La huella de Bolaño

Visitar la exposición Archivo Bolaño: 1977-2003, que está abierta hasta el 30 de junio en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), y que luego irá a Nueva York y Madrid, es como entrar en un túnel que conduce a la mente del escritor chileno, reconocido por novelas como Los detectives salvajes y 2666. Al cumplirse diez años de su muerte, la muestra le rinde un justo homenaje y subraya lo que el autor pregonaba en vida: “El único deber de un escritor es escribir bien”.

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Publicado en Gaceta – El País

 

Berlín: la ciudad de los mil rostros

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La capital de Alemania es una ciudad que lo ha vivido todo. El esplendor del imperio, el brillo de los años 20, el terror de la guerra y el renacimiento de entre sus cenizas. Mezcla de arquitecturas, idiomas y razas, Berlín es la ciudad menos alemana de Alemania, pero la más europea de Europa. Un destino para caminar mientras de fondo suena el Where Are We Now de David Bowie.

>Publicado en DONJUAN #74
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Viena, ciudad de cafés y mucha historia

Mozart, Freud, Klimt, Orson Welles… los genios siempre pasan por Viena. La capital del antiguo imperio austrohúngaro es una de las grandes joyas de la humanidad. Sus andenes respiran historia.

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La vía férrea que une a Budapest y Viena tiene casi 300 kilómetros. Durante los dos primeros tercios del recorrido, el Railjet (tren de alta velocidad) serpentea paralelo a la línea imaginaria que divide Hungría de Eslovaquia, a través de campos sembrados de trigo, girasoles secos que agachan la cabeza ante la inclemencia del verano y modernos molinos de viento que generan energía eólica. Sí, afuera hace viento y voy en el vagón número 22 de un tren que se dirige al centro de la que fuera una de las grandes potencias de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

Hay muchas formas y caminos para llegar a Viena, la antigua capital del Imperio austrohúngaro. Pero si se busca vivir una experiencia única, partir desde Budapest es una alternativa superlativa, para tratar de medir e imaginar cómo sería el país durante su esplendor, regido por los Habsburgo, en sus más de 600 años de dominio.

Dos opciones se tienen al alcance de la billetera. La primera, tomar un ferry o barco deslizador sobre las aguas del Danubio, que por 100 euros y en cinco horas, en sentido contrario a la corriente del río, pasando primero por Bratislava (Eslovaquia), lo dejará, aguas arriba, en la ciudad imperial de los cafés. Todo un viaje que lo hará sentir James Bond en misión secreta para su majestad.

Publicado por Revista Don Juan, Seguir Leyendo.

Fantasmas amarillos en Sarrià*

El 5 de julio se cumplieron 30 años del partido Brasil-Italia, disputado en el demolido Estadio de Sarrià, durante el Mundial de España 1982. La maravillosa selección de Telé Santana era la favorita, pero la Azzurra de Bearzot convirtió el sueño de una gran generación de futbolistas en una pesadilla. El autor de esta crónica no estuvo en la grada pero lo vivió de una manera particular. Por el fútbol comenzó a escribir y del fútbol ha hecho una novela: Los fantasmas de Sarrià visten de chándal (Editorial Milenio) que habla de una Barcelona tan llena de fútbol y turismo como de soledades.

Cuando el árbitro israelí Abraham Klein sopló su silbato para dar comienzo al partido Brasil-Italia, por la segunda fase del campeonato Mundial de España 1982, ese 5 de julio, mi padre apretó con fuerza su santo de devoción: San Judas Tadeo. Luego besó la estatuilla pidiendo algo de ayuda celestial para la selección verdeamarelha, que de manera regular adoptaba como hincha, cada cuatro años, al no estar clasificada Colombia para el campeonato.

