionales, en el centro de Oviedo. Ni fanáticos ni seguidores. Ni siquiera los turistas, tan adictos y necesitados a las fotos “yo estuve en…”, se encontraban a su lado. Quizás caminaba pensando que debió haber hecho VCB en blanco y negro, al estilo Manhattan (1979), para darle un aire de obra maestra y quitarle ese aspecto que algunos críticos han comparado con una guía de turismo, un video institucional de dos horas de Barcelona o un “artículo de revista de avión”, como se refirió acerca de la película el escritor mexicano Juan Villoro. 

 

Con el paso del tiempo, tres personas aparecieron en la calle y la cara de ansiedad de la estatua, que hizo Vicente Santarua, esbozó algo de felicidad, pero las tres siguieron derecho sin determinar el homenaje en bronce al premio Príncipe de Asturias de las Artes de 2002Pasaron como si formaran parte de ese 67 por ciento del público que, según el sondeo de La Vanguardia, desde que la cinta se estrenó el 19 de septiembre, vio el filme y no le gustó. Por eso, sobre el mismo sitio, como quién vuelve a la misma pregunta de siempre, la estatua siguió caminado… y cavilando.

Y qué tal si a cambio de Giulia & los Tellarini, que cantan: / Por qué tanto perderse / Tanto buscarse / sin encontrarse… / Barcelona / te estás equivocando / no puedes seguir inventando / que el mundo sea otra cosa / y volar como mariposa… /; sí,  qué tal si en vez de ellos hubiera partido otra vez de Rhapsody in Blue del buen George Gershwin, como hice con Manhattan… y por ahí mismo le hubiera metido algo de mi clarinete con la New Orleans Jazz Band”, pareció oírsele pensar en voz alta.

Justo en ese instante, mientras la estatua seguía, paso a paso, con sus dudas, cual personaje de una de las películas del hombre que la inspiró, la cámara de Álvarez tomó el momento de lo más cerca que estuvo una persona de saludar, aquel día, la obra a tamaño real de Woody -como lo vemos en la anterior imagen-. “No quiero salir en una foto con éste, protestó el transeúnte -al que solo se le ve una pierna-, señalando al bronce. Con VCB no rememora a Manhattan sino al primer filme de su carrera: Toma el dinero el dinero y corre (1969), añadió en referencia a que se dice que el Ayuntamiento (Alcaldía) de Barcelona le pagó un millón de euros al Allen de carne y hueso, y la Generalitat (Gobernación), otros 500 mil por filmarla en los lugares más conocidos de la ciudad. Eso, además, de poner su nombre en el título. 

Acongojada por semejante desproporción de comentario, a la estatua no se le cayó la cara de la vergüenza pero sí las gafas. Se sintió más sola que Mia Farrow al darse cuenta que su (entonces) esposo mantenía una relación con Soon Yi, una de sus hijas adoptivas. El bronce trató de decir palabra, pero se dio cuenta de que las estatuas no hablan. Sin embargo logró farfullar algo del sí mismo de carne y hueso. “Cuando comencé a escribir el guión, no pensaba en otra cosa que no fuera crear una historia en la que Barcelona fuera un personaje más… quería rendirle un homenaje, porque me encanta esta ciudad y porque me encanta España. Una historia asi solo podría ocurrir en un lugar como París o Barcelona”.

A favor de Allen, ejerciendo de abogado del diablo -con el perdón del diablo-, puedo decir que ya vi VCB y me gustó. Claro no soy un crítico, formo parte de la multitud, pero me divertí. Eso sí, no me reí tanto como en Misterioso asesinato en Manhattan (1993), El dormilón (1973) o Poderosa Afrodita (1995); ni me deslumbró como Manhattan, ni es tan contundente como Match Point (2005), pero se puede decir que es una ‘pelí’ con la fórmula del director. Y como tal, funciona. Como la Coca-Cola siendo una marca blanca en un supermercado.

  

Está bien, no es un filme para la posteridad, pero inaugura un nuevo género: el ‘cine-postal’. “Allen nos redujo a un cliché”, dijo sobre la película el escritor catalán Jordi Soler. Pero preguntó: ¿qué ciudad no lo es? A Soler le diría que hay que dejar a un lado esa hipocondría barcelonista, pues otras películas ya trabajaron ese “cliché”. Lo hicieron con menos presupuesto, menos historia y más argumento trillado. Como pasó con Una casa de locos (2002), que trata sobre la vida de un estudiante Erasmus, sus compañeros de piso y las aventuras que viven en un año de estadía. Más lugar común no podía ser. Está bien, algo similar a las dos amigas gringas, buscando emoción en el verano ibérico, pero con la firma de Allen.

Volviendo a la estatua, y es que nos hemos alejado porque no pasaba nada con ella y sigue más sola que nunca… con las manos en los bolsillos, protegiéndose del frío otoñal. Sola y con muchas dudas.

Aprovechamos este momento para oír la opinión de nuestro paparazzi, quién también ya vio la ‘peli’ y es una voz, desde la multitud, para decir lo que piensa: “a mi parecer -dice Fabián Álvarez Motato, el fotógrafo de la estatua- de pronto es la película más insignificante de todas las que ha rodado, siendo un gran fan de Woody. Las bromas no me parecieron brillantes ni graciosas, con drama vaselino, su trasfondo se sustenta en la obviedad y la visión de los personajes es banal. Lo contrario en el Londres de Match Point o la Venecia de Todos dicen I Love You (1996), saliendo dignificadas; la Barsa de Vicky, Cristina……no es más que una vitrina postal de una comedia menor”. Si usted ya la vio, ¿qué puede decir? ¿Qué puede escribir?

 

¿Se equivocó Allen? ¿Dio un paso en falso en su carrera? ¿Ya hizo lo que tenía que hacer y más no se le puede pedir? ¿Dejará a Soon Yi por alguna hija que adopten? Estas preguntas, tipo serie de la TV gringa de los años 70, quizás no tengan respuestas. Pero a manera de ellas quedan dos imágenes:

La de un rictus en su cara, claro está, la de la estatua, más triste que de costumbre. Hay quienes dicen que ha cambiado desde que la inauguraron en mayo de 2003. Y ahora denota un cambio en el estado de ánimo. Es que, con lo que se ve en el cine, hasta las estatuas se deprimen.

Y otra última, en forma de comentario visual, la de un ácido crítico que quizás, también ya vio Vicky Cristina Barcelona… y quiso, a su manera, dejarnos ver su pensar. Nada más.

 ¿Quién dijo que los perros no podían opinar?