Viena, ciudad de cafés y mucha historia

Mozart, Freud, Klimt, Orson Welles… los genios siempre pasan por Viena. La capital del antiguo imperio austrohúngaro es una de las grandes joyas de la humanidad. Sus andenes respiran historia.

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La vía férrea que une a Budapest y Viena tiene casi 300 kilómetros. Durante los dos primeros tercios del recorrido, el Railjet (tren de alta velocidad) serpentea paralelo a la línea imaginaria que divide Hungría de Eslovaquia, a través de campos sembrados de trigo, girasoles secos que agachan la cabeza ante la inclemencia del verano y modernos molinos de viento que generan energía eólica. Sí, afuera hace viento y voy en el vagón número 22 de un tren que se dirige al centro de la que fuera una de las grandes potencias de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

Hay muchas formas y caminos para llegar a Viena, la antigua capital del Imperio austrohúngaro. Pero si se busca vivir una experiencia única, partir desde Budapest es una alternativa superlativa, para tratar de medir e imaginar cómo sería el país durante su esplendor, regido por los Habsburgo, en sus más de 600 años de dominio.

Dos opciones se tienen al alcance de la billetera. La primera, tomar un ferry o barco deslizador sobre las aguas del Danubio, que por 100 euros y en cinco horas, en sentido contrario a la corriente del río, pasando primero por Bratislava (Eslovaquia), lo dejará, aguas arriba, en la ciudad imperial de los cafés. Todo un viaje que lo hará sentir James Bond en misión secreta para su majestad.

Publicado por Revista Don Juan, Seguir Leyendo.

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