Lo miré aferrarse a la figura de cerámica, que se perdía entre sus manos en el mismo momento en que Zico tocó corto, adelante para Serginho, el Tango España 82 de Adidas. Eran las 17.15 en España. Las 10.15 en Colombia. La pantalla del viejo Sharp 20 pulgadas nos mostraba el partido en Palmira mientras casi cincuenta mil personas lo veían en la gradas del demolido Estadio de Sarrià. Dos carnavales se veían la cara en la ciudad: el de Venecia y el de Río de Janeiro. Los primeros habían llegado en aviones, barcos y coches propios. Los segundos, en su mayoría, desembarcaron en el puerto de Barcelona, después de 20 días de navegar en el Trasatlántico Federico C, desde Salvador de Bahía. En el campo, entre la General Mitre, la calle Ricardo Villa y la Doctor Fleming, dos selecciones distintas se enfrentaban para saber cuál avanzaría a las semifinales del torneo.

Una era la Italia de Enzo Bearzot, que pasó segunda en su grupo, tras lograr tres rácanos empates contra Perú, Polonia y Camerún. Y que había cerrado su actuación en el grupo A de Vigo y La Coruña con dos goles a favor y dos en contra. Vestidos en su azul Saboya y pantalón blanco, uniforme confeccionado por Le Coq Sportif, y revestidos en un Silenzio Stampa, los chicos de Bearzot seis días antes habían comenzado a cambiar su suerte, tras vencer 2-1 en ese grupo de tres selecciones, al campeón defensor, Argentina, con  Maradona incluido. Los goles de Cabrini y Conti hicieron que el mundo mirara de otra forma a Italia. Y que mi padre sacará del fondo del armario a San Judas Tadeo, “el santo patrón de las dificultades”.

*Artículo publicado en EL PERIÓDICO de Catalunya, domingo 1 de julio de 2012.
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La ruta del fútbol en Barcelona*

Barcelona es una ciudad turística. Hay rutas para todos los que llegan: ruta modernista, ruta literaria, ruta del vino, ruta cinematográfica, ruta medieval, ruta de bodegas, ruta de cementerios. Y, gracias a los títulos del equipo dirigido por Pep Guardiola, y al moderno estadio del Espanyol, en Cornellà-El Prat, se podría tejer una línea imaginaria que conecte a estos dos puntos, para aprovechar una visita de 48 horas y dedicársela solo al fútbol. Haga una pared con la ciudad y grite gol.

La sensación que todavía recuerdo de la primera vez que entré al Camp Nou fue de mucho frío. Entré para ver un partido de fútbol, F.C. Barcelona-Getafe C.F. El resultado fue un empate a un gol: Manu, por el visitante, y Keita, por el local, anotaron los tantos. Recién había aterrizado en la ciudad ese otoño. Se jugaba la Liga 2008-2009 y el equipo dirigido por Josep Guardiola, aún con pelo y en su primera temporada, comenzaba su camino hacia la cima del fútbol mundial.

Hoy, cuatro años después, con la friolera de trece títulos en sus vitrinas (catorce si ganan la Copa del Rey), conseguidos durante este tiempo, el F.C. Barcelona, Pep Guardiola y Lionel Messi han hecho de la capital catalana un nuevo y obligado destino para todo hincha del balompié. ‘La Meca’ de este deporte. Una ciudad que todo amante del gol, como máxima manifestación del fútbol, para confirmar su fe frente al balón, debe visitar al menos una vez en su vida.

Así Barcelona, esta ciudad sin río pero con el Mediterráneo como cómplice, por la que desfilan un sinnúmero de personas todo el año, sin importar que haga frío, llueva granizo, suba la temperatura o caiga nieve, se ha sumado como el cuarto punto cardinal que le faltaba al eje futbolero que conforman Buenos Aires, Río de Janeiro y Londres. Ahora sí, los cuatro punto cardinales que le señalan el camino a peregrinar a cualquier hincha, forofo, tifossi o torcedor, de estadio en estadio, de cancha en cancha, están completos.

Si a Buenos Aires la desborda la pasión con que se vive el fútbol; y Río de Janeiro siempre es una fiesta carioca alrededor de la pelota y el Maracaná; y Londres es una cita fija para ver campos con vida y estadios con personalidad, en cada barrio, donde todo huele a césped recién cortado; Barcelona es una oda al fútbol y en sus calles también se vive y respira ambiente de vestuario, clima de partido.

