Publicado en revista SoHo, Bogotá (Colombia)
Un Nobel con aires de personaje literario
Cuando vi por primera vez a Gao Xingjian, durante la apertura de Kosmopolis 2008, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), de inmediato me dio la impresión de haberme encontrado con Satoru Nakata, ese personaje que tan bien describe el novelista japones Haruki Murakami en su novela Kafka en la orilla .
Y aunque el primero, el escritor y pintor, es un chino real, de carne y hueso, nacionalizado en Francia; y el segundo, Nakata, es un japonés de ficción, creado por Murakami para su novela, estoy seguro de que los dos guardan una semejanza. Un algo que los une y los hace ver como uno solo. Un sentir y ser que no solo está en el ver oriental de sus miradas.
O, por lo menos, eso fue lo que me quedó al oír y ver al premio Nobel del año 2000, en la jornada inaugural de la cuarta edición de lo que los organizadores llaman -y vaya si tienen razón-: “la Fiesta Internacional de la Literatura” (En otra actualización de blog, hablaremos de ello).
Esa noche, bajo una gran pantalla que anunciaba el quid, eslogan, leit motiv o como quieran llamarlo de Kosmopolis 08: “Escritores por el cambio”, con su pelo negro, blanco y gris; y vistiendo chaqueta y suéter negro, Gao Xingjian se subió al escenario. Pero a quién vi y escuché fue a Satoru Nakata.
Con un francés nada achinado, hablaba claro. No llevaba la bolsa de lona con sus pertenencias y su termo para el té, y no estaba Hoshino, el hincha de los Chunichi Dragons, que lo acompañó y siguió desde Tokio a Takamatsu en Kafka en la orilla. Pero Xingjian, con la misma sinceridad que Nakata conversaba y se entendía con los gatos en la historia, habló y conversó con las personas que esa noche, a pesar del frío otoñal, llenamos el recibidor del CCCB.
Entre frases sencillas y tranquilas, como si su fuera un apóstol del slow speak, para que el que escucha asimile y entienda de la mejor manera, el escritor chino contó, entre otras cosas, como durante la revolución cultural en ese país, fue enviado a trabajar diez años en el campo.
“En ese tiempo -dijo-, solo tenía la noche para escribir. Muchas veces lo hacía en la cama, iluminadome con cualquier vela o linterna. Y como eso estaba prohibido, en varias ocasiones, para que no me descubrieran, me tocó romper y destruir mis papeles”.
Pero su charla discurso no se quedó en eso. También, con la sencillez y el sentido común que le da a Nakata el andar desmemoriado, el Nobel argumentó, eso sí, con buena memoria, el porqué no cree que la obra de un artista deba estar ligada al compromiso político de querer cambiar el mundo.
“El trabajo de quien escribe -explicó- es tocar esos temas que los políticos no mencionan, ser un testigo directo de la condición humana y llevarla al papel, al lienzo, al vídeo, al cine. Por eso todavía leemos a Shakespeare o a Cervantes y no los discursos de los líderes y políticos mundiales. El papel de cualquier artista es despertar conciencias”.
Precisamente por llevar a la práctica esa idea, el autor de obras como La montaña del alma y Libro del hombre solo huyó de su país en 1988, donde fue acusado de “contaminación intelectual”. Allí, según él, sus trabajos no tienen ninguna difusión y su nombre no menciona para nada.
“Mis obras siguen censuradas en China y he sido borrado de la lista de ganadores del Nobel”, le contó el autor al periodista Josep Massot, en un artículo de La Vanguardia de Barcelona.
Sin embargo, tras una cara redonda con arrugas delgadas, que apenas se asoman y juegan alrededor de sus ojos; y una sonrisa que deja ver más su timidez que la felicidad, Xingjian, a los 68 años, camina por el mundo. Va de galería en galería, colgando sus lienzos, mostrando sus vídeos -“despertando conciencia”, me repitó-. La razón de su vida, tanto como caminar, es esa, crear. Despertar conciencias.
