“This is the end, my only friend, the end”

A mí me gustaría enterarme del fin del mundo leyendo la noticia en un periódico. Y si hay música de fondo, mejor. Por eso, todos los días, muy temprano, voy al kiosko de la esquina de casa para conseguir el diario. Siempre, y esto es más que verdad, le digo a mi mujer, “voy a comprar el periódico, qué tal que se haya acabado el mundo y nosotros aquí, sin saberlo”.

Y no es que quiera ser un privilegiado, por eso de querer enterarme de último -¿o de primero?- de que los días del ser humano en este planeta se hubiesen terminado y yo tan campante, no. Tampoco anhelo ser el único superviviente, después de la catástrofe, ya que un mundo sin gente sería muy aburrido. ¿Se imaginan levantarse y que no le llegue el correo o que en la cafetería o el bar de la esquina no haya personas para discutir de política, fútbol o cualquier tema que dé para pasar el rato de la cerveza o del café?

Escribo sobre este tópico, porque los días que corren, la célebre predicción o, mejor dicho, con la interpretación hecha por algún “experto” del calendario maya, de que el mundo se terminaría el 21 de diciembre, el tema se ha vuelto recurrente. No solo para mí y mi deseo de leer la noticia el día después, sino para muchos. De acuerdo con el legado maya, el 21 será el día final, el Armagedón, el Apocalipsis. ¿Tendrían algún jefe de comunicación o vocero que así lo haya explicado en rueda de prensa? Hay que abonarle al ingenioso o creativo de turno, que puso ha rodar esta versión, que logró su cometido: el fin del mundo está en boca de todos.

Con la idea de cumplir mi deseo, el de abrir el periódico y leer a seis columnas un título que diga: “Fin del mundo”, con música de fondo, y que no se convierta en un anhelo póstumo, ya tengo dos destinos posibles. De acuerdo con los expertos en la versión apocalíptica -léase agencias de turismo-, Sirince y Bugarach son los dos únicos lugares que sobrevivirían a una desaparición terrenal.

El primero es un pueblo turco de 687 habitantes, en donde aseguran que Jesucristo, según una leyenda local, aparecerá el 21 de diciembre, salvando a todos aquellos que estén debidamente registrados en hoteles, hostales, campamentos y casas de lugareños. Y aunque los hoteles ya no dan abasto, estoy tratando de hacerme un hueco entre las casi 60.000 personas que, de acuerdo con datos del Ministerio de Turismo turco, llegarían a alcanzar para la inminente fecha.

La segunda, Bugarach, es una aldea pirenaica francesa en donde han crecido sectas como las setas en otoño. De acuerdo con ellas, las sectas no las setas, el poder mágico del pico los protegerá de todos los males que puedan suceder el 21 de diciembre. Ellos van más allá y anuncian que es incluso probable que una nave espacial descienda en la montaña y les rescate del Apocalipsis.

Lo único negativo de esto último es que quizás, si estoy allí, entre ellos, y suceda el Armagedón, si nos llevan en platillo volador, en el planeta al que vayamos tal vez no haya diario ni periódico para leer el día después. Entonces me conformaré con mi plan B, que no es otro sino música de fondo. Llevaré mi iPod y audífonos para escuchar a otro profeta, Jim Morrison, anunciando lo que se veía venir: “This is the end / beautiful friend / This is the end / My only friend, the end”. ¡Feliz fin del mundo!