Hacerse a una boleta de fútbol es fácil. Se compran por Internet, bien sea para ver a los azulgranas del F.C. Barcelona en el Camp Nou o a los blanquiazules del R.C.D. Espanyol en el estadio de Cornellà-El Prat, con precios desde los 30 o 40 euros. Claro está, para visitas de mayor abolengo, tipo Real Madrid, en caso de partido contra los culés, un tiquete puede llegar a costar 800 o 1000 euros en la reventa, por las calles alrededor del estadio. Así que si está preparado y lleva ese dinero en su billetera, no se preocupe por comprarla de forma anticipada a través de la red. Llegue con tiempo pero no intente regatear mucho. Como dirían en catalán “Tu mateix” (“Tú mismo”). Los revendedores son duros y duchos en el asunto, siempre le dirán que si no se la lleva, esa boleta les durará poco en sus manos.

Antes del partido es religioso un buen vermut, acompañado de aceitunas o anchoas, tortilla de papa y un crujiente sánduche de jamón ibérico. Este avituallamiento lo dejará a tono para aguantar los noventa minutos y correr más que Messi y Ronaldo juntos. La tradición no se improvisa. ­­­

Pero si no tiene, durante su visita, la suerte de una fecha de la Liga o eliminatoria de la Copa del Rey, tómeselo con calma, como si fuera a patear ese penal que decide un campeonato. Nada mejor, para empezar su recorrido, que un itinerario más íntimo y  personal, desde los lugares fundacionales de los clubes y rivales en la ciudad.

En el caso del los culés, una pared en el barrio el Raval, en la intersección de la calle Montjuïc del Carme y la calle Pintor Fortuny es el sitio para dar el punto de salida. Allí, junto a la nomenclatura en mármol que identifica el lugar, está la placa recuperada del antiguo gimnasio en el que Hans Gamper fundó al Barça. La placa la fijaron en homenaje a los cien años de creación de club, que se cumplieron en 1999. Fue en el mismo edificio, pero con otra fachada, cuando la fijaron primero en 1974.

En cuanto a los periquitos, así les dicen al equipo, hinchas y todo cuanto tenga que ver con el Espanyol, la plaza en honor a su fundador, Ángel Rodríguez, está ubicada en Sarriá. Es un desangelado lugar, detrás del Colegio Mayor Sant Jordi. Lo interesante del asunto es que está en medio de “Tierra Santa” futbolera. Pues es el mismo lugar que ocupó la cancha que fue propiedad del club entre 1923 y 1997, el campo de Sarriá.

Un estadio levantado en el triángulo de la avenida del mismo nombre, la calle General Mitre y la calle Doctor Fleming, que fue demolido para vender el terreno y pagar las deudas que acumulaba el club. Y si esto no le atrae como para pasarse por el parque y los cuatro o cinco conjuntos de edificios que lo rodean, quizás el hecho de saber que allí, sobre ese mismo terreno, Italia venció a Brasil, durante el Mundial de España 1982, por marcador de 3-2, en uno de los mejores partidos en la historia de los mundiales, le haga tomar el impulso necesario para pisar la misma hierba por la que corrieron Zico, Sócrates, Eder, Junior, Falcao y el gigante Serginho.

Con tiempo, puede cruzar la avenida de Sarriá y llegar hasta el bar Sarriá 82. Allí, mientras se toma una cerveza y se come un sánduche de chorizo, podrá escuchar en la voz del barman cómo eran los domingos de fútbol en el barrio. Talvez le cuenten más anécdotas de la tarde del verano de 1982, cuando los tres goles de Rossi mandaron de regreso, a Suramérica, a la mejor selección de fútbol de Brasil desde el Mundial de México 1970. Sí, más historias en viva voz de la tarde cuando los tres goles de Paolo Rossi catapultaron a la Italia de Enzo Bearzot hasta el título de ese campeonato.