Tal vez de ahí que se me haya parecido a Satoru Nakata. Porque mientras Xingjian maneja el poder de la palabra y la creación con sus pinturas, sus obras de teatro, sus libros y vídeos, y con esto despierta conciencias; el viejo japonés de Kafka en la orilla tiene el don de la tranquilidad y la pausa, y además puede hablar con los gatos. Eso sin decir que, gracias a él, en la novela, Hoshino termina siendo otra persona.
Cuando la charla termino, lo vi quitarse el micrófono. Levantarse, oír con atención y darle la mano a una que otra persona que se le acercó. Luego bajó del escenario, se tomó una foto con uno, dos… tres admiradores. Al final, las puertas del ascensor se abrieron, él dio un paso adentro y no lo vi más. Quizás, esa noche, volvió a las páginas de donde había salido antes.
El día de los muertos vivientes en Sitges
Así lo hicieron. Aunque eso solo se dio en la imaginación de los que seguimos este género fílmico, pues en la Sitges que vimos, todo era fiesta y cerveza. Hasta un grupillo rezagado de gente se animó a gritar: “Los muertos somos más… los muertos somos más”, mientras la marcha seguía su camino y el horror se desplazaba arrastrando los pasos. Uno a uno. Uno tras otro.
Una de las asistentes, la crítica de cine Magdalena Navarro, entre la nube de muertos hechos a punta de pintura blanca y sirope de chocolate, atinó a decir: “Lo que da miedo de los zombies, y que los diferencia de otras pesadillas, es que absolutamente cualquiera puede convertirse en uno de ellos. No importa cuán buena persona fue cuando estaba vivo, o lo mucho que quisiera a su madre; una vez vuelva de entre los muertos, lo único que querrá hacer es comérsela. De ahí el terror en el ojo del espectador”. De ahí que el género siga vivo en la pantalla grande.
Entre ellos, también estaba Bill Hinzman, asistente de cámara en la cinta original y director de fotografía en la versión de 1990. “Estar entre estos muertos es maravilloso”, comentó con su cara de Frankestein. Según Hinzman, Romero no pudo llegar por estar rodando, precisamente, en Canadá, un nuevo filme: The Island of the Living Dead. “Tuvo que cancelar su viaje a última hora. Es una lástima, porque se hubiera divertido más que cuando filmamos la primera versión”, agregó. Y razón tenía.
Luego, en esa misma playa, zombies y vivos gritaron –otra vez y más fuerte y cón más voces unidas-: “Los muertos somos más!”. Después el halo de muerte se incrementó con la música de los grupos españoles Motorzombis, Dulcamara, Eyaculación Post Mortem, Secret Army, Brioles y Los Tiki Phantoms.
Y aunque todo esto se planeó ese día, en la ciudad, para rendirle un homenaje -que pretendió salir del cementerio de Sitges, pero que el Ayuntamiento por respeto, no dejó-a Romero y su filme, al cumplirse 40 años del estreno, el cineasta no apareció. Quizás al miedo de verse rodeado de tanto espanto, venido desde todos los rincones de Europa, lo hizo desistir de la idea. A pesar de su ausencia, los muertos volvieron a salir de sus tumbas y, sin importar la caída, ese día, de las bolsas en las principales capitales del mundo, marcharon y demostraron que están muy vivos. Y su cine, mucho más. Descansen en paz, para que regresen a comer. Los estaremos esperando. Eso sí, sentados en una silla, en la oscuridad de una sala de cine, teniendo en mano la única arma que como espectadores tenemos para enfrentarlos: las palomitas de maíz.
Anexo: Recomendaciones para defenderse de un zombie. Recuerde que como estos seres ya están muertos, es difícil matarles. Por eso lo mejor es un golpe directo y fuerte a la cabeza, tipo dejarles caer un yunque u otro objeto pesado, que se las destripe y las deje como un sánduche. Si tiene una escopeta, revólver o pistola a mano, los expertos en este tipo de enfrentamiento recomiendan un disparo (varios, si es necesario) en la frente. Con eso dejaran de querer asestarle una mordida a su cerebro… otros prefieren chamuscarlos hasta convertirlos en cenizas. En usted está que no se dejé morder y convertirse en uno de ellos.
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