*(Para seguir leyendo haz clic aquí, en DONJUAN (# 65, junio, 2012)

 

El primer punto de Colombia en un Mundial*

Antes de que existieran Valderrama, Higuita, Asprilla y Rincón, Colombia sólo había asistido a una Copa Mundo de Fútbol. Fue en el campeonato de Chile 1962. Capitaneados por Efraín ‘Caimán’ Sánchez, los suramericanos lograron un hito que alimentó la leyenda del balompié en ese país: empatarle 4-4 (con gol olímpico incluido) a la poderosa URSS, de Lev Yashin. Sánchez fue el portero de ese equipo y hoy, de 85 años, al cumplirse medio siglo del partido, rememora en presente el juego que significó el primer punto de Colombia en un Mundial.

Lento. Muy lento fue el trayecto entre el hotel El Morro y el campo. El autobús que llevó a los jugadores de Colombia al estadio, para disputar el partido contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), se demoró más de lo acostumbrado.

Efraín Sanchéz, el portero y capitán de Colombia, no recuerda cuánto. “Fue más de lo habíamos hecho en el partido anterior contra Uruguay”, dice el exfutbolista, al que un periodista argentino le apodó el ‘Caimán’, cuando llegó a jugar en 1948 para el San Lorenzo de Almagro.

Lento. Muy lento fue el recorrido, porque ese domingo 3 de junio de 1962, además de los coches que transitaban por la Avenida 18 de septiembre, en su ruta desde el centro de Arica hasta el estadio Carlos Dittborn Pinto, la calle estaba atestada de aficionados que no dejaban de gritar vivas para animar a esa selección que había llegado desde la otra punta de Suramérica.

Los “¡vamos Colombia!” ya no les eran extraños en ese lugar del Chile, pues el equipo los había escuchado tan pronto llegaron a la que entonces era la capital de la provincia de Tarapacá (hoy hace parte de la XV Región), en el norte del país austral, para disputar la que sería la primera participación del amarillo, azul y rojo en un Campeonato Mundial de Fútbol, que entonces vestía de camiseta azul y pantalón blanco.

“Debido a eso, los tres kilómetros que separan al estadio del centro se nos hicieron eternos. Tardamos más que cuando jugamos contra Uruguay, cuatro días antes, en un partido que perdimos 2-1”, rememora Sánchez, que también integró, entre otros equipos, al América, Cali y Millonarios.

En días normales el trayecto desde El Morro al estadio se hacía en cinco minutos pero esa tarde a Colombia, cuando el equipo iba de camino para el encuentro contra la URSS, le tomó casi media hora. Algunos jugadores hablan hasta de más tiempo. Casi el mismo de otro partido. Quizás por eso comenzaron el juego algo dormidos.

Dentro del autobús, Sánchez no pensaba en otra cosa sino en la gente. Sí así estaban allí, ¿cómo serían las cosas en Colombia? Pero antes de encontrar respuesta a esa pregunta, ante él apareció el estadio que le había costado al gobierno chileno 400.000 dólares. Lo habían construido para el Mundial y fue estrenado en abril de 1962. El nombre que le dieron fue un homenaje al presidente de la Conmebol y del Comité Organizador de la Copa Mundo en ese país, que murió un mes antes del partido inaugural. Juego en el que los locales vencieron a Suiza 3-1, el 30 de mayo. El mismo día que Colombia perdió, según las crónicas de los diarios, “injustamente” contra los charrúas.

Tan pronto descendieron los jugadores del autobús y entraron por el corredor, de camino al vestuario, el capitán colombiano sintió que su cuerpo le picaba. Los rusos ya corrían y calentaban en una cancha anexa. Habían llegado cuarenta y cinco minutos antes. Los nervios se hacían presentes porque el equipo soviético era uno de los favoritos para ganar el torneo. Además venía de ganar en su debut a Yugoslavia 2-0 y enfrente estaría uno de sus ídolos del momento, Lev Yashin, el que era considerado, por la crítica de entonces, “el mejor portero del mundo”. Así el partido se convertiría en un duelo, como en el viejo oeste de las películas del western spaghetti. Un duelo del ‘Caimán’ contra la ‘Araña negra’.

*(Para seguir leyendo haz clic aquí, en DONJUAN (# 62, marzo, 2012)